Comienza la cuenta regresiva para el ocaso del verano: los días se acortan y el mercurio desciende en el termómetro. Y mientras yo comienzo a sentir nostalgia por las falditas y sandalias que quedarán guardadas en el armario, por las tardes de terraza y la camaradería estival, muchos estarán esperando el final de la estación y dirán, como el gran poeta Rainer Maria Rilke, que ya es momento de dejar entrar al otoño.
Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos;
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.
No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas. *
Así que ahora he desempolvado los recuerdos de estos últimos meses y dejo algunos por aquí. Recuerdos de un verano colorido en todos los sentidos, de un verano en latitudes donde los días de sol y calor llegan a cuentagotas y eso es motivo de fiesta.
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