/ domingo 20 de octubre de 2024

Aquí Querétaro / Doña Jesusita

Aquella mañana del 18 de septiembre, días después de la tradicional celebración del “Grito”, doña María de Jesús Barbosa, anciana respetabilísima de aquel Querétaro de 1893, se sintió indispuesta. No era difícil que eso sucediera, pues padecía mareos, acaso propios de su edad, que la obligaban a guarecerse un rato en su cama. Y eso hizo: pasó a su recámara y se acomodó en el colchón relleno de borra.

Era doña Jesusita, como le decían sus vecinos del Centro Histórico queretano, que por entonces era la ciudad toda, una mujer noble que vivía sola, apenas atendida por una criada de entrada por salida, y que gustaba de ayudar a los demás, incluyendo a Anselma García, una mujer de escasísimos recursos que solía pedir limosna por las virreinales calles citadinas.

Anselma estaba desayunando aquella mañana en la cocina, haciendo valer una práctica común, casi diaria, que le permitía la bondadosa doña Jesusita, mientras la criada, recién llegada aún, empezaba a alistar la materia prima para la comida. La invitada dejó en espera los huevos al albañil que tenía frente a sí en la mesa y le pidió a la criada un vaso con agua para llevarle a la enferma.

Anselma, tras tomar el recipiente con el agua extraída del botellón de barro, que guardaba el líquido siempre fresco, incursionó en la recámara de doña Jesusita, que ya parecía desmayada sobra la cama, colocó con discreción el vaso sobre el buró y abrió a la fuerza un cajón de la cómoda para extraer de ahí las joyas de la propietaria. Luego regresó a la cocina a engullir lo que restaba de los huevos al albañil y hasta le pidió a la criada otra tortilla echa a mano para que le sirviera de cuchara. Eructó después, dio las gracias con una reverencia y se marchó por las calles de aquel Querétaro que empezaba a adquirir su trajín cotidiano.

Algunos días después, doña Jesusita advirtió el robo y se dirigió, con la calma que sus piernas le exigían, hasta la comisaría de policía para dar parte de los hechos. Don Rómulo Alonso sempiterno jefe de la corporación, no tardó en dar con la autora del delito, a quien ya le había hecho de sobra la digestión del aquel desayuno, y hasta recuperó todos los objetos robados. Anselma García, ya en la celda a la que fue comisionada, tuvo que conformarse, por mucho tiempo, con los rancios frijoles que ahí ofrecían para almorzar.

Casos como el de doña María de Jesús Barbosa existieron desde siempre en este Querétaro nuestro. Baste dar una leída a las Efemérides Queretanas de don José Rodríguez Familiar para corroborarlo. Relatos de crímenes y robos variados pueden conocerse en las páginas de ese recuento de fines del XIX y principios del XX, y en casi todas ellas aparece la figura central y contundente del tal Rómulo Alonso, al que pocos se le iban sin castigo.

La ruindad con la que actúan algunos delincuentes en nuestros días, despojando de sus bienes, con alevosía y exceso de fuerza, a personas mayores, incluso, en algún caso, arrebatándoles la vida, no es nueva y se da con constancia, aunque no siempre lo sepamos, porque las víctimas no necesariamente son tan conocidas como doña Jesusita en su época. Lo que sí se muestra con notoriedad, pese a los muchos avances tecnológicos, es la ausencia de un Rómulo Alonso.


Aquella mañana del 18 de septiembre, días después de la tradicional celebración del “Grito”, doña María de Jesús Barbosa, anciana respetabilísima de aquel Querétaro de 1893, se sintió indispuesta. No era difícil que eso sucediera, pues padecía mareos, acaso propios de su edad, que la obligaban a guarecerse un rato en su cama. Y eso hizo: pasó a su recámara y se acomodó en el colchón relleno de borra.

Era doña Jesusita, como le decían sus vecinos del Centro Histórico queretano, que por entonces era la ciudad toda, una mujer noble que vivía sola, apenas atendida por una criada de entrada por salida, y que gustaba de ayudar a los demás, incluyendo a Anselma García, una mujer de escasísimos recursos que solía pedir limosna por las virreinales calles citadinas.

Anselma estaba desayunando aquella mañana en la cocina, haciendo valer una práctica común, casi diaria, que le permitía la bondadosa doña Jesusita, mientras la criada, recién llegada aún, empezaba a alistar la materia prima para la comida. La invitada dejó en espera los huevos al albañil que tenía frente a sí en la mesa y le pidió a la criada un vaso con agua para llevarle a la enferma.

Anselma, tras tomar el recipiente con el agua extraída del botellón de barro, que guardaba el líquido siempre fresco, incursionó en la recámara de doña Jesusita, que ya parecía desmayada sobra la cama, colocó con discreción el vaso sobre el buró y abrió a la fuerza un cajón de la cómoda para extraer de ahí las joyas de la propietaria. Luego regresó a la cocina a engullir lo que restaba de los huevos al albañil y hasta le pidió a la criada otra tortilla echa a mano para que le sirviera de cuchara. Eructó después, dio las gracias con una reverencia y se marchó por las calles de aquel Querétaro que empezaba a adquirir su trajín cotidiano.

Algunos días después, doña Jesusita advirtió el robo y se dirigió, con la calma que sus piernas le exigían, hasta la comisaría de policía para dar parte de los hechos. Don Rómulo Alonso sempiterno jefe de la corporación, no tardó en dar con la autora del delito, a quien ya le había hecho de sobra la digestión del aquel desayuno, y hasta recuperó todos los objetos robados. Anselma García, ya en la celda a la que fue comisionada, tuvo que conformarse, por mucho tiempo, con los rancios frijoles que ahí ofrecían para almorzar.

Casos como el de doña María de Jesús Barbosa existieron desde siempre en este Querétaro nuestro. Baste dar una leída a las Efemérides Queretanas de don José Rodríguez Familiar para corroborarlo. Relatos de crímenes y robos variados pueden conocerse en las páginas de ese recuento de fines del XIX y principios del XX, y en casi todas ellas aparece la figura central y contundente del tal Rómulo Alonso, al que pocos se le iban sin castigo.

La ruindad con la que actúan algunos delincuentes en nuestros días, despojando de sus bienes, con alevosía y exceso de fuerza, a personas mayores, incluso, en algún caso, arrebatándoles la vida, no es nueva y se da con constancia, aunque no siempre lo sepamos, porque las víctimas no necesariamente son tan conocidas como doña Jesusita en su época. Lo que sí se muestra con notoriedad, pese a los muchos avances tecnológicos, es la ausencia de un Rómulo Alonso.