/ martes 12 de noviembre de 2024

El legado a las mujeres de Sor Juana Inés de la Cruz

La escritora, religiosa y pionera del feminismo, dejó un gran legado que es recordado a 376 años desde su nacimiento

Sor Juana, es sin duda una de las mujeres adelantadas a su época, una escritora nata a la que muchos historiadores han dicho que fue religiosa por imposición y no precisamente por convicción y cuyo legado logró sembrar un granito de arena en las mujeres para buscar su propia identidad.

Escandalosa para su época en 1690 escribió la respuesta a Sor Filotea de la Cruz, cuyo remitente sería al obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, quien había incluido el escrito donde “elogia” a Sor Juana, por su manejo de la retórica, pero le “sugiere” que se dedique a la vida monástica, pues ella es mujer y monja, ósea que le dio a entender que “muy buena, muy buena escribiendo, pero que mejor se dedicara a rezar y cocinar”, esta carta debió poner los “pelos de punta” a la erudita de las letras, quien presta escribió la contestación y en sus letras va una clara denuncia y una crítica al lugar que se le tenía a las mujeres.

“(...) Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones -que he tenido muchas-, ni propias reflejas -que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña (...)”.

Además de escribir:

"Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras (...)”.

Su manera de manejar la retórica es excelsa y su ironía para defender a ella y a todas las mujeres es tal vez lo que le costó ser perseguida.

“Pues, ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; (...) Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito (...)”.

Con pocas oportunidades para la época Sor Juana luchó por conseguir en una sociedad machista y patriarcal un discurso donde reflejaba la vida que ella quería para sí misma y las demás mujeres.

Periódico ilustrado de 1883. Foto: Cortesía / Biblioteca Miguel de Cervantes

El nuevo virreinato coincidió con la época dorada de Sor Juana, ya que es cuando produjo la mayor cantidad de escritos. Si bien la lírica era su género principal, también compuso otros como el teatro, el auto sacramental y la prosa. El único poema que realizó por placer, y no por encargo, fue “Primero Sueño”, que contiene casi mil versos. La virreina fue quien imprimió y publicó, en su viaje a España, las obras de la poetisa, dado que en la colonia la literatura se compartía solamente de manera oral, por ejemplo en tertulias.

Sor Juana fue una mujer adelantada a su edad a los tres años sabía leer y escribir. En su infancia aprendió latín con facilidad y tenía conocimientos de lengua náhuatl. Siendo niña se trasladó a la vivienda de sus tíos, donde pudo continuar sus estudios.

A los 16 años, han referido los historiadores que ingresó a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, Marqués de Mancera, y de la virreina, Leonor de Carreto, quienes se convirtieron en sus mecenas. Estas figuras fueron relevantes en su vida porque en el siglo XVII los letrados dependían de un mecenas. Es decir, no escribían de manera independiente, sino por encargo.

La vida de esta heroína de las letras fue marcada desde joven, Juana Inés Ramírez, vas tuvo que enfrentar la discriminación, rechazo y murmuración debido a su origen, ya que era hija de madre soltera, una mancha tremenda en su época y por tal motivo la llamaron “bastarda”. Su madre fue la criolla y analfabeta Isabel Ramírez. Su padre, el capitán español Pedro Manuel de Asbaje, quien las abandonó.

Amante de los libros a los ocho años escribió su primera loa eucarística. Y supo latín en sólo 20 lecciones. Dice Paz: “niña solitaria pero curiosa de lo que pasa en el mundo, y la curiosidad pronto se transformó en pasión intelectual”. Juana no tuvo otra opción más que convertirse en monja para poder “pensar”.

ENTRE LA PERSECUCIÓN Y LA INQUISICIÓN

Su intelecto fue su principal problema, las lecturas que ella acostumbraba estaba prohibidas y la iglesia se dio cuenta por lo que comenzó una persecución sin tregua, donde de día y noche era vigilada. La temida Inquisición ya estaba tras ella y sabía que su vida corría grave peligro.

Sus mayores detractores su confesor Antonio Núñez de Miranda, famoso representante del Santo Oficio. Su mayor verdugo espiritual, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, la cuestionó. Le lanzó filosas recriminaciones. La acusó de escribir sobre asuntos profanos. Ninguna mujer debe afanarse por aprender ciertos temas, sentenciaba el prelado, quien le exigió concentrarse en la vida religiosa, no en cuestiones propias de hombres. Y le reprochó no tratar con igual interés lo sagrado, como le correspondía debido a su condición de religiosa.

“Confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano (…) yo no quiero ruido con el Santo Oficio. Soy ignorante y tiemblo de decir alguna proposición malsonante”, escribiría.

Esta mujer que ha inspirado a muchos que dejó un gran legado, tal vez sin saberlo, a quien buscaron callar y silenciar el sentir de su alma, hoy en pleno siglo XXl su lucha, su fortaleza y rebeldía, siguen presentes en la mujer actual.

Su obra aún retumba en el alma de las que muchas seguimos sintiéndonos identificadas

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:


si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?


Combatís su resistencia

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.


Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.


¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada,

o el que ruega de caído?

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¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga,

o el que paga por pecar?


Pues, ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis”.

Sor Juana, es sin duda una de las mujeres adelantadas a su época, una escritora nata a la que muchos historiadores han dicho que fue religiosa por imposición y no precisamente por convicción y cuyo legado logró sembrar un granito de arena en las mujeres para buscar su propia identidad.

Escandalosa para su época en 1690 escribió la respuesta a Sor Filotea de la Cruz, cuyo remitente sería al obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, quien había incluido el escrito donde “elogia” a Sor Juana, por su manejo de la retórica, pero le “sugiere” que se dedique a la vida monástica, pues ella es mujer y monja, ósea que le dio a entender que “muy buena, muy buena escribiendo, pero que mejor se dedicara a rezar y cocinar”, esta carta debió poner los “pelos de punta” a la erudita de las letras, quien presta escribió la contestación y en sus letras va una clara denuncia y una crítica al lugar que se le tenía a las mujeres.

“(...) Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones -que he tenido muchas-, ni propias reflejas -que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña (...)”.

Además de escribir:

"Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras (...)”.

Su manera de manejar la retórica es excelsa y su ironía para defender a ella y a todas las mujeres es tal vez lo que le costó ser perseguida.

“Pues, ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; (...) Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito (...)”.

Con pocas oportunidades para la época Sor Juana luchó por conseguir en una sociedad machista y patriarcal un discurso donde reflejaba la vida que ella quería para sí misma y las demás mujeres.

Periódico ilustrado de 1883. Foto: Cortesía / Biblioteca Miguel de Cervantes

El nuevo virreinato coincidió con la época dorada de Sor Juana, ya que es cuando produjo la mayor cantidad de escritos. Si bien la lírica era su género principal, también compuso otros como el teatro, el auto sacramental y la prosa. El único poema que realizó por placer, y no por encargo, fue “Primero Sueño”, que contiene casi mil versos. La virreina fue quien imprimió y publicó, en su viaje a España, las obras de la poetisa, dado que en la colonia la literatura se compartía solamente de manera oral, por ejemplo en tertulias.

Sor Juana fue una mujer adelantada a su edad a los tres años sabía leer y escribir. En su infancia aprendió latín con facilidad y tenía conocimientos de lengua náhuatl. Siendo niña se trasladó a la vivienda de sus tíos, donde pudo continuar sus estudios.

A los 16 años, han referido los historiadores que ingresó a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, Marqués de Mancera, y de la virreina, Leonor de Carreto, quienes se convirtieron en sus mecenas. Estas figuras fueron relevantes en su vida porque en el siglo XVII los letrados dependían de un mecenas. Es decir, no escribían de manera independiente, sino por encargo.

La vida de esta heroína de las letras fue marcada desde joven, Juana Inés Ramírez, vas tuvo que enfrentar la discriminación, rechazo y murmuración debido a su origen, ya que era hija de madre soltera, una mancha tremenda en su época y por tal motivo la llamaron “bastarda”. Su madre fue la criolla y analfabeta Isabel Ramírez. Su padre, el capitán español Pedro Manuel de Asbaje, quien las abandonó.

Amante de los libros a los ocho años escribió su primera loa eucarística. Y supo latín en sólo 20 lecciones. Dice Paz: “niña solitaria pero curiosa de lo que pasa en el mundo, y la curiosidad pronto se transformó en pasión intelectual”. Juana no tuvo otra opción más que convertirse en monja para poder “pensar”.

ENTRE LA PERSECUCIÓN Y LA INQUISICIÓN

Su intelecto fue su principal problema, las lecturas que ella acostumbraba estaba prohibidas y la iglesia se dio cuenta por lo que comenzó una persecución sin tregua, donde de día y noche era vigilada. La temida Inquisición ya estaba tras ella y sabía que su vida corría grave peligro.

Sus mayores detractores su confesor Antonio Núñez de Miranda, famoso representante del Santo Oficio. Su mayor verdugo espiritual, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, la cuestionó. Le lanzó filosas recriminaciones. La acusó de escribir sobre asuntos profanos. Ninguna mujer debe afanarse por aprender ciertos temas, sentenciaba el prelado, quien le exigió concentrarse en la vida religiosa, no en cuestiones propias de hombres. Y le reprochó no tratar con igual interés lo sagrado, como le correspondía debido a su condición de religiosa.

“Confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano (…) yo no quiero ruido con el Santo Oficio. Soy ignorante y tiemblo de decir alguna proposición malsonante”, escribiría.

Esta mujer que ha inspirado a muchos que dejó un gran legado, tal vez sin saberlo, a quien buscaron callar y silenciar el sentir de su alma, hoy en pleno siglo XXl su lucha, su fortaleza y rebeldía, siguen presentes en la mujer actual.

Su obra aún retumba en el alma de las que muchas seguimos sintiéndonos identificadas

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:


si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?


Combatís su resistencia

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.


Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.


¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada,

o el que ruega de caído?

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¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga,

o el que paga por pecar?


Pues, ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis”.

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