/ domingo 22 de septiembre de 2024

Aquí Querétaro / La feria del pasado

Hay quien dice que todo tiempo pasado fue mejor. Otros, por el contrario, afirman que eso es mentira, que no necesariamente el pasado fue mejor que el presente. Supongo que la disparidad en las opiniones tiene que ver con el tiempo en que fuimos, o somos, felices.

Por eso, en el caso específico de la Feria de Querétaro no me atrevo a sostener que antes fue mejor, porque acaso habrá quien disfrute de la nutrida lista de artistas, músicos y cantantes, que se presentarán tanto en el palenque como en el llamado “Teatro del Pueblo”, que no tengan empacho en pagar los noventa pesos de entrada por persona, y no les disguste tener que trasladarse hasta el vecino y conurbado municipio de El Marqués (“hasta allá” dirían los queretanos de cepa) en coche o camión.

Yo, en cambio, y como digo, sin asegurar que todo tiempo pasado fue mejor, me quedo con las ferias decembrinas de antes; aquellas del llamado Centro Expositor, por el circuito Moisés Solana, y, sobre todo, de aquellas que tomaban por asalto un sector del histórico Cerro de las Campanas, y se distribuían en casetas separadas.

Me quedo con aquellas ferias donde la exposición de vacas Holstein era todo un espectáculo, cono los preparadores americanos que taponeaban las ubres para mantenerlas a plenitud mientras competían; con aquellas en donde el hípico se atestaba y el ambiente de fiesta florecía; con aquellas del pregonero, la caseta de la Casa Domecq, los rudimentarios juegos mecánicos, las fresas con crema y las manzanas endulzadas de rojo intenso.

Con aquellas que recorría de la mano de mi padre, o con aquellas de la juventud que servían de punto de reunión con los amigos y tenían el acicate del encuentro con las muchachas de entonces. Con aquellas a las que podías llegar a pie y veías a Querétaro desde la rueda de la fortuna. De aquellas, en fin, que tenían como testigo la figura en piedra de Benito Juárez o las altas antenas del cerro del Cimatario.

No necesariamente todo tiempo pasado fue mejor, pero acaso el recuerdo de mi padre, el de los amigos de la prepa, el de aquellas vacas pintas florecientes, el de aquellos caballos saltando obstáculos, o el de las fresas con crema de dudosa pulcritud, me hacen pensar que sí, que al menos en mi particular experiencia de vida, aquel tiempo fue mucho mejor. Un tiempo en el que la feria decembrina queretana me hizo feliz.


Hay quien dice que todo tiempo pasado fue mejor. Otros, por el contrario, afirman que eso es mentira, que no necesariamente el pasado fue mejor que el presente. Supongo que la disparidad en las opiniones tiene que ver con el tiempo en que fuimos, o somos, felices.

Por eso, en el caso específico de la Feria de Querétaro no me atrevo a sostener que antes fue mejor, porque acaso habrá quien disfrute de la nutrida lista de artistas, músicos y cantantes, que se presentarán tanto en el palenque como en el llamado “Teatro del Pueblo”, que no tengan empacho en pagar los noventa pesos de entrada por persona, y no les disguste tener que trasladarse hasta el vecino y conurbado municipio de El Marqués (“hasta allá” dirían los queretanos de cepa) en coche o camión.

Yo, en cambio, y como digo, sin asegurar que todo tiempo pasado fue mejor, me quedo con las ferias decembrinas de antes; aquellas del llamado Centro Expositor, por el circuito Moisés Solana, y, sobre todo, de aquellas que tomaban por asalto un sector del histórico Cerro de las Campanas, y se distribuían en casetas separadas.

Me quedo con aquellas ferias donde la exposición de vacas Holstein era todo un espectáculo, cono los preparadores americanos que taponeaban las ubres para mantenerlas a plenitud mientras competían; con aquellas en donde el hípico se atestaba y el ambiente de fiesta florecía; con aquellas del pregonero, la caseta de la Casa Domecq, los rudimentarios juegos mecánicos, las fresas con crema y las manzanas endulzadas de rojo intenso.

Con aquellas que recorría de la mano de mi padre, o con aquellas de la juventud que servían de punto de reunión con los amigos y tenían el acicate del encuentro con las muchachas de entonces. Con aquellas a las que podías llegar a pie y veías a Querétaro desde la rueda de la fortuna. De aquellas, en fin, que tenían como testigo la figura en piedra de Benito Juárez o las altas antenas del cerro del Cimatario.

No necesariamente todo tiempo pasado fue mejor, pero acaso el recuerdo de mi padre, el de los amigos de la prepa, el de aquellas vacas pintas florecientes, el de aquellos caballos saltando obstáculos, o el de las fresas con crema de dudosa pulcritud, me hacen pensar que sí, que al menos en mi particular experiencia de vida, aquel tiempo fue mucho mejor. Un tiempo en el que la feria decembrina queretana me hizo feliz.