Imagino que para quienes no son queretanos, o nacieron no hace demasiado tiempo (si pudiéramos hablar de demasía hablando de tiempo), escuchar tan reiteradamente, y tan nostálgicamente, de La Mariposa, es una cosa rara, inentendible, o al menos, curiosa.
Y es que, para los queretanos de varias generaciones, hoy ya bien entradas en canas, en panzas y calvas, La Mariposa fue, y de alguna manera sigue siendo, mucho más que una simple cafetería, un término que abarca más allá de sensaciones del paladar, para tocar fibras internas que remiten a tiempos felices.
La Mariposa nueva, que curiosamente ya no existe a diferencia de la vieja, se instaló un día en la esquina de Juárez y la también muy nueva calle de 16 de Septiembre, justo entre los muros que algún día dieron albergue a los hermanos González, Epigmenio y Emeterio, míticos héroes nacionales del periodo independentista, y a un costado de otro inmueble plagado de historia desaparecida en piedra: el cine Goya.
El negocio de la familia De la Vega, que ya en la misma calle de Juárez, unos cuantos metros más hacia el río, tenía sus instalaciones, alcanzó en esta nueva ubicación su momento más brillante. La esquina, una esquina nueva en el Querétaro de mediados del siglo veinte, se convirtió en el punto de reunión de la juventud de entonces, que, en sus tradicionales mesas de formica y sus bancos tapizados, encontraron un inmejorable espacio para socializar, para noviar y divertirse.
Había cines, en efecto, y en el Jardín Obregón, como por entonces se llamaba el Zenea, los hombres y mujeres recorrían en sentidos encontrados el perímetro con la firme intención de toparse una y otra vez, pero en La Mariposa se entretejían historias, se fincaban futuros y se dejaba correr ese tiempo que transcurría entre media tarde y las nueve de la noche, cuando, todos lo entendían, se soltaba al famoso león por las calles.
En La Mariposa nueva se solidificaron amistades eternas, se fraguaron matrimonios, se vendieron ilusiones, se prodigaron sonrisas, y se sembraron cosechas de nostalgia. Con el silencio cómplice de sus muros tapizados y el áspero paso de sus meseras haciéndose viejas, se consolidó el recuerdo de lo que, seguramente, fue el mejor momento de muchas vidas.
Ni siquiera aquel fatal accidente, cuando un auto fue a impactarse contra una de las ventanas, alcanzando a una pareja que consumía preparados de fresa, cortó aquella magia, regresó al establecimiento a su mera dimensión física y lo volvió olvidable.
Por eso prevalece la imagen del Chaz en su puerta, al momento del cierre definitivo y antes de convertirse el inmueble en una tienda de ropa, con un pañuelo blanco en la mano y lágrimas en los ojos; por eso el pedazo de piedra donde se lee (¿se leía?), sobre la acera y frente a lo que fue su entrada, “La Mariposa”.
Y es que La Mariposa fue más, mucho más, que una cafetería; fue el receptáculo de una visión del mundo color de rosa que, por desgracia, nunca volverá; el cofre donde se guardaron las frágiles ilusiones, las vanas esperanzas, los efímeros sentimientos, de varias generaciones de queretanos.
Ilusiones, esperanzas y sentimientos que siempre, siempre, salen a flote cuando se trae a cuento ese nombre común: La Mariposa.