Aquel joven estudiante de arquitectura decidió, para beneficio del arte, abandonar las aulas e integrarse a otras mucho más amplias, con piso de duela y espejos en los muros; decidió emprender un camino en el que se sentía profundamente feliz. Apenas había iniciado la década de los setenta del pasado siglo y no imaginaba entonces que se dedicaría a la danza por más de medio siglo.
Jaime Blanc Zamora recibe este jueves, en la tradicional sesión solemne del Cabildo queretano por el aniversario de la ciudad, la presea Germán Patiño al mérito artístico, y pocas veces como ahora, tantas voces se unen para aplaudir la decisión del Ayuntamiento de la capital queretana.
Aquel joven e incipiente bailarín descubrió la danza contemporánea al amparo del Seminario de Danza Contemporánea y Experimentación Coreográfica del Ballet Nacional de México, y cinco años después, tras viajar a Nueva York y estudiar en la Graham School, se convirtió en maestro de esa dura, apasionante y conmovedora disciplina. Después, a lo largo de los años, fue asesor de la Universidad Veracruzana, del estado de Oaxaca, y desde luego, bailarín y coreógrafo del Ballet Nacional de México, donde anduvo el duro camino a la par de la maestra Guillermina Bravo, de quien se convirtió en su mano derecha.
Llegó a vivir a Querétaro, junto con todos los integrantes del Ballet, en 1991, para emprender la aventura del Centro Nacional de Danza Contemporánea, y no se fue de aquí hasta que esa trascendente agrupación dancística se extinguió. En el 2006 fundó el Taller Coreográfico Alternativo, y en el 2009, luego de una grata experiencia artística en la Facultad de Artes de la Universidad de Harvard, se mudó a Monterrey, donde se convirtió en el director de la Licenciatura en Danza Contemporánea de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Más de medio centenar de coreografías, su participación como bailarín en los escenarios, y la formación de varias generaciones de bailarines, coreógrafos y docentes, le han merecido un sólido reconocimiento del medio, que incluye el Premio Danza UNAM y el ser cuatro veces elegido para pertenecer al Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Hace unos años regresó a Querétaro para seguir haciendo lo que ama intensamente. Ya no puede bailar, se apoya en un bastón para caminar, pero sigue trasladando sus conocimientos a jóvenes que han descubierto su vocación en la danza, y sigue creando historias en el escenario.
La de Jaime Blanc es una vida que refleja con toda su belleza, y también con toda su crueldad, la pasión por una profesión incomprendida por las mayorías; la cara y cruz de un ministerio en donde se sufren lesiones e incomprensiones, pero donde, a la par, se es inmensamente feliz; un oficio donde la vida se puede leer de otra manera, más bella, más intensa, más cruda, más eterna.
El que el Ayuntamiento queretano le otorgue la distinción que recibirá el próximo martes, es un reconocimiento a una trayectoria forjada en el sudor, la disciplina, la entrega y la esperanza, y me gusta pensar que, de algún modo, también es un necesario reconocimiento a la labor realizada por el Centro Nacional de Danza Contemporánea a lo largo de más de treinta años, en tiempos donde la cerrazón, la ignorancia y el desdén del poder ponen en duda su continuidad.
Jaime Blanc Zamora es un ejemplo de esos guerreros del arte que ganan batallas en silencio, una tras otra, en los escenarios, en los salones de ensayo, y hasta en la cotidianidad de la vida personal. La de Blanc es una fotografía, prístina y contundente, de un artista de la escena.