Sutra I-3
Preparar el equipaje es el prefacio de un viaje que, como novela por entregas, se irá escribiendo día a día, abandonados al presente. Pero, ¿qué se lleva a la India, país de diversidad confeccionada por arrebatados contrastes, donde la nota roja y el cuento de hadas suceden al mismo tiempo en el mismo escenario? Partir de viaje es también soltar.
Extrañamiento, ostranenie. Hay que sacudirse el bagaje antes de pisar la tierra de los Vedas. De preferencia empacar en su lugar un par de ojos nuevos e inquisitivos, que nos permitan observar sin expectativas, como si fuera la primera vez, y encontrar la belleza donde en ocasiones parece ocultarse; encontrar la belleza a pesar de los caprichos de la mirada y sus confortables costumbres.
Vértigo, quimera y desencanto. Disponerse para las sorpresas y el inevitable derrumbe de juicios, certezas y sentimientos que sobreviene. Porque sin cuestionamientos no hay travesía: cruzar fronteras —geográficas e ideológicas— nos quita velos que la vida cotidiana no quita. Y la India es una odisea de espejos donde al mirar hacia afuera todo lo que vemos de alguna manera se nos regresa y nos obliga a husmear en nuestro interior. Ahí precisamente se origina otro viaje, uno más largo y quizá más auténtico e inquietante.
Peregrinar a pies desnudos con ofrendas a Shiva, conducir un auto-rickshaw en el camino de Galta, presenciar el ocaso en Lake Pichola en Udaipur, cruzar a camello el desierto del Thar para dormir bajo las estrellas y despertar cubierta de arena, deambular y perderme en el alucinante laberinto del Sadar Bazaar en la vieja Delhi. Y los lugares comunes, esos clichés tan patentes e ineludibles en este país colmado de ellos… Es en Rishikesh, a las faldas del Himalaya, donde comienza este periplo que incluye poco más de una docena de paradas y mucho más que decenas de palabras.
«Para ver un lugar es preciso volver a verlo […] El viaje más fascinador es un regreso», dice Claudio Magris. Esta serie de crónicas es una suerte de retorno, pero ahora en el papel.
Cada línea, cada frase, es asomarme de nuevo por la ventanilla del tren, doblar la esquina en tuk-tuk, o sentarme en aquella banca a mirar con un par de ojos nuevos, bien despiertos, único equipaje indispensable para llevar al país de los rajás y los sadhúes, a la patria del yoga, del mango, de la música de sitar.