En México existe cerca de 40,000 sitios arqueológicos y en raras ocasiones el clima seco se une a las características del suelo y ocurre el fenómeno de la momificación natural. En este caso son las condicionas naturales las que no permiten los procesos de descomposición de los cuerpos y en lugar de que se degrade y la piel y órganos interno se integren al suelo, se secan y se momifica. En nuestro país no se conocen momias fabricadas por el hombre, la mayor parte de las momias artificiales o producto de la mano del hombre se encuentran en Egipto y se generaron desde el 4,000 antes de Cristo, sin embargo las más antiguas se han localizado entre el grupo Chinchorro en Chile y tienen cerca de cinco mil años.
En el 2002 en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se recibió el reporte del hallazgo de un cuerpo, por ello visitamos la cueva del hallazgo y el Ministerio Público de Cadereyta nos entregó el cuerpo, que al verla era claro que se trataba de una momia. Nuestra primera acción fue buscar la conservación del cuerpo porque la sacaron de la cueva con pocos cuidados, para eso la llevamos a la Ciudad de México, donde una restauradora especializada en la conservación de piel y tela nos ayudará. La pieza se recibió en el Museo del Templo Mayor donde el INAH conformó un equipo de trabajo encabezado por Elizabeth Mejía y Ximena Chávez.
A lo largo de los últimos 16 años y financiado por el INAH a través del Proyecto Toluquilla la momia ha sido analizada e investigada por cerca de 35 personas de varias instituciones que incluyen a la Universidad Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Metropolitana, todos con sede en la Ciudad de México.
Parte del trabajo fue conocer su antigüedad de modo que se tomó muestra de la piel y de la tela que la cubría y ambos confirmaron que vivió en el 350 antes de Cristo, por ello es uno de los habitantes más antiguos de Querétaro que se conoce hasta ahora. La pieza originalmente recibió el nombre de “Pepito”, ya que a todas las momias del mundo se les asigna un nombre, y al realizar una tomografia y rayos X, se tomaron muestras que se analizaron con un microscopio electrónico se verificó que se trataba de una niña, de modo que ahora se le conoce como “Pepita” la niña momificada de la Sierra Gorda de Querétaro.
Hoy podemos saber que se trató una pequeña, de unos dos años, al parecer murió causado por alguna enfermedad pulmonar, provenía de un asentamiento pequeño cercano a la cueva, su familia la cubrió con una mortaja de algodón y la colocó en la cueva acompañada por una pulsera fabricada con plumas, y que por su tamaño perteneció a un adulto, además se dejaron semillas, hojas y espinas de maguey. La pequeña se conservó intacta muchos años hasta nuestro hallazgo en el 2002.
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