/ viernes 20 de septiembre de 2024

Contraluz / El sismo de 1985, parteaguas social


El viejo edificio de la calle Fernando Montes de Oca se cimbraba convulsivamente. Eran poco más de las siete de la mañana y en casa nos disponíamos al nuevo día. - Creo que está temblando, me dijo mi esposa. Ve por Laura, vamos al comedor.

Fui por la pequeña a su cuarto y no se nos ocurrió más que guarecernos debajo de la mesa, cerca de una columna que separaba la sala.

Fueron segundos que se hicieron eternos y que culminaron con un brutal “crack” que cimbró parees, ventanas y vigas. Nos miramos a los ojos por silenciosos segundos. “Ya paró”. Dejamos el cobijo de la mesa. “Estuvo fuerte”, “No me dio miedo”, “Voy a bajar y a dar una vuelta a la manzana”, “Prende la tele, a lo mejor dicen algo”, Con cuidado”.

Bajé del cuarto piso por las escaleras; como sombras se escurrieron cerca de mi tres o cuatro vecinos; no hubo saludos ni “buenos días”. Ya abajo, entre las calles de Amatlán y Atlixco, vi un reciente edificio de departamentos, peligrosamente inclinado. Hasta entonces escuché voces y llantos, no sabía bien a bien de dónde venían. En la banqueta dos jovencitas en pijama se abrazaban sin decir nada.

Caminé hacia el Parque México y vi dos edificios aplastados como sándwich. Escuché algún helicóptero de la Sedena sobrevolar –luego fueron retirados por el peligro que sus vibraciones provocaban en edificios cuasi colapsados-.

Volví a casa. “Creo que la cosa es grave”. “No se ve la tele”. “Hoy no vas a ir a la escuela”. “Huele a gas”.

Era Jefe de Información en el Sol de México y aún sin conocer la dimensión del sismo decidí ir a pie al periódico.

Comí cualquier cosa. Se fue la luz. Intentamos saber si las líneas telefónicas habían colapsado; para sorpresa nuestra el teléfono servía. Hablamos a familiares en Satélite y la Florida y por fortuna para nosotros encontramos que todos estábamos bien.

Salí pues de casa. Recorrí Montes de Oca, Michoacán, crucé el Parque México y llegué a Insurgentes: edificios colapsados, aplastados, derruidos, mucha gente caminando, en silencio, sin llanto, como en cámara lenta, se elevaban y descendían al ritmo de sus pasos. Las miradas al frente, como perdidas, sin brillo.

Abajo, uno que otro grito surgido de taxis o de vehículos particulares:

“¡Voy hacia San Ángel sin costo, súbase el que quiera!”, “Rumbo a la Tabacalera ¿alguien quiere ir?”. Y se llenaban los autos. No cobraban el servicio. El transporte público parecía colapsado. Algunos Ruta 100 amarillos avanzaban trabajosamente, pero había pocos. Ya en la Glorieta de Insurgentes advertí que el Metro tampoco funcionaba multitudes rodaban y dudaban hacia dónde dirigirse.

Muchos edificios derruidos, colapsados, y personas, sobre todo jóvenes, tratando de remover piedras, vigas.

Al cruzar Reforma el soberbio edificio del Hotel Continental se veía desgajado en sus pisos superiores al igual que su marquesina, y como éste muchos más.

Ya en la colonia San Rafael, sobre Serapio Rendón y Antonio Caso se veían los pequeños restaurantes y comedores de hoteles repletos de personas que desayunaban. Más que café o leche había botellas y copas de vino en las mesas. Murmullos y susurros.

Después de advertir tanta destrucción en el trayecto, temí por el edificio del periódico –Serapio Rendón y Gómez Farías- ¿Seguiría en pie? ¿Cómo habrían vivido el temblor los voceadores e intendentes? Llegué y el edificio se veía firma. Subí al segundo piso y encontré la oficina con algunas grietas y con los libreros en el piso, pero nada más. Estaba ya ahí el vicepresidente Jorge Viart Ordóñez quien sin mayor preámbulo me invitó a su oficina en el cuarto piso para analizar la situación, hacer los reportes necesarios, revisar cómo estaba el personal de redacción, y preparar la estrategia de información. Recuerdo que sudoroso y seguramente pálido le conté mi trayecto. Me ofreció un coñac que acepté y volví a la oficina.

Marqué y recibí llamadas de reporteras y reporteros. En algunos casos para dar órdenes de información y en otros para responder afirmativamente a permisos solicitados.

Mientras, había construcciones que seguían colapsando, la más impactante, el edificio Nuevo León del complejo residencial Tlatelolco…

Luego vinieron días muy largos, de pesadilla, de estupor, de solidaridad, de transición, de juntas de redacción presididas por don Mario Vázquez Raña presidente de la OEM, de desplazamiento de trabajadores reporteros y reporteras por las entidades que habían sido también alcanzadas por el terremoto, de reportes sobre los albergues, de testimonios compasivos de vecinos que instalaron por sus propios medios, largas mesas en parques y jardines donde ofrecían comida gratuita a voluntarios y socorristas, de recorridos por parques como el de béisbol del Seguro Social convertido en gigantesca morgue donde cientos de cuerpos circundaban el campo en tanto miles de personas avanzaban silenciosas, ya agotadas sus lágrimas, tratando de identificar a sus seres queridos.

El terremoto de 1985 ocurrido el jueves 19 de septiembre inició a las

07:17:49, hora local, y alcanzó una magnitud de 8.1 en la escala de Richter. El epicentro se localizó en el océano Pacífico, frente a la costa de Michoacán, muy cerca del puerto de Lázaro Cárdenas, muy cerca de la desembocadura del río Balsas, límite natural entre los estados de Michoacán y Guerrero; la duración fue de dos minutos.

La réplica acontecida un día después, la noche del 20 de septiembre – hace exactamente 39 años- también tuvo gran repercusión al colapsar estructuras reblandecidas un día antes.

El Sistema nacional de Protección Civil que no existía, se creó en 1986. El Fondo de Desastres Naturales (Fonden), hoy desaparecido, se creó hasta 1996.

El número preciso de muertos, heridos y daños materiales nunca se conoció con precisión. En cuanto a las personas fallecidas, solo existen estimaciones: tres mil 192 fue la cifra oficial, mientras que 20 mil fue el dato más alto, resultante de los cálculos de algunas organizaciones civiles.

Otros tipos de pérdidas señalan que en lo económico fueron de unos ocho mil millones de dólares. Personas que quedaron sin hogar 250 mil; personas que se vieron obligadas a abandonar sus hogares, 900 mil.

En lo político social el sismo de 1985 fue un parteaguas pues significó el surgimiento de grupos políticos y de organizaciones no gubernamentales que derivó en la democratización de la capital del país en 1993 con la creación de la Asamblea de Representantes del DF y la posibilidad de elegir gobernantes en 1997.

Cuando ocurrió el devastador sismo de 1985 México vivía tiempos difíciles; ese año el peso mexicano pasó de 209.97 por dólar a 453.50. Además, ese año se dio la caída del valor de las exportaciones petroleras, que determinó que los ingresos públicos por este concepto se redujeran a 8.4%.

El déficit en 1984 fue de 6.5%; asimismo, el 37.5% del presupuesto público se destinaba para el pago de la deuda pública, tanto interna como externa.

Estas cifras estallaban en cara a la población que entonces empezó a polarizarse y a buscar nuevas formas de organización política que finalmente se vieron reafirmadas con la escisión en el PRI del que se desprendió el Frente Democrático Nacional que competiría en las elecciones de 1988 llevando como líder a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

1985 fue también un año de complicadas relaciones con Estados Unidos cuyo presidente era Ronald Reagan, y su embajador en México, John Gavin.

El 7 de febrero de ese año el piloto Alfredo Zavala Avelar y el agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena Zalazar habían sido torturados hasta la muerte en Guadalajara y sus cuerpos abandonados una semana después en un paraje cercano a Zamora, Michoacán. El 4 de abril de ese año Rafael Caro Quintero fue capturado en San Rafael de Ojo de Agua en Alajuela, Costa Rica.

La única luz, para algunos, en ese fatídico tiempo fue el que la FIFA designó en 1983 a México, por voto de unanimidad, como sede de la Copa Mundial de Futbol para 1986 en sustitución de Colombia que había declinado.

De cualquier forma, nuestra república mexicana, tenía ya un nuevo rumbo, signado por la solidaridad, la presencia activa de un pueblo trabajador y participativo, y el anhelo de una democracia más firme con instituciones adecuadas, separación de poderes y capacidad para prever y emprender un mejor futuro.


El viejo edificio de la calle Fernando Montes de Oca se cimbraba convulsivamente. Eran poco más de las siete de la mañana y en casa nos disponíamos al nuevo día. - Creo que está temblando, me dijo mi esposa. Ve por Laura, vamos al comedor.

Fui por la pequeña a su cuarto y no se nos ocurrió más que guarecernos debajo de la mesa, cerca de una columna que separaba la sala.

Fueron segundos que se hicieron eternos y que culminaron con un brutal “crack” que cimbró parees, ventanas y vigas. Nos miramos a los ojos por silenciosos segundos. “Ya paró”. Dejamos el cobijo de la mesa. “Estuvo fuerte”, “No me dio miedo”, “Voy a bajar y a dar una vuelta a la manzana”, “Prende la tele, a lo mejor dicen algo”, Con cuidado”.

Bajé del cuarto piso por las escaleras; como sombras se escurrieron cerca de mi tres o cuatro vecinos; no hubo saludos ni “buenos días”. Ya abajo, entre las calles de Amatlán y Atlixco, vi un reciente edificio de departamentos, peligrosamente inclinado. Hasta entonces escuché voces y llantos, no sabía bien a bien de dónde venían. En la banqueta dos jovencitas en pijama se abrazaban sin decir nada.

Caminé hacia el Parque México y vi dos edificios aplastados como sándwich. Escuché algún helicóptero de la Sedena sobrevolar –luego fueron retirados por el peligro que sus vibraciones provocaban en edificios cuasi colapsados-.

Volví a casa. “Creo que la cosa es grave”. “No se ve la tele”. “Hoy no vas a ir a la escuela”. “Huele a gas”.

Era Jefe de Información en el Sol de México y aún sin conocer la dimensión del sismo decidí ir a pie al periódico.

Comí cualquier cosa. Se fue la luz. Intentamos saber si las líneas telefónicas habían colapsado; para sorpresa nuestra el teléfono servía. Hablamos a familiares en Satélite y la Florida y por fortuna para nosotros encontramos que todos estábamos bien.

Salí pues de casa. Recorrí Montes de Oca, Michoacán, crucé el Parque México y llegué a Insurgentes: edificios colapsados, aplastados, derruidos, mucha gente caminando, en silencio, sin llanto, como en cámara lenta, se elevaban y descendían al ritmo de sus pasos. Las miradas al frente, como perdidas, sin brillo.

Abajo, uno que otro grito surgido de taxis o de vehículos particulares:

“¡Voy hacia San Ángel sin costo, súbase el que quiera!”, “Rumbo a la Tabacalera ¿alguien quiere ir?”. Y se llenaban los autos. No cobraban el servicio. El transporte público parecía colapsado. Algunos Ruta 100 amarillos avanzaban trabajosamente, pero había pocos. Ya en la Glorieta de Insurgentes advertí que el Metro tampoco funcionaba multitudes rodaban y dudaban hacia dónde dirigirse.

Muchos edificios derruidos, colapsados, y personas, sobre todo jóvenes, tratando de remover piedras, vigas.

Al cruzar Reforma el soberbio edificio del Hotel Continental se veía desgajado en sus pisos superiores al igual que su marquesina, y como éste muchos más.

Ya en la colonia San Rafael, sobre Serapio Rendón y Antonio Caso se veían los pequeños restaurantes y comedores de hoteles repletos de personas que desayunaban. Más que café o leche había botellas y copas de vino en las mesas. Murmullos y susurros.

Después de advertir tanta destrucción en el trayecto, temí por el edificio del periódico –Serapio Rendón y Gómez Farías- ¿Seguiría en pie? ¿Cómo habrían vivido el temblor los voceadores e intendentes? Llegué y el edificio se veía firma. Subí al segundo piso y encontré la oficina con algunas grietas y con los libreros en el piso, pero nada más. Estaba ya ahí el vicepresidente Jorge Viart Ordóñez quien sin mayor preámbulo me invitó a su oficina en el cuarto piso para analizar la situación, hacer los reportes necesarios, revisar cómo estaba el personal de redacción, y preparar la estrategia de información. Recuerdo que sudoroso y seguramente pálido le conté mi trayecto. Me ofreció un coñac que acepté y volví a la oficina.

Marqué y recibí llamadas de reporteras y reporteros. En algunos casos para dar órdenes de información y en otros para responder afirmativamente a permisos solicitados.

Mientras, había construcciones que seguían colapsando, la más impactante, el edificio Nuevo León del complejo residencial Tlatelolco…

Luego vinieron días muy largos, de pesadilla, de estupor, de solidaridad, de transición, de juntas de redacción presididas por don Mario Vázquez Raña presidente de la OEM, de desplazamiento de trabajadores reporteros y reporteras por las entidades que habían sido también alcanzadas por el terremoto, de reportes sobre los albergues, de testimonios compasivos de vecinos que instalaron por sus propios medios, largas mesas en parques y jardines donde ofrecían comida gratuita a voluntarios y socorristas, de recorridos por parques como el de béisbol del Seguro Social convertido en gigantesca morgue donde cientos de cuerpos circundaban el campo en tanto miles de personas avanzaban silenciosas, ya agotadas sus lágrimas, tratando de identificar a sus seres queridos.

El terremoto de 1985 ocurrido el jueves 19 de septiembre inició a las

07:17:49, hora local, y alcanzó una magnitud de 8.1 en la escala de Richter. El epicentro se localizó en el océano Pacífico, frente a la costa de Michoacán, muy cerca del puerto de Lázaro Cárdenas, muy cerca de la desembocadura del río Balsas, límite natural entre los estados de Michoacán y Guerrero; la duración fue de dos minutos.

La réplica acontecida un día después, la noche del 20 de septiembre – hace exactamente 39 años- también tuvo gran repercusión al colapsar estructuras reblandecidas un día antes.

El Sistema nacional de Protección Civil que no existía, se creó en 1986. El Fondo de Desastres Naturales (Fonden), hoy desaparecido, se creó hasta 1996.

El número preciso de muertos, heridos y daños materiales nunca se conoció con precisión. En cuanto a las personas fallecidas, solo existen estimaciones: tres mil 192 fue la cifra oficial, mientras que 20 mil fue el dato más alto, resultante de los cálculos de algunas organizaciones civiles.

Otros tipos de pérdidas señalan que en lo económico fueron de unos ocho mil millones de dólares. Personas que quedaron sin hogar 250 mil; personas que se vieron obligadas a abandonar sus hogares, 900 mil.

En lo político social el sismo de 1985 fue un parteaguas pues significó el surgimiento de grupos políticos y de organizaciones no gubernamentales que derivó en la democratización de la capital del país en 1993 con la creación de la Asamblea de Representantes del DF y la posibilidad de elegir gobernantes en 1997.

Cuando ocurrió el devastador sismo de 1985 México vivía tiempos difíciles; ese año el peso mexicano pasó de 209.97 por dólar a 453.50. Además, ese año se dio la caída del valor de las exportaciones petroleras, que determinó que los ingresos públicos por este concepto se redujeran a 8.4%.

El déficit en 1984 fue de 6.5%; asimismo, el 37.5% del presupuesto público se destinaba para el pago de la deuda pública, tanto interna como externa.

Estas cifras estallaban en cara a la población que entonces empezó a polarizarse y a buscar nuevas formas de organización política que finalmente se vieron reafirmadas con la escisión en el PRI del que se desprendió el Frente Democrático Nacional que competiría en las elecciones de 1988 llevando como líder a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

1985 fue también un año de complicadas relaciones con Estados Unidos cuyo presidente era Ronald Reagan, y su embajador en México, John Gavin.

El 7 de febrero de ese año el piloto Alfredo Zavala Avelar y el agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena Zalazar habían sido torturados hasta la muerte en Guadalajara y sus cuerpos abandonados una semana después en un paraje cercano a Zamora, Michoacán. El 4 de abril de ese año Rafael Caro Quintero fue capturado en San Rafael de Ojo de Agua en Alajuela, Costa Rica.

La única luz, para algunos, en ese fatídico tiempo fue el que la FIFA designó en 1983 a México, por voto de unanimidad, como sede de la Copa Mundial de Futbol para 1986 en sustitución de Colombia que había declinado.

De cualquier forma, nuestra república mexicana, tenía ya un nuevo rumbo, signado por la solidaridad, la presencia activa de un pueblo trabajador y participativo, y el anhelo de una democracia más firme con instituciones adecuadas, separación de poderes y capacidad para prever y emprender un mejor futuro.