/ viernes 2 de agosto de 2024

Contraluz | Fray Esteban Arroyo


Hombre adusto, rostro afilado, ascético, el dominico Fray Esteban Arroyo historiador, periodista, evangelizador y miembro distinguido de la Orden de Predicadores, falleció en su celda de la Casa de Santo Domingo de Querétaro la mañana del día de Navidad de 2004 a los 94 años, asistido por su fiel enfermera Alicia y sus hermanos de hábito.

Tuve la fortuna de conocerlo pues me tocó a mí recibir sus colaboraciones que cada semana llevaba personalmente a Noticias para que fuesen publicadas los jueves.

Textos impecables, limpios, sin tachaduras, abordaban diversos temas que desde la filosofía y teología, así como el pensamiento de los padres de la Iglesia, abonaban su tarea de evangelizador e historiador yendo a la reflexión profunda, enterada y escrita con sencillez.

Aunque de carácter fuerte, era un hombre amable, adusto y austero, sin artificios ni afectaciones. Hablaba poco y no era difícil adivinar en él a un hombre de piedad y de estudio: Dios, su Orden y la importancia de la historia, eran sus centros.

Muchas veces lo vi solitario, ligero, caminar por el centro de nuestra ciudad, admirando templos, casonas y jardines.

Supe de sus andanzas anteriores a su larga estadía en Querétaro por Manuel Herrera Castañeda quien me puso al tanto de que a Fray Esteban Arroyo se debía la remodelación del gran Convento de Santo Domingo en Oaxaca quien con enorme empeño había organizado a ebanistas y alarifes de aquella gran ciudad quienes por muy poco habían logrado devolver la majestuosidad al retablo mayor, convento y templo oaxaqueños, orgullo de aquella gran ciudad.

Fray Esteban había nacido en Sotillo de San Vitores, Santander, España, el 21 de noviembre de 1910, en una familia muy humilde.

De niño estudió en la Escuela Apostólica de Las Caldas de Besaya y en 1927, tomó el hábito en el Convento de San Juan Bautista de Corias, donde profesó y cursó los estudios de filosofía.

Estudió teología en el convento de San Esteban de Salamanca y el 22 de septiembre de 1934 fue ordenado sacerdote en la casa episcopal de la Diócesis de Zamora.

En 1936, antes del inicio de la guerra civil española, fue asignado a la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en San Antonio Texas donde en medio de sus labores ministeriales tuvo oportunidad de aprender inglés.

En 1937 fue destinado a la Casa de Aguascalientes, donde la comunidad y su entrega al apostolado le ayudaron a poner en manos de Dios su preocupación por la falta de noticias de su familia, que se encontraba en España padeciendo la guerra civil. “Mi asignación a Aguascalientes fue un consuelo”, referiría después sobre los días de angustia e incertidumbre por su patria y su familia.

En la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, fue destinado a laborar en San Luis Potosí, La Candelaria y San Vicente Ferrer. Fue precisamente en la Ciudad de México, donde fray Esteban enfermó de tuberculosis, siendo hospitalizado por varios meses en los que los médicos no le daban esperanzas de vida.

Pese a su deteriorada salud, en la Casa de San Vicente Ferrer fray Esteban Arroyo alentó a la señora Leonor Baqueriza a fundar en 1948, la congragación de las Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana, dedicada a la evangelización, la catequesis y la labor socio-educativa entre las familias más pobres. Este acompañamiento lo continuó hasta su muerte el padre Joaquín Peñamaría.

En 1953, aún delicado de salud, fray Esteban fue destinado a la Casa de Oaxaca, donde fue Superior de 1953 a 1959, años en que logró la reconstrucción del retablo mayor del templo con importante apoyo económico y laboral de los fieles.

Mientras los ebanistas oaxaqueños tallaban el gran retablo, el padre Arroyo inició la redacción de sus libros de historia y colaboraciones con los periódicos locales atendiendo el culto con la ayuda de fray Pascual Hernando.

Ahí escribió una biografía del cronista del siglo XVII, fray Francisco de Burgoa, una guía del templo y exconvento de Oaxaca y una relación de los misioneros y fundaciones dominicas en el siglo XVI y XVII.

En 1959, al concluir su gran obra Oaxaqueña, fray Esteban pensó volver y vivir definitivamente en España siendo asignado como capellán al Monasterio de las Monjas dominicas de Santa María la Real, en la población de Medina del Campo, provincia de Valladolid.

Sin embargo, allí sólo permaneció algunos meses porque no se adaptó al duro clima de Castilla, y se vio forzado a pedir su regreso a México.

A la Casa de Querétaro llegó en 1969, y en ella fue cinco periodos Superior, en ese tiempo mejoró el templo, impartió clases de Biblia, espiritualidad e historia, colaboró con el periódico Noticias y publicó más de diez libros de historia de la Orden en México así como folletos y boletines.

En 1989, con otros frailes, fundó el Instituto Dominicano de Investigaciones Históricas, cuya sede es la Casa de Querétaro.

En los últimos años de su vida, colaboró en la formación espiritual y académica de las religiosas de la congregación de las Hermanas Dominicas de María, en el santuario de Atotonilco, impartiéndoles clases y escribiendo la biografía de su fundadora, la madre María Almaguer.

En 1993, en reconocimiento a su labor en la construcción del retablo mayor del Templo de Santo Domingo de Oaxaca y a su extensa historiografía, el gobierno de ese estado le otorgó el diploma de oaxaqueño ilustre, en un emotivo homenaje organizado en la Casa de Oaxaca, ciudad a la que en la primavera de 2004, fray Esteban viajó por última vez para recibir el nombramiento de ciudadano distinguido y la imposición de la medalla Donají, en una sesión solemne del Cabildo de la ciudad el 25 de abril: ahí, el padre Esteban leyó su nombre grabado en el salón de Cabildos, junto al de otros ilustres oaxaqueños.

Aún tuvo fortaleza para visitar el árbol de Tule, las zonas arqueológicas de Mitla y Monte Albán y sobre todo a saludar a la Virgen María de la Soledad.

Dechado de humildad, en septiembre de 2004 cumplió 70 años de sacerdocio; él no quería ninguna fiesta, sólo aceptó que se celebrara una misa solemne de acción de gracias que fue presidida por el Prior Provincial, fray Jorge Rafael Díaz Núñez, acompañado de muchos sacerdotes y fieles. En los últimos meses de 2004, la salud del padre Arroyo se fue deteriorando.

La víspera de su muerte, el día de la Nochebuena, coincidieron en la Casa de Querétaro el obispo de la diócesis, don Mario de Gasperín y el Maestro de la Orden, fray Carlos Azpiroz quienes pasaron a su celda y le dieron su bendición.

A las 9:45 del día de la Natividad del Señor, mientras las dominicas cantaban la Salve Fray Esteban que sirvió a Querétaro durante varias décadas; a su Orden y a Dios toda la vida, entregó su alma al Señor.


Hombre adusto, rostro afilado, ascético, el dominico Fray Esteban Arroyo historiador, periodista, evangelizador y miembro distinguido de la Orden de Predicadores, falleció en su celda de la Casa de Santo Domingo de Querétaro la mañana del día de Navidad de 2004 a los 94 años, asistido por su fiel enfermera Alicia y sus hermanos de hábito.

Tuve la fortuna de conocerlo pues me tocó a mí recibir sus colaboraciones que cada semana llevaba personalmente a Noticias para que fuesen publicadas los jueves.

Textos impecables, limpios, sin tachaduras, abordaban diversos temas que desde la filosofía y teología, así como el pensamiento de los padres de la Iglesia, abonaban su tarea de evangelizador e historiador yendo a la reflexión profunda, enterada y escrita con sencillez.

Aunque de carácter fuerte, era un hombre amable, adusto y austero, sin artificios ni afectaciones. Hablaba poco y no era difícil adivinar en él a un hombre de piedad y de estudio: Dios, su Orden y la importancia de la historia, eran sus centros.

Muchas veces lo vi solitario, ligero, caminar por el centro de nuestra ciudad, admirando templos, casonas y jardines.

Supe de sus andanzas anteriores a su larga estadía en Querétaro por Manuel Herrera Castañeda quien me puso al tanto de que a Fray Esteban Arroyo se debía la remodelación del gran Convento de Santo Domingo en Oaxaca quien con enorme empeño había organizado a ebanistas y alarifes de aquella gran ciudad quienes por muy poco habían logrado devolver la majestuosidad al retablo mayor, convento y templo oaxaqueños, orgullo de aquella gran ciudad.

Fray Esteban había nacido en Sotillo de San Vitores, Santander, España, el 21 de noviembre de 1910, en una familia muy humilde.

De niño estudió en la Escuela Apostólica de Las Caldas de Besaya y en 1927, tomó el hábito en el Convento de San Juan Bautista de Corias, donde profesó y cursó los estudios de filosofía.

Estudió teología en el convento de San Esteban de Salamanca y el 22 de septiembre de 1934 fue ordenado sacerdote en la casa episcopal de la Diócesis de Zamora.

En 1936, antes del inicio de la guerra civil española, fue asignado a la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en San Antonio Texas donde en medio de sus labores ministeriales tuvo oportunidad de aprender inglés.

En 1937 fue destinado a la Casa de Aguascalientes, donde la comunidad y su entrega al apostolado le ayudaron a poner en manos de Dios su preocupación por la falta de noticias de su familia, que se encontraba en España padeciendo la guerra civil. “Mi asignación a Aguascalientes fue un consuelo”, referiría después sobre los días de angustia e incertidumbre por su patria y su familia.

En la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, fue destinado a laborar en San Luis Potosí, La Candelaria y San Vicente Ferrer. Fue precisamente en la Ciudad de México, donde fray Esteban enfermó de tuberculosis, siendo hospitalizado por varios meses en los que los médicos no le daban esperanzas de vida.

Pese a su deteriorada salud, en la Casa de San Vicente Ferrer fray Esteban Arroyo alentó a la señora Leonor Baqueriza a fundar en 1948, la congragación de las Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana, dedicada a la evangelización, la catequesis y la labor socio-educativa entre las familias más pobres. Este acompañamiento lo continuó hasta su muerte el padre Joaquín Peñamaría.

En 1953, aún delicado de salud, fray Esteban fue destinado a la Casa de Oaxaca, donde fue Superior de 1953 a 1959, años en que logró la reconstrucción del retablo mayor del templo con importante apoyo económico y laboral de los fieles.

Mientras los ebanistas oaxaqueños tallaban el gran retablo, el padre Arroyo inició la redacción de sus libros de historia y colaboraciones con los periódicos locales atendiendo el culto con la ayuda de fray Pascual Hernando.

Ahí escribió una biografía del cronista del siglo XVII, fray Francisco de Burgoa, una guía del templo y exconvento de Oaxaca y una relación de los misioneros y fundaciones dominicas en el siglo XVI y XVII.

En 1959, al concluir su gran obra Oaxaqueña, fray Esteban pensó volver y vivir definitivamente en España siendo asignado como capellán al Monasterio de las Monjas dominicas de Santa María la Real, en la población de Medina del Campo, provincia de Valladolid.

Sin embargo, allí sólo permaneció algunos meses porque no se adaptó al duro clima de Castilla, y se vio forzado a pedir su regreso a México.

A la Casa de Querétaro llegó en 1969, y en ella fue cinco periodos Superior, en ese tiempo mejoró el templo, impartió clases de Biblia, espiritualidad e historia, colaboró con el periódico Noticias y publicó más de diez libros de historia de la Orden en México así como folletos y boletines.

En 1989, con otros frailes, fundó el Instituto Dominicano de Investigaciones Históricas, cuya sede es la Casa de Querétaro.

En los últimos años de su vida, colaboró en la formación espiritual y académica de las religiosas de la congregación de las Hermanas Dominicas de María, en el santuario de Atotonilco, impartiéndoles clases y escribiendo la biografía de su fundadora, la madre María Almaguer.

En 1993, en reconocimiento a su labor en la construcción del retablo mayor del Templo de Santo Domingo de Oaxaca y a su extensa historiografía, el gobierno de ese estado le otorgó el diploma de oaxaqueño ilustre, en un emotivo homenaje organizado en la Casa de Oaxaca, ciudad a la que en la primavera de 2004, fray Esteban viajó por última vez para recibir el nombramiento de ciudadano distinguido y la imposición de la medalla Donají, en una sesión solemne del Cabildo de la ciudad el 25 de abril: ahí, el padre Esteban leyó su nombre grabado en el salón de Cabildos, junto al de otros ilustres oaxaqueños.

Aún tuvo fortaleza para visitar el árbol de Tule, las zonas arqueológicas de Mitla y Monte Albán y sobre todo a saludar a la Virgen María de la Soledad.

Dechado de humildad, en septiembre de 2004 cumplió 70 años de sacerdocio; él no quería ninguna fiesta, sólo aceptó que se celebrara una misa solemne de acción de gracias que fue presidida por el Prior Provincial, fray Jorge Rafael Díaz Núñez, acompañado de muchos sacerdotes y fieles. En los últimos meses de 2004, la salud del padre Arroyo se fue deteriorando.

La víspera de su muerte, el día de la Nochebuena, coincidieron en la Casa de Querétaro el obispo de la diócesis, don Mario de Gasperín y el Maestro de la Orden, fray Carlos Azpiroz quienes pasaron a su celda y le dieron su bendición.

A las 9:45 del día de la Natividad del Señor, mientras las dominicas cantaban la Salve Fray Esteban que sirvió a Querétaro durante varias décadas; a su Orden y a Dios toda la vida, entregó su alma al Señor.