/ domingo 11 de agosto de 2024

Chucho el Roto, ¿Héroe o ladrón?

Jesús Arriaga es considerado el Robin Hood mexicano, un hombre que despojó a los acaudalados de la época para dar a los pobres, se dice que estos actos eran por amor, otros por venganza

La leyenda de Chucho el Roto ha tomado mucho de ficción envuelta en la realidad del bandido, cuyo nombre real era Jesús Arriaga y según datos obtenidos del libro “La vida de Chucho el Roto”, nació en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala, en la Calle del Gallito, en el año de 1858.

La historia o su leyenda se han tocado en varios estados de la República Mexicana, pero en Querétaro a tenido un gran arraigo, tal vez, porque aquí edificó su morada principal y donde aún la casa se encuentra en las inmediaciones de la comunidad de Saldarriaga en el Municipio del Marqués, vivienda que aún conserva Lupita Corona y que ha tratado de conservar con ciertas dificultades por lo costoso de su mantenimiento.

¿Héroe o ladrón?

Es la pregunta que muchos se han hecho, “quién roba a quien sea, es ladrón (…) evitemos romantizar el hecho que despojaba a los que más tenía para repartirlo entre los pobres, pues al final de cuentas de lo hurtado también se beneficiaba, ¿no?”, comentó Saúl García, estudiante de Filosofía.

La leyenda que lo hizo famoso apunta a que de joven, Jesús Arriaga llegó a trabajar a la hacienda de don Diego de Frizac, un hombre rico y poderoso; lo hizo como ebanista y dado a que tenía que ingresar a la casa grande, fue como conoció a la fina y aristócrata señorita Matilde de Frizac, hija del millonario y de quien quedó perdidamente enamorado. Se dice que la pareja consumó su clandestino amor y tuvieron una hija a la cual nombraron María Dolores.

El escándalo fue total al enterarse del romance entre un vulgar ebanista y una mujer de alcurnia, el aristócrata montó en cólera al saber que uno de sus carpinteros, hubiera manchado el honor de su distinguida familia y amenazó con matarlo; Matilde, aterrorizada por las amenazas, ¡mintió! y le dijo a Chucho que no se iría con él, puesto que no estaba enamorada.

Dolido, acongojado y con un gran rencor en el corazón, Chucho tomó a su hija y la raptó. Es ahí donde comenzaron sus desdichas.

Mural en el que era su domicilio en Saldarriaga. Foto: Irais Sánchez / Diario de Querétaro

Perseguido fue apresado y llevado a la Cárcel de Belén de la Ciudad de México, después trasladado a una de las prisiones más temidas de la época, San Juan de Ulúa en Veracruz. Fue presentado al juez Javier de la Torre, quien al verlo tan bien vestido exclamó despectivo: ¡pero miren, si es un roto!; “roto” es la palabra que en aquella época se utilizaba para las personas de bajos recursos, pero que vestían bien. Tras ser encerrado y obligado a realizar trabajos forzados, sucedió lo impensable, Chucho logró fugarse.

Dentro de la cárcel, Chucho quien ya era apodado “El Roto”, conoció a varios rufianes que rápidamente se hicieron sus compinches “La Changa”, Juan Palomo y “Lebrija”, que luego de fugarse junto con él, lo ayudarían a efectuar los robos.

NACE LA LEYENDA

Entre asaltos en caminos, robos a haciendas, el forajido puso en jaque a la aristocracia mexicana, hurtando al millonario y regalándoles a los pobres, quien por cierto le querían y sobre todo, entre ellos encontraba mucha protección para esconderse y burlar a la autoridad.

Chucho tenía varias características especiales que lo distinguían de cualquier otro bandido, pues era un as para el disfraz, engañar, manipular y demasiado astuto, pero eso sí, a él no le gustaba derramar sangre, por ello sus fechorías eran “limpias”.

Lugar que se dice alberga muchas historias del maleante. Foto: Irais Sánchez / Diario de Querétaro

En la época donde gobernaba Porfirio Díaz, la desigualdad era tremenda, los ricos, perdían la cuenta de sus fortunas mientras la otra parte de la población, los pobres, no tenían ni para comer. Por ello el forajido, robaba para mitigar un poco el hambre de los que menos tenían, aunque se dice era el desquite perfecto para burlarse y tener en zozobra a los millonarios como don Diego, que le había arrebatado el amor de Matilde y de su hija Lolita.

La leyenda del Robin Hood mexicano menciona que su atrevimiento llegó a tal grado que le robó un finísimo reloj que traía puesto en la muñeca de su mano al mismísimo Porfirio Díaz. Sus disfraces fueron claves para poder pasar inadvertido en sus robos y en las ocasiones en que visitaba a su amada Matilde y a su hija Dolores. Por desgracia la suerte dio un giro inesperado y Chucho el Roto volvió a ser capturado y recluido en San Juan Ulúa.

Manuel Ochoa personificó al forajido en el cine. Foto: Cortesía / Cine Mexicano


Como ya era su costumbre intentó una nueva huida. Sin embargo, esta vez no tuvo éxito ya que uno de sus compañeros de celda, que se dice tenía por nombre Bruno, lo delató. Durante la persecución lo hirieron con un balazo en una pierna. Ya capturado el coronel Federico Hinojosa, director del penal, mandó que se le diesen cien azotes llamándole “desgraciado”, a lo que Chucho respondió: - ¡No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados!, enfurecido el alto mando ordenó doscientos azotes más, el castigo llegó a un total de 300 azotes que causaron su muerte, un 25 de marzo de 1885, cuando el bandido tenía 36 años de edad.

Representación en San Juan de Ulúa. Foto: Cortesía / Gonzalo Jiménez

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SE DICE….

La otra parte de la leyenda, de la cual se comenta es parte del encanto propio de los guías de turistas, que la cuentan para enriquecer la historia con un poco de fantasía, es que, su cuerpo fue trasladado a México y recibido por su hermana, Matilde y su hijita Lolita. Cuando las mujeres abrieron el ataúd, la sorpresa fue mayúscula al encontrar el féretro lleno de piedras y ni rastro del cuerpo, asumiendo que por enésima vez había engañado a la autoridad y a los “riquillos”, que siempre quisieron verlo muerto por el más grande delito que cometió: haber puesto sus ojos en una mujer que no era de su clase.

Casona Frissac se dice aquí vivió Chucho, cosa imposible pues esta se construyó tiempo después de su muerte. Foto: Cortesía / Casa Frissac

La leyenda de Chucho el Roto ha tomado mucho de ficción envuelta en la realidad del bandido, cuyo nombre real era Jesús Arriaga y según datos obtenidos del libro “La vida de Chucho el Roto”, nació en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala, en la Calle del Gallito, en el año de 1858.

La historia o su leyenda se han tocado en varios estados de la República Mexicana, pero en Querétaro a tenido un gran arraigo, tal vez, porque aquí edificó su morada principal y donde aún la casa se encuentra en las inmediaciones de la comunidad de Saldarriaga en el Municipio del Marqués, vivienda que aún conserva Lupita Corona y que ha tratado de conservar con ciertas dificultades por lo costoso de su mantenimiento.

¿Héroe o ladrón?

Es la pregunta que muchos se han hecho, “quién roba a quien sea, es ladrón (…) evitemos romantizar el hecho que despojaba a los que más tenía para repartirlo entre los pobres, pues al final de cuentas de lo hurtado también se beneficiaba, ¿no?”, comentó Saúl García, estudiante de Filosofía.

La leyenda que lo hizo famoso apunta a que de joven, Jesús Arriaga llegó a trabajar a la hacienda de don Diego de Frizac, un hombre rico y poderoso; lo hizo como ebanista y dado a que tenía que ingresar a la casa grande, fue como conoció a la fina y aristócrata señorita Matilde de Frizac, hija del millonario y de quien quedó perdidamente enamorado. Se dice que la pareja consumó su clandestino amor y tuvieron una hija a la cual nombraron María Dolores.

El escándalo fue total al enterarse del romance entre un vulgar ebanista y una mujer de alcurnia, el aristócrata montó en cólera al saber que uno de sus carpinteros, hubiera manchado el honor de su distinguida familia y amenazó con matarlo; Matilde, aterrorizada por las amenazas, ¡mintió! y le dijo a Chucho que no se iría con él, puesto que no estaba enamorada.

Dolido, acongojado y con un gran rencor en el corazón, Chucho tomó a su hija y la raptó. Es ahí donde comenzaron sus desdichas.

Mural en el que era su domicilio en Saldarriaga. Foto: Irais Sánchez / Diario de Querétaro

Perseguido fue apresado y llevado a la Cárcel de Belén de la Ciudad de México, después trasladado a una de las prisiones más temidas de la época, San Juan de Ulúa en Veracruz. Fue presentado al juez Javier de la Torre, quien al verlo tan bien vestido exclamó despectivo: ¡pero miren, si es un roto!; “roto” es la palabra que en aquella época se utilizaba para las personas de bajos recursos, pero que vestían bien. Tras ser encerrado y obligado a realizar trabajos forzados, sucedió lo impensable, Chucho logró fugarse.

Dentro de la cárcel, Chucho quien ya era apodado “El Roto”, conoció a varios rufianes que rápidamente se hicieron sus compinches “La Changa”, Juan Palomo y “Lebrija”, que luego de fugarse junto con él, lo ayudarían a efectuar los robos.

NACE LA LEYENDA

Entre asaltos en caminos, robos a haciendas, el forajido puso en jaque a la aristocracia mexicana, hurtando al millonario y regalándoles a los pobres, quien por cierto le querían y sobre todo, entre ellos encontraba mucha protección para esconderse y burlar a la autoridad.

Chucho tenía varias características especiales que lo distinguían de cualquier otro bandido, pues era un as para el disfraz, engañar, manipular y demasiado astuto, pero eso sí, a él no le gustaba derramar sangre, por ello sus fechorías eran “limpias”.

Lugar que se dice alberga muchas historias del maleante. Foto: Irais Sánchez / Diario de Querétaro

En la época donde gobernaba Porfirio Díaz, la desigualdad era tremenda, los ricos, perdían la cuenta de sus fortunas mientras la otra parte de la población, los pobres, no tenían ni para comer. Por ello el forajido, robaba para mitigar un poco el hambre de los que menos tenían, aunque se dice era el desquite perfecto para burlarse y tener en zozobra a los millonarios como don Diego, que le había arrebatado el amor de Matilde y de su hija Lolita.

La leyenda del Robin Hood mexicano menciona que su atrevimiento llegó a tal grado que le robó un finísimo reloj que traía puesto en la muñeca de su mano al mismísimo Porfirio Díaz. Sus disfraces fueron claves para poder pasar inadvertido en sus robos y en las ocasiones en que visitaba a su amada Matilde y a su hija Dolores. Por desgracia la suerte dio un giro inesperado y Chucho el Roto volvió a ser capturado y recluido en San Juan Ulúa.

Manuel Ochoa personificó al forajido en el cine. Foto: Cortesía / Cine Mexicano


Como ya era su costumbre intentó una nueva huida. Sin embargo, esta vez no tuvo éxito ya que uno de sus compañeros de celda, que se dice tenía por nombre Bruno, lo delató. Durante la persecución lo hirieron con un balazo en una pierna. Ya capturado el coronel Federico Hinojosa, director del penal, mandó que se le diesen cien azotes llamándole “desgraciado”, a lo que Chucho respondió: - ¡No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados!, enfurecido el alto mando ordenó doscientos azotes más, el castigo llegó a un total de 300 azotes que causaron su muerte, un 25 de marzo de 1885, cuando el bandido tenía 36 años de edad.

Representación en San Juan de Ulúa. Foto: Cortesía / Gonzalo Jiménez

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SE DICE….

La otra parte de la leyenda, de la cual se comenta es parte del encanto propio de los guías de turistas, que la cuentan para enriquecer la historia con un poco de fantasía, es que, su cuerpo fue trasladado a México y recibido por su hermana, Matilde y su hijita Lolita. Cuando las mujeres abrieron el ataúd, la sorpresa fue mayúscula al encontrar el féretro lleno de piedras y ni rastro del cuerpo, asumiendo que por enésima vez había engañado a la autoridad y a los “riquillos”, que siempre quisieron verlo muerto por el más grande delito que cometió: haber puesto sus ojos en una mujer que no era de su clase.

Casona Frissac se dice aquí vivió Chucho, cosa imposible pues esta se construyó tiempo después de su muerte. Foto: Cortesía / Casa Frissac

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