/ lunes 19 de octubre de 2020

Martha Beatriz Kuri, con el alma al descubierto

Recibió 18 quimioterapias y 30 radios, así como una operación, todo eso en un año y medio de tratamiento

Hoy 19 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, lo que pretende sensibilizar y concientizar a la población con el mensaje de una detección oportuna a fin de mejorar el pronóstico y la supervivencia de los casos; por lo que historias de sobrevivencia y fe deja de manifiesto el amor a la vida y lejos de desvanecer, tomar la decisión de seguir adelante. Martha Beatriz Kuri González, terapeuta , madre, abuela, amiga, hermana del senador Mauricio Kuri, pero sobre todo mujer, es quien narra lo que vivió por más de un año padeciendo este mal y su liberación.

Tuve cáncer de mama, al saberlo, desde el enojo, la tristeza, la angustia, el miedo a la muerte, y el abandonar a mi hijos y nietos, lloré mucho, me quejé, pensé y sola reflexioné “Si tengo la fortuna de quedarme en la vida, jamás seré la misma: mejoraré, aprenderé, creceré, valoraré y disfrutaré”

En entrevista para Diario de Querétaro cuenta que descubrió la protuberancia en el pecho cuando jugaba con sus nietos pensando que era un juguete; inmediatamente se dirigió con el doctor y cuando le aseguraron que era cáncer pensó, que había tenido una vida muy linda y que había aprendido mucho, que si era el momento de irse, estaba bien, pero cuando pensó en sus hijos y sus pacientes sintió que quería dejar un poco de ella en este mundo y quería trabajar por su gente y por México.

Recuerda que recibió 18 quimioterapias y 30 radios, así como una operación, todo eso en un año y medio de tratamiento. Como se le conoce a Martha, un ser humano con gran entereza, afinidad por la vida y luchando siempre por aferrarse a lo que Dios le da y aprendiendo a aceptar cuando se lo quita, como cuando perdió a su hija de tan solo unos años de edad.

“En este tiempo de tratamiento, me enfrenté con la muerte cara a cara, y me cambió la vida al cimbrarme el alma, ahora tengo una gran capacidad de ser más feliz y de disfrutar desde lo más pequeño”, cuenta que perdió su cabello, no perdió peso por que nunca se le quitó el hambre, pero lo más duro dice, fue sentirse mal físicamente al término de cada tratamiento, no poder hacer actividades que ella quería y enfrentarse a que no somos este cuerpo. “Somos algo mucho más grande y conectarme con mi esencia fue lo que hice, en la tan nombrada belleza interior, así me conecté, con esa calma interior y dejé fluir lo que la vida quería de mí” .

Después de recibir su alta, después de muchos meses de sufrimiento pero con el alma limpia, pensó en dar más amor, en disfrutar más de los seres humanos, de la naturaleza y ser más simple. “Hoy veo la vida, en toda su grandiosidad, estoy agradecida por mi vida y por todo lo bueno que tengo, en especial por el amor de mis hijos, mis hermanos, mis amigos, mis pacientes”.

Mujer sencilla y con el alma al descubierto, está convencida que las mujeres son seres de luz con mucho poder, con gran capacidad de reinventarse y les dice: “ entre más hagamos consciencia de nuestro valor, más fuerza tenemos para salir adelante, que la meditación ayuda mucho y el amor de la familia, que la mejor manera de llevarlo es ayudando a otras y así nos unimos para acompañarnos en lo que nos toque”. Ella se aferró a Dios, a sus hijos y a sus ángeles en el cielo.

El intruso


Es un terrible intruso que cuando llega se apropia de nosotras violentando y destruyendo nuestra intimidad como pareja, como madre, como hija, como profesional, como mujer plena. Sin respetar edad, raza, estatus social, economía, religión, valores o costumbres, el cáncer de mama nos violenta y confronta en todo, para todo y para siempre. Las afortunadas sobrevivimos y aprendemos, las otras no.

Sin remedio alguno, desde el enojo, la angustia y la desesperación, nos enteramos que tenemos cáncer. Tristemente, desde la soledad, la pena, la vergüenza, la falta de recursos y el desconocimiento, la gran mayoría de las mujeres enfrentan este mal. Mientras que otras, la minoría, encaran al intruso de su intimidad desde el amor, la compresión, la fe, el apoyo, el acompañamiento de su pareja y el amor de sus seres queridos.

El cáncer de mama violenta profundamente nuestra intimidad. Solas o acompañadas cada una de nosotras decide para bien o para mal que hacer o que no hacer. Es una manifestación física de mucho enojo acumulado cuando aparece, irremediablemente nos cambia todo por dentro y por fuera.

El intruso en mi vida me obligó a perder el apego a lo material, a conquistar mi ego y mi vanidad. Valoramos la vida cuando la podemos perder, al sentir el posible final de mi vida, pero el amor por mis seres queridos desbordaba mi alma. Aprendí a ser nueva, a dejar atrás cualquier otro dolor, tristeza o incomodidad. Descubrí la quimio, el sufrimiento continuo y compartir en un hospital.

Esperanzas muertas, fortalezas inauditas todos los días. Valorando y entendiendo un sin fin de cosas que no hubiera entendido si no hubiera estado ahí. Acepté que en cualquier momento la vida me podía ser arrebatada. Tuve que soltar, confiar y ponerme en manos de la misericordia de Dios.

Soltando, pero peleando, agradeciendo y valorando, los milagros empiezan a suceder. Estoy aquí por segunda vez, naciendo, viviendo, disfrutando a las personas, al mundo, a esta vida que sostenemos y gestamos con nuestros pensamientos y sentimientos cotidianos.

Consciente de muchas cosas, aprendí qué pensando positivamente, agradeciendo, valorando y disfrutando, mi mundo podía cambiar. Sintiendo la alegría de vivir, sobreponiéndome al dolor y a la humillación de perder pelo, pestañas y mi fuerza corporal, descubrí que ya no era la misma.

Las mujeres que enfrentamos cáncer de mama podemos dejarnos vencer o decidir usar el dolor como fuerza para proyectarnos y sacar lo mejor de nosotras mismas, encontrando y mostrando al mundo tesoros escondidos. Aprendemos el desapego, aprendemos a dejar fluir, pues entendemos lo temporal de las cosas materiales, valoramos lo profundo, ahora nos emocionan los momentos.

Enfrentando al intruso, empezamos a reconocer la fuerza que hay en la familia que nos contiene, que nos ama, por la que luchamos. Entendemos el amor incondicional de los hijos y los hermanos, los abrazos de los amigos. Nos volvemos sabias. Entendemos que cada uno va dando lo que puede para acompañarnos, sanarnos y hacernos sentir mejor, y eso, no tiene precio.

Enfrentando al intruso, nunca me sentí menos mujer. Por el contrario, descubrí el poder real de serlo, mi poder interno, el poder de sobreponerme a que el cuerpo no puede. Aprendí a ir más allá del cuerpo físico y descubrí que cada segundo tiene una inmensidad de grandeza.

Me conocí, como nunca, me escuché y me consentí, descubriendo a la niña y a la adolescente que hay en mí, por fin, las volví a encontrar.



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Hoy 19 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, lo que pretende sensibilizar y concientizar a la población con el mensaje de una detección oportuna a fin de mejorar el pronóstico y la supervivencia de los casos; por lo que historias de sobrevivencia y fe deja de manifiesto el amor a la vida y lejos de desvanecer, tomar la decisión de seguir adelante. Martha Beatriz Kuri González, terapeuta , madre, abuela, amiga, hermana del senador Mauricio Kuri, pero sobre todo mujer, es quien narra lo que vivió por más de un año padeciendo este mal y su liberación.

Tuve cáncer de mama, al saberlo, desde el enojo, la tristeza, la angustia, el miedo a la muerte, y el abandonar a mi hijos y nietos, lloré mucho, me quejé, pensé y sola reflexioné “Si tengo la fortuna de quedarme en la vida, jamás seré la misma: mejoraré, aprenderé, creceré, valoraré y disfrutaré”

En entrevista para Diario de Querétaro cuenta que descubrió la protuberancia en el pecho cuando jugaba con sus nietos pensando que era un juguete; inmediatamente se dirigió con el doctor y cuando le aseguraron que era cáncer pensó, que había tenido una vida muy linda y que había aprendido mucho, que si era el momento de irse, estaba bien, pero cuando pensó en sus hijos y sus pacientes sintió que quería dejar un poco de ella en este mundo y quería trabajar por su gente y por México.

Recuerda que recibió 18 quimioterapias y 30 radios, así como una operación, todo eso en un año y medio de tratamiento. Como se le conoce a Martha, un ser humano con gran entereza, afinidad por la vida y luchando siempre por aferrarse a lo que Dios le da y aprendiendo a aceptar cuando se lo quita, como cuando perdió a su hija de tan solo unos años de edad.

“En este tiempo de tratamiento, me enfrenté con la muerte cara a cara, y me cambió la vida al cimbrarme el alma, ahora tengo una gran capacidad de ser más feliz y de disfrutar desde lo más pequeño”, cuenta que perdió su cabello, no perdió peso por que nunca se le quitó el hambre, pero lo más duro dice, fue sentirse mal físicamente al término de cada tratamiento, no poder hacer actividades que ella quería y enfrentarse a que no somos este cuerpo. “Somos algo mucho más grande y conectarme con mi esencia fue lo que hice, en la tan nombrada belleza interior, así me conecté, con esa calma interior y dejé fluir lo que la vida quería de mí” .

Después de recibir su alta, después de muchos meses de sufrimiento pero con el alma limpia, pensó en dar más amor, en disfrutar más de los seres humanos, de la naturaleza y ser más simple. “Hoy veo la vida, en toda su grandiosidad, estoy agradecida por mi vida y por todo lo bueno que tengo, en especial por el amor de mis hijos, mis hermanos, mis amigos, mis pacientes”.

Mujer sencilla y con el alma al descubierto, está convencida que las mujeres son seres de luz con mucho poder, con gran capacidad de reinventarse y les dice: “ entre más hagamos consciencia de nuestro valor, más fuerza tenemos para salir adelante, que la meditación ayuda mucho y el amor de la familia, que la mejor manera de llevarlo es ayudando a otras y así nos unimos para acompañarnos en lo que nos toque”. Ella se aferró a Dios, a sus hijos y a sus ángeles en el cielo.

El intruso


Es un terrible intruso que cuando llega se apropia de nosotras violentando y destruyendo nuestra intimidad como pareja, como madre, como hija, como profesional, como mujer plena. Sin respetar edad, raza, estatus social, economía, religión, valores o costumbres, el cáncer de mama nos violenta y confronta en todo, para todo y para siempre. Las afortunadas sobrevivimos y aprendemos, las otras no.

Sin remedio alguno, desde el enojo, la angustia y la desesperación, nos enteramos que tenemos cáncer. Tristemente, desde la soledad, la pena, la vergüenza, la falta de recursos y el desconocimiento, la gran mayoría de las mujeres enfrentan este mal. Mientras que otras, la minoría, encaran al intruso de su intimidad desde el amor, la compresión, la fe, el apoyo, el acompañamiento de su pareja y el amor de sus seres queridos.

El cáncer de mama violenta profundamente nuestra intimidad. Solas o acompañadas cada una de nosotras decide para bien o para mal que hacer o que no hacer. Es una manifestación física de mucho enojo acumulado cuando aparece, irremediablemente nos cambia todo por dentro y por fuera.

El intruso en mi vida me obligó a perder el apego a lo material, a conquistar mi ego y mi vanidad. Valoramos la vida cuando la podemos perder, al sentir el posible final de mi vida, pero el amor por mis seres queridos desbordaba mi alma. Aprendí a ser nueva, a dejar atrás cualquier otro dolor, tristeza o incomodidad. Descubrí la quimio, el sufrimiento continuo y compartir en un hospital.

Esperanzas muertas, fortalezas inauditas todos los días. Valorando y entendiendo un sin fin de cosas que no hubiera entendido si no hubiera estado ahí. Acepté que en cualquier momento la vida me podía ser arrebatada. Tuve que soltar, confiar y ponerme en manos de la misericordia de Dios.

Soltando, pero peleando, agradeciendo y valorando, los milagros empiezan a suceder. Estoy aquí por segunda vez, naciendo, viviendo, disfrutando a las personas, al mundo, a esta vida que sostenemos y gestamos con nuestros pensamientos y sentimientos cotidianos.

Consciente de muchas cosas, aprendí qué pensando positivamente, agradeciendo, valorando y disfrutando, mi mundo podía cambiar. Sintiendo la alegría de vivir, sobreponiéndome al dolor y a la humillación de perder pelo, pestañas y mi fuerza corporal, descubrí que ya no era la misma.

Las mujeres que enfrentamos cáncer de mama podemos dejarnos vencer o decidir usar el dolor como fuerza para proyectarnos y sacar lo mejor de nosotras mismas, encontrando y mostrando al mundo tesoros escondidos. Aprendemos el desapego, aprendemos a dejar fluir, pues entendemos lo temporal de las cosas materiales, valoramos lo profundo, ahora nos emocionan los momentos.

Enfrentando al intruso, empezamos a reconocer la fuerza que hay en la familia que nos contiene, que nos ama, por la que luchamos. Entendemos el amor incondicional de los hijos y los hermanos, los abrazos de los amigos. Nos volvemos sabias. Entendemos que cada uno va dando lo que puede para acompañarnos, sanarnos y hacernos sentir mejor, y eso, no tiene precio.

Enfrentando al intruso, nunca me sentí menos mujer. Por el contrario, descubrí el poder real de serlo, mi poder interno, el poder de sobreponerme a que el cuerpo no puede. Aprendí a ir más allá del cuerpo físico y descubrí que cada segundo tiene una inmensidad de grandeza.

Me conocí, como nunca, me escuché y me consentí, descubriendo a la niña y a la adolescente que hay en mí, por fin, las volví a encontrar.



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