Uno de los acontecimientos que marcaron a la ciudad de Querétaro fue el paso del Archiduque Maximiliano de Habsburgo, quien visitó la capital en dos ocasiones, una en 1864 cuando realizó un recorrido para conocer la zona y fue hospedado en la casona de la familia Rubio, hoy “Casa de los Cinco Patios” y la segunda en febrero de 1867, sin imaginar que sería en este sitio donde encontraría el fin de su existencia.
En esa ocasión, puntualizan las cápsulas de la divulgación histórica del Museo de la Restauración, que primero acudió a San Juan del Río donde dio a conocer que tomaba la dirigencias de las tropas y finalmente el 19 de febrero de 1867 arribo al Casino Español, hoy “Pasaje de la Llata” donde fue una de sus últimas moradas antes de caer preso.
DE LA PRISIÓN DE CAPUCHINAS AL CERRO DE LAS CAMPANAS
Para muchos historiadores su caída ante el Ejército Republicano comandado por Mariano Escobedo, se pudiera deber a su arrogancia, que además de enemigos le dejó tropas divididas y de eso comprende otra versión que refiere que este fue traicionado por altos militares y políticos que se presumían sus aliados.
Tras caer en manos de los republicanos se le inicia un juicio político junto a sus generales Miguel Miramón y Tomás Mejía y son llevados presos al Convento de Capuchinas, hoy la parte que comprende el Museo de la Restauración.
El fiscal Refugio González les da a conocer su sentencia la cual consistió en muerte en el paredón, el lunes 16 de junio de 1867.
Las peticiones diplomáticas de los gobiernos de Inglaterra, Francia y Austria al entonces presidente de la república, Benito Juárez García, no se hicieron esperar pidiendo que a Maximiliano se le concediera el indulto, petición que fue negada y sólo se les concedieron unas horas más de vida, lo cual enfureció al Archiduque que lo tomó como una agonía a su sufrimiento.
El miércoles 19 de junio por la madrugada llegaron los confesores para dar consuelo a los reos siendo el canónigo Manuel Sor y Breña quien asistió a Maximiliano, con quien se dice estuvo por una hora platicando con él.
Posteriormente a las 5:00 de la mañana se ofreció una misa y luego desayunaron, testigos afirman que este comió, una pieza de pollo, pan y una copa de vino.
Siendo las 6:00 de la mañana y comenzando a verse los primeros rayos de sol, las trompetas de la tropa retumbaron fuertemente anunciando que el fin se acercaba.
El padre Manuel Soria relata en sus memorias que Maximiliano palideció y nunca lo vio tan afligido.
En la puerta del convento, los prisioneros ya eran esperados por tres carruajes para ser trasladados al Cerro de las Campanas. El canónigo Soria refiere que el emperador ya repuesto y ante su preocupación le decía “no hay que tener miedo padre, no hay que tener miedo”.
Otro detalle que se cuenta en las memorias fue que al bajar del carruaje se quitó su sombrero morado de copa y lo lanzó al asiento diciendo, “esto aquí ya no me sirve”. Camino con orgullo portando en las manos un crucifijo regalo de su madre y portando un elegante traje café oscuro, préstamo del adinerado empresario queretano Carlos María Rubio.
El fusilamiento de un personaje de la realeza europea llamó poderosamente la atención de la prensa en todo el mundo pues tanto él como su esposa eran muy reconocidos en la sociedad europea donde incluso se le conocía como “el primo de Europa”.
Las últimas palabras del Archiduque austriaco fueron:
“Perdono a todos y que me perdonen a mí, ojalá que mi sangre derramada sea en beneficio de este país. ¡Viva México, viva la independencia!”.
Posterior a ello entregó unas monedas a los soldados que lo ejecutaron para que le apuntarán directo al corazón y no tener ninguna agonía.