Hoy en este artículo no trataré de hacer una reseña tan solo unos comentarios de un libro que me impresionó y se llama: Historia de la imaginación del antiguo Egipto al sueño de la ciencia del español Juan Arnau Espasa.
La esencia de la vida es la imaginación, por eso ha sido objeto de reflexión en todas las épocas y culturas, enfrentadas o emparejada con lo material. La revolución científica intentó reducir el mundo a lo tangible y abstracto, pero, como este libro muestra, sin imaginación no sería posible concebir el mundo o la ciencia misma. La vida imagina, es lo que mejor sabe hacer, y gracias a ella tenemos eso que llamamos historia. En cuanto al futuro, el destino del mundo dependerá de cómo seamos capaces de imaginarlo y a partir de ahí crearlo.
La vida imagina. Es lo que mejor sabe hacer. La imaginación es el eje del mundo y del país de las almas. Según los sufíes, (Doctrina mística que profesan ciertos musulmanes, principalmente en Persia) donde emana todo lo vivo, sin imaginación no sería posible la vida. Desde el sueño de las plantas hasta la ensoñación del niño, que proyecta lo que no es para terminar siéndolo, toda la experiencia vital se encuentra circundada por la imaginación. La imaginación ya sea mítica, filosófica o científica, establece el pacto entre el espíritu y la naturaleza.
Sin ella no existirían los mundos simbólicos que han inspirado a los artistas y a los hombres de ciencia. Los grandes momentos de la historia de la imaginación en las que ha sido más fértil y creativa se encuentra el antiguo Egipto y la Grecia clásica pre clásica. El mundo medieval, con los sufíes, cabalistas y cristianos, nos abren y nos llevan de la mano hasta Dante a las puertas del renacimiento y despertar a nuestro interés por la magia y los románticos, que descubrieron la imaginación, el mejor aliado contra la falta de vitalidad de las viejas costumbres y el culto al trabajo y la producción. Luego este libro recorre el cientificismo del siglo XIX cuya lógica simbólica se empeñó en encerrar a la imagen celdas, tiene hoy todavía consecuencias, el psicólogo Karl Jung trabajó y experimentó por recuperar la imaginación perdida.
Según el libro tibetano de los muertos, los espectáculos que nos aguardan después de la muerte apenas se diferencian de los que la mente y la imaginación, en su continua configuración del paisaje y recreación del mundo, nos hayan procurado en vida, pues pertenecen a un mismo itinerario mental. La imaginación no es tanto un asunto histórico cuando el factor esencial en la construcción de eso que llamamos ‘historia’.
La tesis del libro es sencilla y antigua el hombre; anida una naturaleza dual, dos principios en juego interminable. Esa pareja ha recibido numerosos nombres, ha sido imaginada o escuchada de muy diversas maneras: espíritu y naturaleza, conciencia y materia, cielo y tierra. Si queremos investigar la imaginación y su relación con el tiempo deberemos recorrer los paisajes que la tensión entre ambos principios ha dibujado a lo largo de la historia. Se le ha dado por llamarla la “tensión esencial “, pues parece ser el muelle que mantiene el dinamismo de la inteligencia y creatividad humana.
Para los griegos y los egipcios, el ser humano está hecho de cielo y tierra, posee una naturaleza olímpica y otra titánica, un estelar y otra telúrica. Las culturas antiguas mantuvieron viva la atención entre ambos principios, el magnetismo entre contemplación y creación, entre espíritu y naturaleza, silencio y habla.
El mundo moderno ha realizado un esfuerzo titánico, durante más de tres siglos, Para reducir un principio a otro: el espíritu a materia, la conciencia a naturaleza. Un fenómeno, llamado suicidio del alma, en el que la imaginación, arrastrada por el predominio de la lógica formal y la abstracción matemática, ha quedado reducida y sometida al algoritmo de otras variables cuantitativas.
Vivimos en la era del algoritmo y la abstracción comandadas por máquinas computadoras, ya sean de guerra, financieras o recreativas, cuyo previsible comportamiento empieza no ser tan previsible. Y no nos engañemos, la seguida de las máquinas no es neutral o meramente instrumental depende de ciertas pasiones humanas.
El valor cognitivo y sanador de la imaginación es indudable, aunque tiene sus riesgos y también puede destruirnos.
Y siguiendo la tesis de este libro a lo largo de 327 páginas es que la materia prima del mundo no son los átomos o las partículas si no la imaginación, que es la que mantiene el lazo entre el significado y la materia. La imaginación es el punto de encuentro de la materia ascendente y el espíritu descendente, del significado puro y la forma tangible. Esa atención es la que materializa nuestra energía psíquica y configure el mundo en el que vivimos.
Somos fogosos por naturaleza, pues hay una llama que vive en nuestro interior, esa es la condición elemental del hombre. El pensamiento no será entonces el de la fría intelectualidad sino que estará próximo al del profeta y visionario, que trata de despertar a los hombres para sacarlos de su estupor. A menudo habla de un cosmos en la vigilia en oposición al estado de sueño. Un despertar que debe alcanzarse mediante la intuición profunda y la comprensión de la naturaleza de lo real. Esta visión renueva la vida del hombre por medio de la participación en el “cosmos común” de los despiertos.
La imaginación se mueve entre lo corpóreo y lo incorpóreo, entre lo concreto y lo abstracto, entre lo fugaz y lo eterno. Es el factor que mejor define lo humano, mucho más apropiado y preciso que la razón sin logística. El hombre vive al mismo tiempo dentro y fuera de la naturaleza. Ésa es la médula de su condición vivir entre dos puntos. Esa tensión interna, que hace posible la vida del alma, es el resorte erótico del conocimiento. Sin ese magnetismo no podríamos conocer nada.