Muchos adjetivos pueden otorgarse a dos años de la victoria en las urnas de Andrés Manuel López Obrador. Depende del lado de la acera en la que estés, pues en este amplio espectro han cabido desde la descalificación hasta el aplauso, desde el júbilo hasta el hartazgo, desde el desconcierto hasta la esperanza, pasando por la apatía, el desconocimiento o incluso el rechazo total a la vida pública de la nación.
Más allá de la discusión sobre el rumbo del país, sobre los resultados o las carencias de las políticas públicas de esta administración, la discusión se ha centrado en definir bandos, estereotipos, en marcar líneas imaginarias, en segmentar, polarizar y dividir.
Hemos caído como sociedad en la calumnia fácil, lo mismo nos enciende la falta de medicamentos para niños con cáncer que las inoportunas declaraciones de algún funcionario, o que los españoles, 500 años después, no hayan pedido perdón por la conquista.
Como sociedad, hemos capitulado gratuitamente al debate público de alto nivel que construye en positivo un país con futuro y hemos dado paso a una permanente vendetta de unos hacia otros, en una acción que se ufana en abrir cicatrices del pasado y validar posicionamientos históricos. No importa ya el bien común sino tener la razón, vencer al contrario, aún cuando los argumentos sean totalmente falaces.
Y no es totalmente nuestra culpa, pues el ejecutivo federal ha contribuido diariamente a crear estos marcos mentales, que si bien le otorgan márgenes mínimos de gobernabilidad, también contribuyen a ese encono desintegrador de un México que anteriormente había sabido reponerse resilientemente de todo pasado doloroso.
La división se refleja en las últimas encuestas. De acuerdo con el Financiero (Jul 1), el país está perfectamente partido en dos mitades de opinión cuando se les pregunta si López Obrador está cumpliendo (51%) o fallando (44%) a los mexicanos, aún cuando la mayoría considera que el desempeño del gobierno está haciendo un mal trabajo en economía (65%), seguridad pública (63%), combate a la pobreza (60%) y combate a la corrupción (50%).
Más allá, AMLO pasó de 82% de aprobación presidencial en enero de 2019 a 56% en la última medición. Una reducción de 26%.
Pero esto no debe ser munición para quien está en contra, ni tampoco motivo de júbilo público, porque incentiva a caer, nuevamente, en la espiral de la descalificación y en la construcción de pertrechos de ataque, de pugna y de odio que continuarán cimentando bandos y banalizando el debate nacional.
Creo que hay una agenda pendiente de cambios que debe hacer este gobierno, partiendo de la urgencia de un plan de reactivación económica que apuntale a las PyMes, rescate empleos, revise prioridades de infraestructura nacional y reasigne recursos para equipar mejor a los sectores salud y de seguridad. Creo que debemos dejar de vernos como partes divorciadas que duermen con lanzas por almohadas porque ello nos condena al fracaso y al conflicto permanente.
Dejemos el lenguaje del encono, favoreciendo el de no agresión. No podemos estar eternamente divididos, México requiere mucho más de nosotros.
*Presidenta de Coparmex Querétaro