/ viernes 26 de julio de 2024

Contraluz | Monroy e Híjar


Allá por los años 70s del siglo pasado el sacerdote dominico Esteban Arroyo, historiador, articulista y hombre culto, afable y adusto, me habló de Fray Antonio de Monroy e Híjar ilustre queretano del siglo XVII quien en Roma fue superior general de la orden de los padres dominicos y posteriormente Arzobispo de Santiago de Compostela, España, durante más de 30 años.

Me regaló entonces un libro cuyo autor era Fr. Secundino Martín O.P. intitulado “Fr. Antonio de Monroy e Yjar Dominico Mexicano, Maestro General de la Orden y Arzobispo de Santiago de Compostela”, de la Editorial Jus. México 1968.

Supe entonces de aquel queretano nacido en 1634 que se distinguió por su sapiencia, humildad y prudencia en los altos cargos que ocupó y del amplio reconocimiento, no sin episodios dolorosos, que tuvo por su enorme calidad humana, su talento, su fidelidad y su entrega al prójimo a lo largo de su vida.

Nacido en Querétaro y bautizado en la entonces Parroquia de Santiago –hoy San Francisco-, son muchas las obras impresas que recuerdan la vida de Monroy e Híjar; las primeras, son relatos de las exequias celebradas en México apenas llegó la noticia de su muerte en Santiago, en 1715. Antonio de Villaseñor y Monroy, sobrino del fraile, era rector de la Universidad mexicana y arcediano de la Catedral cuando se publicaron las Oraciones panegyricas funebres. En las exequias del […] doctor y maestro don fr. Antonio de Monroy, señor, y arçobispo de […] Santiago de Galicia.

Por su parte, Lucas de Verdiguer Ysasi, canónigo que también había sido rector de la universitas en México, escribió Moysés retratado en la vida, virtudes, y muerte de Fr. Antonio de Monroy, Señor, y Arçobispo de Santiago de Galicia.

En su figura y las obras que la recuerdan, se plasma en parte la construcción de la identidad novohispana.

En 1803 se reeditó el Epítome de las Glorias de Querétaro que Carlos de Sigüenza y Góngora había publicado en 1680, obra dedicada a la fundación de la Congregación de María Santísima de Guadalupe.

El autor incluye en ella a personajes queretanos que influyeron en la devoción a este culto. José de Zelaá e Hidalgo, responsable de la reedición, revisión y actualización de la original, fundamenta la necesidad de esta reedición en la exigua cantidad de sólo cuatro ejemplares de esta obra en la capital novohispana, y de las actualizaciones de su autoría, ya que la obra de Sigüenza “era muy sucinta y diminuta”.

Ahí, Monroy es presentado como un fraile humilde: “siempre vistió un hábito pobre de xerguetilla, por unas partes roto, y por otras muy mal remendado de su mano: su habitación era una pieza bien estrecha, sin más adorno que quatro estampas de papel y unas cortinas de bayeta azul, que le duraron treinta años […]”.

Zelaá se valió de lo publicado por varios autores, e incluso refiere cartas pastorales y correspondencia, particularmente la que el fraile enviara al Marqués de la Mejorada sobre la controversia en torno a la superioridad del poder espiritual sobre el temporal.

En 1864, José López de la Vega publicó una biografía de Monroy en tono laudatorio en la revista quincenal Galicia: Revista Universal de este Reino, donde destaca antecedentes familiares de Monroy e incluye el pasaje de su vida que, siguiendo un manuscrito de inicios del siglo XVIII, explica su incorporación a la orden de predicadores, aun después de contar con estudios universitarios: según el autor, mientras estaba leyendo de noche en sus aposentos, Monroy advirtió un resplandor en su recámara, que identificó como “una efigie de un religioso dominico que desapareció luego”.

La gestión de Monroy como general de la orden fue excepcional según lo expresado por su sucesor el francés dominico Antonin Cloche.

Menciona López de la Vega las obras que el fraile novohispano financió en Galicia, añadiendo que toda la plata donada para obras pías fue enviada desde Nueva España: “mandándole su familia de Méjico a menudo gruesas sumas, que llevaban el mismo orden de distribución que las de sus rentas”.

En los años setenta del mismo siglo XVIII, Bernardo Barreiro, literato e historiador de oficio, publicó una novela en que refiere el origen del prelado -“un rico mejicano” que no necesita las alhajas del arzobispado- como un beneficio local, pues Monroy habría de administrar la jurisdicción sin intervenir ni explotar a los gallegos.

El primer trabajo en que se contextualizó la gestión de Monroy fue el del canónigo Antonio López Ferreiro, quien en el tomo IX de su Historia de la Santa A.M. Iglesia de Santiago de Compostela (1898), obra clásica de la historia eclesiástica gallega, dedicó dos capítulos al religioso, sin dejar de mencionar sus años de formación en México.

En apenas dos páginas, López Ferreiro resume los datos biográficos de Monroy, siguiendo con la descripción de los preparativos y desarrollo de la visita de la reina y de su hermano a la catedral de Santiago en 1690, durante la gestión del queretano, y la intención de éste de celebrar capítulo provincial en 1691.

El autor se detiene en el episodio conflictivo entre Felipe V y el papa Inocencio XI, sobre el cual, en 1709, el arzobispo Monroy escribiera una carta al Marqués de la Mejorada, secretario del rey. La misiva es una respuesta a la expulsión del nuncio por parte del rey borbón como represalia por las supuestas intenciones del papa de reconocer al archiduque Carlos como rey de España.

La carta del prelado, escrita en el contexto de la Guerra de Sucesión, hacía referencia al hereje antipapista Enrique VIII. Su propósito era convencer al monarca de restituir los vínculos institucionales con Roma y evitar así una comparación semejante.

En 1946, se publicó la obra del franciscano Manuel R. Pazos, quien dedicó el primer tomo de El episcopado gallego a la luz de documentos romanos a los prelados de Santiago de la época moderna.

En 1959, Luis Maiz Eleizegui, un seglar promotor de la cultura xacobea, publicó un pequeño artículo en el Boletín de la Archicofradía del Glorioso Apóstol Santiago, en el que, además de ofrecer una biografía que sintetiza la larga lista de donaciones de Monroy, atribuye al fraile habilidades políticas en la resolución de los problemas en la gestión del arzobispado. Entre estos conflictos menciona las pretensiones de Francia sobre los bienes eclesiásticos españoles, o la polémica propuesta de sustitución del apóstol Santiago como patrono de España por San Genaro, situaciones que, a decir del autor, “fueron resueltas favorablemente por el arzobispo Monroy con gran diligencia y singular prudencia”.

Y como se dijo al principio, a finales de los años sesenta del siglo pasado, el dominico, Secundino Martín, publicó una obra sobre su hermano de orden, Fr. Antonio de Monroy e Yjar, dominico mexicano, maestro general de la orden y arzobispo de Compostela, en la que reprodujo documentos sobre la vida del religioso.

Fue la primera obra mexicana dedicada exclusivamente al prelado.

En los años ochenta aparecen los primeros estudios realizados desde la historia del arte, rescatando la labor de mecenazgo de Monroy.

María Teresa Ríos Miramontes presentó en 1980 su tesis doctoral titulada “El mecenazgo del arzobispo Monroy. Un capítulo del barroco compostelano”.

En la introducción, la autora se ocupa de la biografía de Monroy mediante algunos aspectos importantes de su gestión arzobispal y de su relación con Carlos II sin perder de vista su objetivo: la contribución del fraile a la construcción arquitectónica de la capital gallega.

En 1996, el fraile Santiago Rodríguez publica con adiciones la segunda edición de la obra de Secundino Martín, bajo el título Fray Antonio de Monroy: dominico gloria de Querétaro. Rodríguez incorporó un estudio sobre la familia del dominico Monroy, dedicando apartados específicos a cada uno de los hermanos del prelado e incluyendo un facsímil del impreso Moisés retratado publicado en el siglo XVIII.

Los discursos pronunciados en la presentación del libro, el año siguiente, también fueron editados: el distinguido investigador Rodolfo Anaya Larios se refiere a Monroy como “el primer queretano universal”; mientras que el apreciado dominico Miguel Concha Malo atribuye a Fray Antonio la conciencia criolla y afirma que ésta condujo su labor como general y como arzobispo.


Allá por los años 70s del siglo pasado el sacerdote dominico Esteban Arroyo, historiador, articulista y hombre culto, afable y adusto, me habló de Fray Antonio de Monroy e Híjar ilustre queretano del siglo XVII quien en Roma fue superior general de la orden de los padres dominicos y posteriormente Arzobispo de Santiago de Compostela, España, durante más de 30 años.

Me regaló entonces un libro cuyo autor era Fr. Secundino Martín O.P. intitulado “Fr. Antonio de Monroy e Yjar Dominico Mexicano, Maestro General de la Orden y Arzobispo de Santiago de Compostela”, de la Editorial Jus. México 1968.

Supe entonces de aquel queretano nacido en 1634 que se distinguió por su sapiencia, humildad y prudencia en los altos cargos que ocupó y del amplio reconocimiento, no sin episodios dolorosos, que tuvo por su enorme calidad humana, su talento, su fidelidad y su entrega al prójimo a lo largo de su vida.

Nacido en Querétaro y bautizado en la entonces Parroquia de Santiago –hoy San Francisco-, son muchas las obras impresas que recuerdan la vida de Monroy e Híjar; las primeras, son relatos de las exequias celebradas en México apenas llegó la noticia de su muerte en Santiago, en 1715. Antonio de Villaseñor y Monroy, sobrino del fraile, era rector de la Universidad mexicana y arcediano de la Catedral cuando se publicaron las Oraciones panegyricas funebres. En las exequias del […] doctor y maestro don fr. Antonio de Monroy, señor, y arçobispo de […] Santiago de Galicia.

Por su parte, Lucas de Verdiguer Ysasi, canónigo que también había sido rector de la universitas en México, escribió Moysés retratado en la vida, virtudes, y muerte de Fr. Antonio de Monroy, Señor, y Arçobispo de Santiago de Galicia.

En su figura y las obras que la recuerdan, se plasma en parte la construcción de la identidad novohispana.

En 1803 se reeditó el Epítome de las Glorias de Querétaro que Carlos de Sigüenza y Góngora había publicado en 1680, obra dedicada a la fundación de la Congregación de María Santísima de Guadalupe.

El autor incluye en ella a personajes queretanos que influyeron en la devoción a este culto. José de Zelaá e Hidalgo, responsable de la reedición, revisión y actualización de la original, fundamenta la necesidad de esta reedición en la exigua cantidad de sólo cuatro ejemplares de esta obra en la capital novohispana, y de las actualizaciones de su autoría, ya que la obra de Sigüenza “era muy sucinta y diminuta”.

Ahí, Monroy es presentado como un fraile humilde: “siempre vistió un hábito pobre de xerguetilla, por unas partes roto, y por otras muy mal remendado de su mano: su habitación era una pieza bien estrecha, sin más adorno que quatro estampas de papel y unas cortinas de bayeta azul, que le duraron treinta años […]”.

Zelaá se valió de lo publicado por varios autores, e incluso refiere cartas pastorales y correspondencia, particularmente la que el fraile enviara al Marqués de la Mejorada sobre la controversia en torno a la superioridad del poder espiritual sobre el temporal.

En 1864, José López de la Vega publicó una biografía de Monroy en tono laudatorio en la revista quincenal Galicia: Revista Universal de este Reino, donde destaca antecedentes familiares de Monroy e incluye el pasaje de su vida que, siguiendo un manuscrito de inicios del siglo XVIII, explica su incorporación a la orden de predicadores, aun después de contar con estudios universitarios: según el autor, mientras estaba leyendo de noche en sus aposentos, Monroy advirtió un resplandor en su recámara, que identificó como “una efigie de un religioso dominico que desapareció luego”.

La gestión de Monroy como general de la orden fue excepcional según lo expresado por su sucesor el francés dominico Antonin Cloche.

Menciona López de la Vega las obras que el fraile novohispano financió en Galicia, añadiendo que toda la plata donada para obras pías fue enviada desde Nueva España: “mandándole su familia de Méjico a menudo gruesas sumas, que llevaban el mismo orden de distribución que las de sus rentas”.

En los años setenta del mismo siglo XVIII, Bernardo Barreiro, literato e historiador de oficio, publicó una novela en que refiere el origen del prelado -“un rico mejicano” que no necesita las alhajas del arzobispado- como un beneficio local, pues Monroy habría de administrar la jurisdicción sin intervenir ni explotar a los gallegos.

El primer trabajo en que se contextualizó la gestión de Monroy fue el del canónigo Antonio López Ferreiro, quien en el tomo IX de su Historia de la Santa A.M. Iglesia de Santiago de Compostela (1898), obra clásica de la historia eclesiástica gallega, dedicó dos capítulos al religioso, sin dejar de mencionar sus años de formación en México.

En apenas dos páginas, López Ferreiro resume los datos biográficos de Monroy, siguiendo con la descripción de los preparativos y desarrollo de la visita de la reina y de su hermano a la catedral de Santiago en 1690, durante la gestión del queretano, y la intención de éste de celebrar capítulo provincial en 1691.

El autor se detiene en el episodio conflictivo entre Felipe V y el papa Inocencio XI, sobre el cual, en 1709, el arzobispo Monroy escribiera una carta al Marqués de la Mejorada, secretario del rey. La misiva es una respuesta a la expulsión del nuncio por parte del rey borbón como represalia por las supuestas intenciones del papa de reconocer al archiduque Carlos como rey de España.

La carta del prelado, escrita en el contexto de la Guerra de Sucesión, hacía referencia al hereje antipapista Enrique VIII. Su propósito era convencer al monarca de restituir los vínculos institucionales con Roma y evitar así una comparación semejante.

En 1946, se publicó la obra del franciscano Manuel R. Pazos, quien dedicó el primer tomo de El episcopado gallego a la luz de documentos romanos a los prelados de Santiago de la época moderna.

En 1959, Luis Maiz Eleizegui, un seglar promotor de la cultura xacobea, publicó un pequeño artículo en el Boletín de la Archicofradía del Glorioso Apóstol Santiago, en el que, además de ofrecer una biografía que sintetiza la larga lista de donaciones de Monroy, atribuye al fraile habilidades políticas en la resolución de los problemas en la gestión del arzobispado. Entre estos conflictos menciona las pretensiones de Francia sobre los bienes eclesiásticos españoles, o la polémica propuesta de sustitución del apóstol Santiago como patrono de España por San Genaro, situaciones que, a decir del autor, “fueron resueltas favorablemente por el arzobispo Monroy con gran diligencia y singular prudencia”.

Y como se dijo al principio, a finales de los años sesenta del siglo pasado, el dominico, Secundino Martín, publicó una obra sobre su hermano de orden, Fr. Antonio de Monroy e Yjar, dominico mexicano, maestro general de la orden y arzobispo de Compostela, en la que reprodujo documentos sobre la vida del religioso.

Fue la primera obra mexicana dedicada exclusivamente al prelado.

En los años ochenta aparecen los primeros estudios realizados desde la historia del arte, rescatando la labor de mecenazgo de Monroy.

María Teresa Ríos Miramontes presentó en 1980 su tesis doctoral titulada “El mecenazgo del arzobispo Monroy. Un capítulo del barroco compostelano”.

En la introducción, la autora se ocupa de la biografía de Monroy mediante algunos aspectos importantes de su gestión arzobispal y de su relación con Carlos II sin perder de vista su objetivo: la contribución del fraile a la construcción arquitectónica de la capital gallega.

En 1996, el fraile Santiago Rodríguez publica con adiciones la segunda edición de la obra de Secundino Martín, bajo el título Fray Antonio de Monroy: dominico gloria de Querétaro. Rodríguez incorporó un estudio sobre la familia del dominico Monroy, dedicando apartados específicos a cada uno de los hermanos del prelado e incluyendo un facsímil del impreso Moisés retratado publicado en el siglo XVIII.

Los discursos pronunciados en la presentación del libro, el año siguiente, también fueron editados: el distinguido investigador Rodolfo Anaya Larios se refiere a Monroy como “el primer queretano universal”; mientras que el apreciado dominico Miguel Concha Malo atribuye a Fray Antonio la conciencia criolla y afirma que ésta condujo su labor como general y como arzobispo.