El barrio de la Cruz, uno de los más antiguos y arraigados de la capital queretana, es sin duda el lugar que abarca más recuerdos y tradiciones de las posadas, que son la celebración antes de navidad donde comienzan los preparativos para la llegada del hijo de Dios. Esto de acuerdo con la enseñanza de la religión católica y cristiana; los pasajes se realizan por nueve días, donde se hace alusión a los nueve meses de gestación de la Virgen María.
En el antiguo cerro de San Gremal estos festejos se recuerdan desde años remotos, “más de 100 años festejándolas” dice doña María Jiménez, una vecina de la calle de Doctor Lucio. Pero fue por los años cincuenta, cuando se comienzan a tener más presencia entre los nativos del lugar.
Según los moradores todo comenzó desde la primera semana de diciembre, cuando las familias adornaban los frentes de sus casas con farolitos multicolores elaborados con papel china, las guirnaldas de una barda a otra hacían que las rencillas entre los habitantes desaparecieran pues eran días de júbilo y de fomentar el perdón. El novenario era por sorteo para evitar conflicto entre las calles, donde se haría el recorrido, ya que todos cruzaban los dedos por ser los afortunados anfitriones de la última posada, la del día 24. Ya con sus nombramientos en mano, los vecinos comenzaban los preparativos, todos querían hacer la mejor celebración, la más vistosa, la que diera de que hablar entre las demás, pero también que sus posadas trascendieran a los otros barrios de la ciudad.
Cuando se llegaba el día, los entusiastas residentes barrían la calle, elaboraban el altar ya sea afuera o dentro de la casa anfitriona. En el templo los frailes, comenzaban la mañana con la realización de los peleados “aguinaldos”, los cuales se entregarían después del rezo a los niños; “era una emoción bien bonita, mis amigos y yo desde las 4:00 nos íbamos al atrio de la iglesia a dejar una ficha, una piedra, o lo que fuera para apartar nuestro lugar y ser de los primeros en recibir el aguinaldo, que no era como los de ahora, eran bolsas con caña, naranja, mandarina, cacahuates y unos dulces que se llamaban colación” recuerda Ernesto, mientras lo secunda su amigo Fermín “Y aguas con que uno se quisiera pasar de listo y hacer trampa o quitar la piedra del otro” recordaron entre risas y nostalgia los amigos que aún siguen siendo habitantes del lugar.
En punto de las 18:30 horas las campanas del templo de la Santa Cruz de los Milagros repicaban para dar inicio al novenario. Se recorrían varias calles, cantando la letanía evocando el pasaje bíblico de la Sagrada Familia en su travesía por Nazaret. Al término y después de recoger el tesoro de los dulces, era correr para romper la piñata, la de siete picos que representaría, los siete pecados capitales. Y entonces comenzaba el desfile de comida, ponche, café y tamales, que acarreaban las familias para compartir, con los de la cuadra. Ya con el tiempo muchos comenzaron a incluir música, ya fuera con bocinas y los más entusiastas hasta conjunto musical llevaban, para deleite sus invitados.