Innsbruck es un destino privilegiado para los amantes de los deportes de invierno, pero también para quienes quieren disfrutar de su centro histórico medieval, con edificios de la época imperial y también de arquitectura moderna.
“Su nombre consta de dos palabras alemanas: ‘Inn’ es el nombre del río que pasa por la ciudad y ‘brücke’, que significa puente. Por lo tanto, Innsbruck "puente sobre el río Inn"", explica Andreas Reiter desde la Oficina de Turismo de Innsbruck.
PAISAJE E HISTORIA QUE VAN DE LA MANO
Reiter recomienda pasar al menos dos noches en la ciudad, “pues sólo el centro histórico ofrece muchos monumentos: el tejadillo de oro, la torre de la ciudad, el palacio imperial o la iglesia de la corte”.
El tejadillo de oro es uno de los rincones más icónicos de Innsbruck. Sin embargo, en este caso no es oro todo lo que reluce. De hecho, su brillo se debe “a las 2.657 tejas de cobre doradas al fuego que recubren el tejado del espléndido mirador que domina, desde hace más de 500 años, los edificios medievales y las arcadas del centro histórico”, aclara Reiter.
A Maximiliano I de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, le gustaba observar el ajetreo de las calles de Innsbruck desde este mirador. Desde allí también presidía los torneos de caballeros y era venerado por el pueblo.
Junto al tejadillo de oro se alza la torre de la ciudad, con sus 51 metros de altura, que data del año 1450, unos 50 años antes de la construcción del tejadillo. No obstante, su cúpula en forma de bulbo se edificó un siglo más tarde.
Desde esta torre, los vigilantes oteaban la ciudad y sus inmediaciones y daban la voz de alarma en caso de incendio o de cualquier otro peligro.
A la vez, las plantas inferiores del edificio servían de prisión. Hoy, la torre de la ciudad es un espléndido mirador desde el que contemplar la montaña de Bergisel, la de Patscherkofel, el río Inn y la cordillera Nordkette. Eso sí, para disfrutar de estas vistas hay que subir 133 escalones.
Otro monumento destacado es el palacio imperial, que se terminó de construir en el año 1500, durante el reinado del emperador Maximiliano I.
Unos 250 años más tarde, la emperatriz María Teresa visitó el palacio de Innsbruck y lo encontró desfasado. Además, dado que parte de sus estancias habían caído en desuso, ordenó una renovación del edificio en estilo gótico vienés.
En el siglo XIX, el palacio experimentó más cambios. Esta vez fue el archiduque Carlos Luis de Austria quien encargó la reforma de los apartamentos privados para su suegra, la emperatriz Elisabeth, más conocida como Sissi.
Si bien Sissi sólo estuvo algunas noches en Innsbruck, su esposo, el emperador Francisco José, solía pasar largas temporadas en Tirol durante las que se alojaba en este palacio.
MARCADA POR LOS ALPES
Muy próxima al palacio está la iglesia de la corte, conocida también como la iglesia de los hombres negros, debido a las 28 figuras de bronce de tamaño natural situadas en su interior.
Estas estatuas representan a las personas que el emperador Maximiliano I eligió para que le acompañaran en su última morada.
Entre ellas hay destacados miembros de su familia, como sus esposas María de Borgoña y María Sforza; su hijo, el rey Felipe I de Castilla (conocido como El Hermoso); o su nuera, la reina Juana I de Castilla (conocida como Juana la loca), pero también otros personajes como el mítico rey Arturo.
Sin embargo, este espléndido cortejo sólo guarda el monumento fúnebre de Maximiliano, pues los restos mortales del emperador descansan en la ciudad de Wiener Neustadt, muy próxima a Viena.
Asimismo, es recomendable acercarse a la catedral de Santiago, que data del año 1180, aunque tuvo que ser reconstruida en el siglo XVIII ya que sufrió graves daños a causa de un terremoto.
Este templo alberga el cuadro “Maria Hilf” (María del Socorro), obra de Lucas Cranach, y también el monumento fúnebre del archiduque Maximiliano III, realizado por Caspar Gras.
“Además, merece la pena visitar el Bergisel, un trampolín de salto que asegura unas vistas impresionantes de Innsbruck y de la Sierra de Nordkette”, indica Andreas Reiter.
Construido en 2001 por la arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid, el Bergisel ocupa el lugar en el que se erigió el primer trampolín en el año 1925, que se utilizó en los Juegos Olímpicos de invierno celebrados en Innsbruck en 1964 y en 1976.
El nuevo edificio sirve como instalación deportiva pero también tiene otros usos pues, entre otras cosas, alberga un restaurante con vistas panorámicas. Asimismo, Reiter aconseja visitar el castillo de Ambas y el museo Tirol Panorama.
“Innsbruck está situada en el corazón de los Alpes, lo que significa que no sólo ofrece muchas visitas culturales, sino también una naturaleza maravillosa”, expresa Reiter.
En este sentido, explica que en la ciudad y sus alrededores hay siete funiculares y recomienda usar por los menos uno, por ejemplo, el de Nordkette, “que te lleva directamente desde el centro de Innsbruck al "Top of Innsbruck" (2.256 metros de altitud) en 30 minutos”.
Además, Reiter propone como excursión desde Innsbruck los Mundos de Cristal de Swarovski, el original museo de la famosa marca de artículos de cristal, que se encuentra a 20 kilómetros de la ciudad.