Vitaflumen: Día de Muertos

Por: Sandra Hernández,

  · sábado 3 de noviembre de 2018

Foto: Sandra Hernández

Los lectores de este Diario

ya no tienen salvación.

La Catrina, su misión,

es mandarlos al osario.


Ha llegado mi festividad favorita del calendario: el Día de Muertos. ¿Acaso en este país hay celebración más mística y legendaria que esta? Honrar a los muertos, celebrar la vida. Tomarnos el tiempo para ello una vez por año me parece un gesto profundo y conmovedor.

El año pasado tuve finalmente la oportunidad de pasar estas fechas en los pueblos que se encuentran a la orilla del lago de Pátzcuaro, en Michoacán. Sin duda es una de las regiones del país con una de las más antiguas tradiciones de muertos que se remonta a los purépechas y que se ha convertido en destino y referencia obligada tanto de visitantes nacionales como extranjeros que llegan ávidos de presenciar y vivir en carne propia esta conmemoración dual.

Muerte y vida. Noche y día. Silencio y jolgorio. Pasado y presente. La gente se prepara con antelación para el 1 de noviembre donde pasan la noche en blanco junto a sus difuntos en absoluta solemnidad y recogimiento, en silencio, bajo la luz de las candelas y el colorido del cempasúchil —protagonista de estas fiestas— que abarrota las tumbas en forma de ofrendas y coronas, y decora las entradas de los camposantos con arcos majestuosos trabajados en familia durante días para esa velada especial. Hace frío, pero eso no los detiene. Nadie falta a esta cita nocturna con sus antepasados y raíces.

Al día siguiente, con los primeros rayos de sol, comienza el guateque, llega la alharaca. Suena música de banda, de mariachi o de trío, la preferida del homenajeado. Los cementerios normalmente grises y olvidados se visten de colores y se transforman en un gran salón de fiestas. Todos llegan cargados de comida y bebida. Entre sepulcros y lápidas, adultos, niños y ancianos comparten, ríen y brindan a la salud de los que ya no están. Algunos se pondrán nostálgicos pero la mayoría canta y baila. Ofrecen a conocidos y a extraños un vasito de charanda, de tequila o un plato con corundas y uchepos típicos del lugar. Todo mundo es bienvenido a este convite. Sé que esta escena podría parecer espeluznante pero, en realidad, está muy lejos de serlo. Es ahí donde uno entiende que la vida y la muerte van juntos de la mano y que, más que opuestos, son parte de una misma línea circular. Qué belleza honrar a nuestros muertos con una celebración llena de vida, de alegría y color.

Dice una leyenda purépecha que al morir las almas vuelan como mariposas monarcas sobre el lago encantado de Pátzcuaro hasta la isla de Janitzio. Ojalá sea cierto porque no imagino escenario más hermoso que ese para revolotear en la eternidad.


Quien escribe esta columna

un hechizo les ha echado.

De La Parca, soy alumna:

sus días están contados.


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Texto y fotografías de Sandra Hernández, arquitecta y fotógrafa. Su pasión por el tema urbano y su acontecer cotidiano le ha llevado a explorar el mundo desde estas dos disciplinas cuya práctica está estrechamente ligada: una complementa a la otra.

Cuando no está de viaje trabajando en algún proyecto, divide su tiempo entre las ciudades de Quebec, Canadá y Querétaro, México.

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