A mediados del siglo pasado la Plaza de la Independencia o Plaza de Arriba mejor conocida hoy como Plaza de Armas se engalanaba profusamente en torno a dos festividades especiales: el Jueves de Corpus Christi y el Día de Todos Santos.
En ambas ocasiones el Jardín se repletaba de puestos de artesanos – generalmente de Querétaro, Guanajuato y Michoacán- en donde se expendían pequeñas maravillas que ilusionaban a todos los niños: tambores y cornetas de hojalata –que duraban poco pues los adultos los escondían o tiraban al poco tiempo para guarecer sus sagrados oídos del tumulto acústico-, caballitos de cartón y carrizo, extrañas muñecas de cartón pintadas con hirientes colores, colguijes de fantasía, “entierros” con muñequitos hechos de papel con cabezas de garbanzo, y por supuesto calaveras de todos tipos: de arcilla pintadas de blanco, que al tirar de un cordón insertado de la cabeza a las mandíbulas hacían clac clac, de chocolate, de azúcar con nombres pintados con azúcar de color en la frente… muñecos esqueléticos (monos) de alambre, máscaras de todo tipo: de diablos, de luchadores, de animales, de personajes de moda…
Como ocurría en Día de Reyes, había qué portarse bien –mínimo toda una semana- para que el día de Todos Santos nuestros papás nos dieran una mesada un poco superior a las de los domingos, para comprar en el tianguis perfectamente ordenado que se colocaba dentro de la Plaza y en las cuatro calles que la circundaban. Por las noches encendían faroles bajo los techos de manta y se expendían aguas frescas, jarritos, tacos, enchiladas y todo lo que conformaba los festines callejeros.
Por la mañana había qué ir a Misa –no había clases en las escuelas, pues era fiesta de guardar-.
En ese entonces los adultos y catequistas enseñaban que se trataba de festejar a todos los santos anónimos que no estaban en el calendario religioso; pero también decían que era el día para festejar a todos los santos chiquitos que se habían ido al cielo sin conocer el mal; en ese entonces casi todas las familias habían perdido a algún niñito o niñita de pocos días o semanas que “no se había logrado”, según nos decían para evitar la palabra muerte.
Y entonces en medio del asueto había algo de fiesta al interior de las casas; si se había perdido algún infante o infanta chiquitos se hacía un pastel o se compraba “pan de muerto” que se comía, luego de apagar velitas muy blancas, con chocolate o champurrado.
Ese día de Todos Santos había personas que iban a los cementerios, tanto a visitar las tumbas de los “santos chiquitos” como también, algunos en poca cantidad, a los adultos fallecidos, para evitar ir al día siguiente que se poblaban extensamente por ser el Día de Muertos. El sincretismo estaba presente en todo su esplendor: colores, olores, sabores, música; fiesta y llanto, envolvían las celebraciones.
Tampoco faltaban las muy leídas “calaveras vaciladoras” que en los periódicos o en panfletos especiales, octavillas les decían, se hacían circular entre familias y vecinos.
La costumbre de levantar altares de muertos y los desfiles de catrinas llegaría después a Querétaro.
En la catequesis de los sábados, se nos informaba que fue el papa Bonifacio IV quien inició formalmente lo que más tarde se conocería como el Día de Todos los Santos, el 13 de mayo en el año 609, cuando dedicó el Panteón de Roma como iglesia en honor a la Virgen María y a todos los mártires.
La fecha actual del 1 de noviembre fue establecida posteriormente por el papa Gregorio III durante su mandato (731-741) cuando dedicó una capilla en la Basílica de San Pedro de Roma en honor a Todos los Santos. La festividad se extendió a toda la Iglesia en el año 837 con el Papa Gregorio IV.
Se explicaba entonces que mientras muchos santos canonizados se celebran con sus propias fiestas individuales, los santos que no han sido canonizados no tienen una celebración en particular. Por ello el Día de Todos los Santos reconoce a aquellos cuya santidad solo la conoce Dios.
En las celebraciones de Todos Santos y Día de Muertos la aportación esencialmente hispana ha sido arropada por rasgos de sincretismo de los diversos grupos sociales originarios, así como de las transformaciones resueltas en el mestizaje.
De ahí las danzas y los cánticos; los brillantes colores, las flores, especialmente cempasúchil; los aromas, incienso y copal; y las celebraciones de visitas recíprocas de vivos a muertos y de muertos a vivos en ejercicio multidimensional de trascendencia y de plenitud en donde el Dios de misericordia sonríe y acoge.
En Querétaro fue en la segunda parte del siglo pasado cuando se fomentó a través de concursos en escuelas y lugares públicos el arreglo de “altares de muertos”, mientras se mantuvieron las tradiciones de las calaveras literarias así como la vendimia de las de azúcar y chocolate; y la elaboración del “pan de muerto”.
Fue entonces cuando se empezó a desplegar en edificios públicos el diseño y armado de altares diseñados por artistas queretanos, el más importante en Plaza de Armas dedicado a un personaje queretano o relacionado con Querétaro.
En otros ámbitos locales fueron apareciendo distintas celebraciones como las que ocurren en la ruta del queso, el vino y el arte. En tanto que los numerosos grupos teatrales de la ciudad escenifican obras alusivas teniendo como centro el drama de Zorrilla de Don Juan Tenorio con diversas adaptaciones.
Asimismo, se designa el espacio para el festejo de Todos Santos que ya no es como hace años en la Plaza de la Independencia o Plaza de
Armas, sino que ha recorrido diversos escenarios como el tramo de Zaragoza lateral a la Alameda Hidalgo, el Jardín Guerrero, la Av. Madero entre Allende y Guerrero, donde, como hace décadas, se expenden flores, adornos de papel picado, máscaras artesanales, calaveras, “catrinas”, “cortejos fúnebres”, muñecos de cartón y arcilla, carteles con calaveras de Guadalupe Posada, etcétera. Como siempre, el Día de Muertos, muchas familias asistirán a los panteones y a las criptas de los templos donde se guardan cenizas y restos de sus seres queridos.
El misterio de la muerte será recordado además en diversos altares tanto en escuelas como en viviendas y en lugares públicos entre los que destacan el Centro Estatal de las Artes (CEART), la Galería Libertad, el Museo de la Ciudad, el Museo de los Conspiradores, el
Museo de Arte Contemporáneo, el Museo de la Restauración de la República, el Museo de Arte.
Entre las actividades culturales por el Día de Muertos habrá qué destacar el monólogo de la Catrina Doña Josefa de Erik de Luna celebrado la noche del día 30.
El espectáculo de danza teatro “Fortunato, el Diablo y la Muerte” de la Compañía Folklórica de la UAQ presentado anoche en la Alameda Hidalgo.
El Espectáculo de clown “La Fanfarrie” programado para hoy a las 16:00 horas, así como el concierto de “rock para mover el esqueleto” con Rockstalgia a las 19:30 horas.
Para mañana, la función de marionetas a cargo del célebre Leonardo Kosta a las 16:00 horas.
Y el domingo el concierto infantil de La tripulación a las 14:00 horas en la Alameda.
Y la presentación de la Camerata, el Coro y Voces Concertistas, en el Teatro de la Ciudad a las 18:00 horas.
Todos Santos y el Día de Muertos volverán a ser celebraciones de fiesta y de duelo, ofrendas de vida y muerte, memoria y presente, fe y esperanza, credo y opción anhelante por el bien y el amor trascendental.