Hace algunos años, The Atlantic publicó un artículo que reflexionaba sobre cómo, tras un siglo de avances hacia la consolidación de las democracias, el siglo XXI parecía estar contando una historia distinta: la de un regreso de los autoritarismos. Por ello hoy, esa reflexión resulta aún más relevante al observar cómo los regímenes autocráticos no sólo han sobrevivido, sino que han logrado adaptarse y fortalecerse.
Ejemplos de esta adaptación son los regímenes de Putin en Rusia y Kim Jong-un en Corea del Norte, quienes han encontrado en su cooperación mutua y en el rechazo de valores democráticos occidentales, un terreno fértil para sostenerse. En Medio Oriente, por su parte, el gobierno de Netanyahu en Israel, que fue considerado un baluarte democrático en la región, también evidencia cómo las democracias pueden erosionarse desde dentro. Por otro lado, un fenómeno similar ocurre en América Latina, donde el régimen de Ortega en Nicaragua refleja un tipo de autoritarismo que combina la represión interna con políticas económicas que, aunque cuestionadas, permiten al régimen mantenerse en el poder.
En la actualidad, una de las principales debilidades de las democracias reside en su incapacidad para actuar de manera coordinada. Mientras los autócratas tienden puentes entre sí, las democracias se ven sumidas en divisiones internas que debilitan los valores sobre los que se sustentan. Este fenómeno se observa, por ejemplo, en Estados Unidos, con el ascenso de Donald Trump, cuyo uso de las instituciones ha erosionado las bases de la democracia estadounidense. Algo similar sucede en Israel, donde Netanyahu ha recurrido al aparato legal para reforzar su control, deslegitimando a los medios críticos y socavando procesos electorales.
Además, los líderes populistas en democracias, inspirados por estos modelos autoritarios, han comenzado a adoptar tácticas similares para debilitar las instituciones que limitan su poder y para controlar narrativas. En la era digital, plataformas como YouTube, TikTok y X, que inicialmente parecían ser herramientas para democratizar la información, se han convertido en poderosas armas de desinformación y control.
A pesar de todo, la resistencia democrática sigue presente. Sin embargo, la cuestión ahora es si las democracias podrán adaptarse con la misma rapidez y eficacia que sus contrapartes, para evitar caer en el mismo ciclo de deterioro. Me parece que el siglo XXI no está predestinado a ser el siglo del autoritarismo, pero tampoco está garantizado el triunfo de la democracia.
Lo que está en juego no es sólo la supervivencia de regímenes democráticos o autocráticos, sino los principios fundamentales que definirán el futuro de la humanidad. La pregunta sigue abierta: ¿tendrán las democracias la capacidad de reinventarse para enfrentar los retos del siglo XXI, o seguirán siendo terreno fértil para su propia descomposición? La respuesta no sólo determinará el destino de países aislados, sino el equilibrio de poder a nivel global.
¿O serán la democracia lo que no nos define?
Consultor y profesor universitario
Facebook: Petaco Diez Marina
Instagram: Petaco10marina