/ domingo 17 de noviembre de 2024

Aquí Querétaro / Gran Premio Zibatá - Diario de Querétaro

La cara de aquel niño se iluminaba cada vez que se encontraba, tras un aparador o en alguna publicación, con ese anhelado juguete, pero pronto, demasiado pronto, trocaba aquella iluminación por la tristeza, y a veces, el llanto. No, no era posible tenerlo; representaba un lujo que sus padres no podían darle.

El caso es que aquel niño nunca pudo tener ese juguete largamente deseado: un carrito de pedales, y tuvo que conformarse con el trompo, el yoyo y las canicas. Una historia repetida hoy, por tantos niños, y con juguetes electrónicos que han venido a suplir a los tradicionales.

Para Rafael Lozada Maldonado aquel deseo incumplido se quedó en su corazón, a pesar de llegar a la edad adulta, un corazón que se mantuvo como guarida del niño que nunca dejó de ser, mientras entregó su vida al periodismo y se dio el lujo de pisar escenarios como actor; al tiempo que bromeaba aquí y allá con su entorno.

Y ese niño que siempre fue, ya cuando los queretanos lo conocían como “El Chicharrín”, pensó que podía cumplir su sueño en otros niños y se puso a organizar una carrera de cochecitos de pedales. Para ello, con el apoyo de Diario de Querétaro, conjuntó voluntades y se apropió, una mañana al año, de algunas de las principales y adoquinadas calles del centro histórico queretano, para llevar a cabo una prueba donde los niños eran felices y luego premiados con sendos trofeos en un acontecimiento que se hizo costumbre anual.

Don Rafa, como algunos le decíamos, se transformaba ahí, con pasión manifiesta, en aquel niño que tras un escaparate se le iluminaba el rostro. Y fue tan feliz como puede serlo un pequeño jugando con su juguete preferido y dejando atrás los pormenores cotidianos de un mundo de adultos.

Muchos años después, acosado ya por un Alzheimer que poco a poco minaba sus recuerdos, me confesó que estaba pensando seriamente volver a organizar el Gran Premio de Navidad, como denominó a aquel acontecimiento que creó con la ilusión y la firmeza del niño que aún vivía en su interior. Le preocupaba, me dijo, quién podría construir los cochecitos de carreras en tiempos en los que la tecnología había ya desplazado a los juguetes mecánicos. No mucho tiempo después murió, pero estoy seguro de que hasta el último día mantuvo esa esperanza.

Ayer, teniendo como escenario el céntrico Jardín Guerrero, el Premio Zibatá Diario de Querétaro volvió a convocar la participación de niños, que corrieron en tres categorías, con actualizados carros de pedales, y lo recabado por las inscripciones fue donado a la Casa María Goretti, como en épocas de don Rafa se hacía con El Oasis del Niño, cerrando un círculo de disfrute y apoyo. Todo ello gracias al empeño, al entusiasmo, entre otros, de Lucrecia Torres y José Juan Rodríguez, con el solidario apoyo de Mario León.

Seguramente el espíritu de El Chicharrín Lozada se subió a más de alguno de los coches participantes, para pedalear sin tregua con inocencia y la ilusión de aquel niño que un día fue.


La cara de aquel niño se iluminaba cada vez que se encontraba, tras un aparador o en alguna publicación, con ese anhelado juguete, pero pronto, demasiado pronto, trocaba aquella iluminación por la tristeza, y a veces, el llanto. No, no era posible tenerlo; representaba un lujo que sus padres no podían darle.

El caso es que aquel niño nunca pudo tener ese juguete largamente deseado: un carrito de pedales, y tuvo que conformarse con el trompo, el yoyo y las canicas. Una historia repetida hoy, por tantos niños, y con juguetes electrónicos que han venido a suplir a los tradicionales.

Para Rafael Lozada Maldonado aquel deseo incumplido se quedó en su corazón, a pesar de llegar a la edad adulta, un corazón que se mantuvo como guarida del niño que nunca dejó de ser, mientras entregó su vida al periodismo y se dio el lujo de pisar escenarios como actor; al tiempo que bromeaba aquí y allá con su entorno.

Y ese niño que siempre fue, ya cuando los queretanos lo conocían como “El Chicharrín”, pensó que podía cumplir su sueño en otros niños y se puso a organizar una carrera de cochecitos de pedales. Para ello, con el apoyo de Diario de Querétaro, conjuntó voluntades y se apropió, una mañana al año, de algunas de las principales y adoquinadas calles del centro histórico queretano, para llevar a cabo una prueba donde los niños eran felices y luego premiados con sendos trofeos en un acontecimiento que se hizo costumbre anual.

Don Rafa, como algunos le decíamos, se transformaba ahí, con pasión manifiesta, en aquel niño que tras un escaparate se le iluminaba el rostro. Y fue tan feliz como puede serlo un pequeño jugando con su juguete preferido y dejando atrás los pormenores cotidianos de un mundo de adultos.

Muchos años después, acosado ya por un Alzheimer que poco a poco minaba sus recuerdos, me confesó que estaba pensando seriamente volver a organizar el Gran Premio de Navidad, como denominó a aquel acontecimiento que creó con la ilusión y la firmeza del niño que aún vivía en su interior. Le preocupaba, me dijo, quién podría construir los cochecitos de carreras en tiempos en los que la tecnología había ya desplazado a los juguetes mecánicos. No mucho tiempo después murió, pero estoy seguro de que hasta el último día mantuvo esa esperanza.

Ayer, teniendo como escenario el céntrico Jardín Guerrero, el Premio Zibatá Diario de Querétaro volvió a convocar la participación de niños, que corrieron en tres categorías, con actualizados carros de pedales, y lo recabado por las inscripciones fue donado a la Casa María Goretti, como en épocas de don Rafa se hacía con El Oasis del Niño, cerrando un círculo de disfrute y apoyo. Todo ello gracias al empeño, al entusiasmo, entre otros, de Lucrecia Torres y José Juan Rodríguez, con el solidario apoyo de Mario León.

Seguramente el espíritu de El Chicharrín Lozada se subió a más de alguno de los coches participantes, para pedalear sin tregua con inocencia y la ilusión de aquel niño que un día fue.