Las antiguas calles de la Verónica, de la Amargura, de Monte Sacro y de Altamira se convirtieron, al paso del tiempo y la necesidad de honrar a los héroes, en la calle Josefa Ortiz de Domínguez. Hoy lleva el nombre de Cinco de Mayo, parte de la Plaza de Armas queretana y sube la loma del Sangremal hasta muy cerca del convento de La Cruz.
Cinco de Mayo se ha convertido, en los últimos años, en el lugar preferido para la instalación de restaurantes y bares, pues en ella la noche queretana adquiere vida intensa, y sus habitantes han emigrado en su inmensa mayoría (casi totalidad), buscando un espacio más sosegado para vivir, y, sobre todo, para dormir. Aún resisten los Briseño, pero ya no se ven en sus aceras ni los González Perusquía, ni los Septién, ni Joaquín Noriega, ni la maestra Adela, ni don Manolito Lozada. Muchos de ellos, es cierto, han ya muerto, pero otros muchos han vendido, o rentado, sus propiedades al mejor postor.
Dícese que la calle de la Verónica, el tramo comprendido ente Guillermo Prieto y Río de la Loza, se llamaba así por la ubicación de una ermita recordando la estación del paso de Cristo hacia el Calvario donde la Verónica le limpiaba el rostro. Y es que, efectivamente, por esa calle se rezaba como ahora se bebe y se organizaba el vía crucis como hoy se deambula en busca del mejor platillo.
El resto de los antiguos nombres tiene que ver con lo mismo: el de la Amargura, recordando la vía de ese nombre en Jerusalén; la del Monte Sacro, en lógica referencia al Gólgota; y el Alta Mira por ser la parte más alta de la ciudad de aquel entonces.
La hoy calle de Cinco de Mayo es el mejor ejemplo queretano de la pérdida de esa recomendable convivencia entre la habitación y la recreación, de la llegada de una gentrificación desbordante, y de la nula capacidad gubernamental para preservar nuestro patrimonio arquitectónico y hacer respetar las reglas y el orden, un orden que, a últimas fechas, parece ser sólo obligado para los más vulnerables.
Intervenciones de ornato que agreden la autenticidad de los inmuebles y colocación de elementos que violan flagrantemente el reglamento de anuncios capitalino son dos de las evidentes muestras de la embestida que los comerciantes de la zona han realizado con absoluta impunidad.
La otra noche, al pasar por la citada calle, observé a un vendedor de muñecas artesanales colocado furtivamente en una de las aceras. Era evidente que sabía de los riesgos que ello implicaba, pues miraba casi con tanta desconfianza como anhelo a los que por ahí caminaban. Enfrente, una casona lucía catorce anuncios, once de ellos luminosos, que hablaban de su interior, y a unos pasos otras bellas construcciones eran opacadas por marquesinas, letreros inmensos y hasta árboles de camelinas y muros aparentes para ocultar las históricas, e “insípidas”, fachadas.