/ domingo 23 de junio de 2024

Aquí Querétaro | Volován y Hades

El capitán Volován es veracruzano de nacimiento, pero hace ya muchos ayeres que vive en la región del Bajío y considera a Querétaro su segunda casa. Quizá por eso aceptó gustoso la encomienda que el secretario le otorgó, desesperado como estaba (él y todos) de la situación.

Meses habían transcurrido ya de intensa sequía, las presas estaban sin un mínimo del vital líquido, las vides se fortalecían de a poco, y los campesinos, de a mucho, empezaban a tomar casetas y carreteras, cada vez con mayor disgusto.

Para ellos (los campesinos) la situación era clara, evidente y contundente: no es que no hubiese nubes que por los cielos queretanos llegaran, sino que también había avionetas que lanzaban hacia ellas cañonazos con yoduro de plata (o algo así) para dispersarlas, y evitar con ello que dejaran caer la lluvia sobre la necesitada tierra. Avionetas (Cessna, al parecer) contratadas por el poderoso don Hades, quien, desde su palacio en uno de los viñedos cercanos a la capital, orquestaba la ofensiva anti-nubes para hacer sufrir a la uva que crecía, vigorosa, en sus plantaciones.

Por supuesto que don Hades lo negó siempre, aunque corrieron versiones entre los más viperinos del entorno, de que, en realidad, el malvado personaje tiraba pan y sal gruesa sobre el techo de su residencia, además de enterrar cuchillos y hasta huevos en su amplísimo y verde jardín, este sí regado con agua de su pozo particular.

El caso es que no llovía y los campesinos seguían oyendo motores de “Cessnas” en cuanto alguna débil nube aparecía en las alturas, por lo que sus quejas se tornaron más estentóreas y ya repercutían a terceros que de avionetas, nubes y yoduro de plata sabían muy poco. Fue entonces que el secretario se acercó al capitán Volován para solicitarle apoyo.

Volován subió la corta escalinata de su Cirrus Visión Jet, estacionado desde hacía meses en el hangar de Gobierno del aeropuerto queretano, se colocó la gorra con orejeras y unos lentes de mica verde; dio vuelta a la llave de junto al volante y puso primera para salir a la pista. Luego emprendió el vuelo, no sin antes levantar una mano, a manera de despedida, al secretario que, en tierra, agitaba un blanco pañuelo con intención idéntica.

El jet de Volován cruzó los cielos de El Marqués, de Colón, de Tolimán y hasta de Amealco, Huimilpan, Pedro Escobedo y San Juan del Río, donde tuvo que esquivar a una parvada de palomas blancas que parecieron preguntarle con la mirada “¿de dónde vienes?” No trascendió a cuantas “Cessnas” encontró en el camino, a cuántas les disparó sus balas de caucho, pero el hecho es que cuando regresó a tierra, apenas pudo librar, ya bajo el techo del hangar de Gobierno, las gruesas gotas de lluvia que empezaban a caer presagiando tormenta.

Desde entonces no ha parado de llover y dicen que don Hades clava cuchillos y entierra huevos sin cesar en su jardín particular, cada vez más verde.


El capitán Volován es veracruzano de nacimiento, pero hace ya muchos ayeres que vive en la región del Bajío y considera a Querétaro su segunda casa. Quizá por eso aceptó gustoso la encomienda que el secretario le otorgó, desesperado como estaba (él y todos) de la situación.

Meses habían transcurrido ya de intensa sequía, las presas estaban sin un mínimo del vital líquido, las vides se fortalecían de a poco, y los campesinos, de a mucho, empezaban a tomar casetas y carreteras, cada vez con mayor disgusto.

Para ellos (los campesinos) la situación era clara, evidente y contundente: no es que no hubiese nubes que por los cielos queretanos llegaran, sino que también había avionetas que lanzaban hacia ellas cañonazos con yoduro de plata (o algo así) para dispersarlas, y evitar con ello que dejaran caer la lluvia sobre la necesitada tierra. Avionetas (Cessna, al parecer) contratadas por el poderoso don Hades, quien, desde su palacio en uno de los viñedos cercanos a la capital, orquestaba la ofensiva anti-nubes para hacer sufrir a la uva que crecía, vigorosa, en sus plantaciones.

Por supuesto que don Hades lo negó siempre, aunque corrieron versiones entre los más viperinos del entorno, de que, en realidad, el malvado personaje tiraba pan y sal gruesa sobre el techo de su residencia, además de enterrar cuchillos y hasta huevos en su amplísimo y verde jardín, este sí regado con agua de su pozo particular.

El caso es que no llovía y los campesinos seguían oyendo motores de “Cessnas” en cuanto alguna débil nube aparecía en las alturas, por lo que sus quejas se tornaron más estentóreas y ya repercutían a terceros que de avionetas, nubes y yoduro de plata sabían muy poco. Fue entonces que el secretario se acercó al capitán Volován para solicitarle apoyo.

Volován subió la corta escalinata de su Cirrus Visión Jet, estacionado desde hacía meses en el hangar de Gobierno del aeropuerto queretano, se colocó la gorra con orejeras y unos lentes de mica verde; dio vuelta a la llave de junto al volante y puso primera para salir a la pista. Luego emprendió el vuelo, no sin antes levantar una mano, a manera de despedida, al secretario que, en tierra, agitaba un blanco pañuelo con intención idéntica.

El jet de Volován cruzó los cielos de El Marqués, de Colón, de Tolimán y hasta de Amealco, Huimilpan, Pedro Escobedo y San Juan del Río, donde tuvo que esquivar a una parvada de palomas blancas que parecieron preguntarle con la mirada “¿de dónde vienes?” No trascendió a cuantas “Cessnas” encontró en el camino, a cuántas les disparó sus balas de caucho, pero el hecho es que cuando regresó a tierra, apenas pudo librar, ya bajo el techo del hangar de Gobierno, las gruesas gotas de lluvia que empezaban a caer presagiando tormenta.

Desde entonces no ha parado de llover y dicen que don Hades clava cuchillos y entierra huevos sin cesar en su jardín particular, cada vez más verde.