La música ha acompañado a la humanidad prácticamente desde hace más de 30,000 años, en que aparecieron los instrumentos musicales. Los primeros testimonios de práctica musical se encuentran en un pictograma egipcio del siglo III antes de Cristo. Las primeras referencias de que el hombre construyó y usó instrumentos musicales datan de hace 50,000 años. 1
Es innegable que el acompañamiento de la música en la vida pública y privada de cada habitante de nuestro planeta, es una importante componente tanto del entorno en el que vivimos como de la conformación de nuestras distintas formas de inteligencia humana: lógico-matemática, lingüística, inter e intra personal, existencial y desde
luego, la inteligencia musical. 2 También juega un papel preponderante en el estado anímico y el nivel energético de quienes la escuchan
En días recientes ha estado circulando en las redes sociales una hazaña tanto musical como de inclusión y desarrollo participativo: Matthew Paul Miller, cuyo nombre artístico es Matisyahu, es un cantante de reggae judío-estadounidense. En su última orquestación en Haifa pidió a 3.000 musulmanes y judíos (ninguno de los cuales se había conocido antes) que se reunieran y aprendieran la canción "One Day" de Matisyahu en menos de una hora. No sólo eso, sino que aprendieron a cantar y armonizar la letra en tres idiomas distintos. El concierto resultante, realizado en colaboración con Beit HaGefen, el Ayuntamiento de Haifa y el Puerto de Haifa, es una impresionante muestra de unidad y belleza. 3
En mi opinión, la música cantada es la forma más bella, profunda y efectiva de orar, impulsando a un tiempo la introspección y la más intensa expresión. Manifestaciones como la de Matishaw, en las que, en lugar de buscar nuestras diferencias para señalarlas, juzgarlas y dividirnos, promueven descubrir nuestras coincidencias, que como humanos son muchas. Esto incluye la capacidad de cantar que es innata pero puede deformarse o perderse por baja autoestima (no yo no canto ni en la regadera) o por el bombardeo de música mediocre.
Si bien el año siguiente podré tramitar mi credencial del Inapam, no quiero sonar al gastado en mis tiempos la música era mejor pero el soundtrack de mi infancia programado, por mi padre, mi madre mis abuelos y mis tíos incluyó música vernácula mexicana, folclore latinoamericano y del caribe, Bossa Nova jazz, salsa cubana puertorriqueña y neoyorquina, boleros en todos sus sabores, canciones swing como las de Agustín Lara y Luis Arcaraz y hasta (un poco) de música clásica
con transcripciones para un instrumento solista como guitarra, cello, piano, o una camerata o una sinfónica haciendo desde conciertos hasta música para cine con una selección ecléctica de autores que incluyen a Bach, Vivaldi, Arturo Márquez, Strauss, Ravel, los danzones sinfónicos de Arturo Márquez o John Williams.
En mi adolescencia enriquecí esto por gusto propio con Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés de Cuba, Serrat, Sabina, Aute, Víctor Manuel de España, Alberto Cortés en Argentina, Zitarrosa y Viglietti en Uruguay para llegar a los nuevos trovadores mexicanos como Fernando Delgadillo, Marcial Alejandro, Pepe Elorza, David Haro, quien es para mi la cumbre del bolero y el son, fusionando la armonía brasileña y la influencia cubana al son veracruzano, con letras de poesía verdaderamente sublime e integrando la tercera raíz étnica de nuestro país.
Finalmente ya como adulto y con el enriquecimiento tanto de la música que me acercan mis hijos como por las posibilidades que brindan las plataformas digitales que por fin rompieron con las cadenas de las disqueras radiodifusoras y televisoras mexicanas que decidían e imponían lo qué debíamos oír y ahora que podemos oír música de todo el mundo y de todos los tiempos, viene lo que yo elijo de lo más reciente la integración maravillosa del folk con el pop, con letras a la vez poéticas y en cierta medida sarcásticas pero sobre todo muy reflexivas de Jorge Drexler.
De ninguna manera quiero parecer chocante ni vanidoso ni soberbio y mucho menos erudito, pero la gente que me quiere y me rodea me ha acercado toda esa música desde mis ancestros hasta mis hijos y seguramente sucederá en algunos años con mis nietos.
No conozco a los exponentes del reggaetón, ni de la banda ni de los narcocorridos pero sí les puedo decir que las generaciones que solo han escuchado eso desde que nacieron no pueden entender lo que párrafos arriba dije de que la canción es la manera más hermosa de orar, salvo que para ellos orar sea únicamente al hedonismo, incluyendo convertir en objetos a las mujeres, la hipersexualización, la justificación de cualquier abuso con tal de obtener el poder y de ser un winner y no un loser. Si elegimos que la banda sonora de nuestra vida esté llena de canciones que normalizan la denigración para escuchar con nuestros hijos y nietos, estaremos perpetrando el neoliberalismo
individualista a ultranza en el que “el fin justifica los medios” 4 y la dolorosa polarización social, cultural y económica de la humanidad
Le suplico que escojan bien que escuchan ustedes sus hijos y sus nietos