/ sábado 19 de octubre de 2024

Lo que no nos define / Una mirada al futuro

En la última década, América Latina ha enfrentado un escenario económico desalentador, con un crecimiento anual que apenas alcanza el 1%. Este desempeño, sumado a altos niveles de inflación, un aumento del desempleo y una creciente deuda pública, refleja problemas estructurales que han generado un profundo descontento en la población por demasiado tiempo; ya que si bien se trata de cuestiones sumamente técnicas, en la práctica terminan afectando al ciudadano promedio.

Sin duda, el contexto global ha cambiado de manera significativa y aunque parte de esta problemática es consecuencia de la pandemia así como de los conflictos geopolíticos, los países latinoamericanos deben adaptarse a nuevas dinámicas de competitividad, políticas fiscales y transformaciones energéticas.

A su vez, la crisis de productividad que enfrenta América Latina es un desafío que no puede ser ignorado. Mientras que en las dos décadas previas la región disfrutaba de tasas de crecimiento cercanas al 4.5%, hoy se enfrenta a una realidad muy distinta. Países como México y Brasil, que alguna vez fueron ejemplos de crecimiento estable, ahora exhiben vulnerabilidades estructurales que requieren atención inmediata.

En México, por ejemplo, el crecimiento ha sido bajo, promediando sólo un 1.5% en la última década, lo que refleja una falta de coordinación entre las políticas monetarias, fiscales y laborales y, que desde tiempo atrás se pueden sentir en el ánimo de la población.

A pesar de ello, el papel de México en el contexto global se ha vuelto aún más relevante. Con un incremento del 45% en las exportaciones a Estados Unidos desde la entrada en vigor del T-MEC, nuestro país tiene una oportunidad única para atraer inversión extranjera en sectores como la manufactura y la tecnología. Sin embargo, esta oportunidad también conlleva desafíos para asegurar que las operaciones se mantengan en suelo nacional.

Ante este escenario, México no sólo representa una alternativa viable para la inversión, sino que también se erige como una solución a problemas globales; pues en un mundo donde las cadenas de suministro se ven constantemente amenazadas por conflictos geopolíticos y cambios en el clima económico, la resiliencia de nuestro país ofrece una opción que muchos inversores están dispuestos a considerar. Tan sólo recordemos que cuando el canal de Panamá se encontraba en medio de una crisis, México fue visto como la válvula de escape.

Frente a tales circunstancias y a pesar de las dificultades internas, el futuro de América Latina, y especialmente de México, no está determinado únicamente por sus desafíos. Las oportunidades están al alcance, y el éxito dependerá de la capacidad de los gobiernos para implementar políticas económicas coordinadas que alineen las prioridades internas con las tendencias globales. En ese sentido, las reformas fiscales y una mayor inversión en infraestructura serán pasos clave para desbloquear el potencial económico de la región, y de ese modo mejorar la calidad de vida de la población.


En la última década, América Latina ha enfrentado un escenario económico desalentador, con un crecimiento anual que apenas alcanza el 1%. Este desempeño, sumado a altos niveles de inflación, un aumento del desempleo y una creciente deuda pública, refleja problemas estructurales que han generado un profundo descontento en la población por demasiado tiempo; ya que si bien se trata de cuestiones sumamente técnicas, en la práctica terminan afectando al ciudadano promedio.

Sin duda, el contexto global ha cambiado de manera significativa y aunque parte de esta problemática es consecuencia de la pandemia así como de los conflictos geopolíticos, los países latinoamericanos deben adaptarse a nuevas dinámicas de competitividad, políticas fiscales y transformaciones energéticas.

A su vez, la crisis de productividad que enfrenta América Latina es un desafío que no puede ser ignorado. Mientras que en las dos décadas previas la región disfrutaba de tasas de crecimiento cercanas al 4.5%, hoy se enfrenta a una realidad muy distinta. Países como México y Brasil, que alguna vez fueron ejemplos de crecimiento estable, ahora exhiben vulnerabilidades estructurales que requieren atención inmediata.

En México, por ejemplo, el crecimiento ha sido bajo, promediando sólo un 1.5% en la última década, lo que refleja una falta de coordinación entre las políticas monetarias, fiscales y laborales y, que desde tiempo atrás se pueden sentir en el ánimo de la población.

A pesar de ello, el papel de México en el contexto global se ha vuelto aún más relevante. Con un incremento del 45% en las exportaciones a Estados Unidos desde la entrada en vigor del T-MEC, nuestro país tiene una oportunidad única para atraer inversión extranjera en sectores como la manufactura y la tecnología. Sin embargo, esta oportunidad también conlleva desafíos para asegurar que las operaciones se mantengan en suelo nacional.

Ante este escenario, México no sólo representa una alternativa viable para la inversión, sino que también se erige como una solución a problemas globales; pues en un mundo donde las cadenas de suministro se ven constantemente amenazadas por conflictos geopolíticos y cambios en el clima económico, la resiliencia de nuestro país ofrece una opción que muchos inversores están dispuestos a considerar. Tan sólo recordemos que cuando el canal de Panamá se encontraba en medio de una crisis, México fue visto como la válvula de escape.

Frente a tales circunstancias y a pesar de las dificultades internas, el futuro de América Latina, y especialmente de México, no está determinado únicamente por sus desafíos. Las oportunidades están al alcance, y el éxito dependerá de la capacidad de los gobiernos para implementar políticas económicas coordinadas que alineen las prioridades internas con las tendencias globales. En ese sentido, las reformas fiscales y una mayor inversión en infraestructura serán pasos clave para desbloquear el potencial económico de la región, y de ese modo mejorar la calidad de vida de la población.