¡Uy, qué bonito lucía sus vestidos Norady! Hacía pocos años había llegado la moda de las minifaldas, ahora estaba plena en el Distrito Federal. Era 1973, así que ella podía lucir sus vestidos y faldas cortas con toda tranquilidad. Nada abusivo, pero dejaba ver el palmo de piernas que poseía, y, ya fuera con calcetas o sin ellas, lucía hermosa. Después de verla lo único que Santé se repetía y se repetía para su adentros era: uff, pero qué piernotas tiene.
La mamá le compraba los vestidos, ya fuera en el mercado o en el Centro. Colores variados y luminosos, verde jade, azul cerúleo, azul cielo, con flores, una falda amarilla tableada, todo le quedaba, todo lo lucía con esplendor. De talle ajustado, sus prendas permitían admirar la cintura de la que era dueña esa señorita de 16 años, morena clara, yegua joven, briosa y perfumada, aire de juventud expandiéndose en el aire, cuerpo desplegado en toda su finura y belleza. Santé, su novio, de 17 años, se sentía afortunado. Se habían conocido en la prepa 5. A los pocos días de haber iniciado el año escolar fue a la escuela el grupo de rock mexicano de los Dug-dug’s. Esa banda traía toda el aura de Avándaro, habían tocado ahí. Para ser más exactos ellos abrieron esa tocada histórica. A Santé le habría gustado ir a ese festival, pero en ese entonces tenía 15 años y su mamá le rogó que no fuera, que no la desobedeciera. Quién sabe qué determinación le vería la señora que se preocupó en verdad de que el muchacho no le hiciera caso, pensó hasta encerrarlo en el baño para que no se escapara.
Santé amaba la música, la traía por dentro. Cantaba y tocaba todas esas canciones de la radio: la rosa roja que te hablará de amor y un montón más. El muchacho estaba sediento de amor. Claro que no lo había confesado a nadie, ni siquiera a él mismo. Eso no se dice so pena de parecer medio ridículo. Quizá por eso le gustaban algunas canciones fresas. Lo paradójico era que al mismo tiempo escuchaba todas las noches el programa de Vibraciones, en Radio Capital, una emisión de puro rock grueso. A fin de cuentas todos los géneros tenían sus canciones de amor despiadado, desgarrado, masoquista, sufrido o luminoso. El chavo iba desde los cantos de Juan Gabriel, hasta los lamentos dolorosos de las tinieblas de la noche americana; de “Necesito un hombre para amar”, a la balada de Me and Bobby McGee. Santé creció alimentado por muchos tipos de música. Las ayudantes domésticas de su casa le acercaron a la música ranchera escuchando La mera mera, la estación del Barrilito, radio Sinfonola. Y también le entraba a las cumbias en la Tropical ardiente. Además, la mamá de Santé era muy bailadora y alegre. Todo esto influyó en él. Sin embargo, tampoco era la guapachosidad andando. El carácter le cambiaba mucho. A veces estaba contento, otras melancólico, clavado, ensimismado en quién sabe qué triste y mística soledad. Todos sus estados de ánimo le gustaban, sin saber por qué.
Escuchaba casi todo tipo de música, aunque su favorita era el rock, creció con él escuchando Radio Capital, la Pantera, Radio Éxitos, desde los ocho años. Su mamá le regaló un radio de pilas rojo, de plástico, de los primeros que hubo transistorizados, y en éste seleccionaba día a día lo que quería escuchar. Escuchar de verdad. Concentrarse. En ese tiempo varias revistas ilustraban a los roqueros. El México canta era una de ellas. Ahí Santé, sus hermanos y amigos, se enteraban de lo que sucedía en el mundo del rock. También traía letras traducidas, y, gracias a ello, Santé pudo influirse de toda la filosofía hippie y roquera. Ahí publicaban también acerca del rock en español. Y aunque algunos intelectuales pensaban que todo eso era pura colonización enajenante, la cuestión no era tan simplona. Ese mundo era un cuestionamiento al sistema económico y político, a la guerra, al mundo de los rucos, a la momiza, a los valores establecidos, a la familia, a la persecución policíaca. Todas esas ideas y concepciones del mundo alimentaron a Santé desde muy niño. Así que la presencia de los Dug-dug’s en la prepa 5 aquel día había que celebrarla. Tocaron en el gimnasio. Mucha banda, cervezas, mariguana. “Hey , dime qué eres tú, dime que has logrado hacer”. Primeras preguntas en medio de aquel ambiente en el que a Santé le parecía flotar. Preguntas ancladas en la infancia, de cuando el despertar y la conciencia fueron apareciendo sin sentirlo y sin saber exactamente a qué se enfrentaban en el mundo.
Parecía un principio, un renacimiento. Al calor de los acontecimientos parecía que nadie recapacitaba. Aparentemente se vivía en el apagón social, herencia de la represión y matanzas del 68 y el 71. Además de que el mundo estaba permanentemente amenazado por la Guerra Fría y la bomba atómica. Después de Avándaro todas las tocadas de rock fueron prohibidas. Decían que por todo esto, como fuga, los chavos optaban por el rock, las flores y la paz. Hacer el amor y no la guerra. La era de Acuario era la que Santé defendía.
El gimnasio de la prepa nadaba en humo de mariguana. La prepa dio cobijo a todo lo prohibido, perseguido, censurado, entre esto estaban las tocadas de rock. Los Dug-dug’s tocaban a todo lo que daba y Santé abrazó a Norady. Se le ocurrió que saliendo del concierto le iba a componer una canción de amor, quería dejar constancia de su pasión. Además, quería sacar a Norady del pequeño mundo del cual venía, quería sacudirla. Claro, era propio de una casi adolescente . Ella siempre estaba encerrada, salía sólo con sus padres, iba por mandados, pero no se daba cuenta de su aislamiento, era normal, hasta entonces todo había sido felicidad.
La canción que le compondría tendría diversas fuentes de inspiración. Por ejemplo, Santé acababa de leer un libro de cuentos de Oscar Wilde. Horas y horas de viajar por mundos insólitos y hermosos. Se lo prestó a Norady. Fue el primer libro que compartieron y comentaron. Para él era lo máximo presentarle todo ese mundo extraordinario que vivía. Plan con mañana, le insistió que leyera el cuento de un príncipe que vivía encerrado en su castillo. Ella lo leyó, pero nunca lo relacionó consigo misma, como él esperaba que pasara. ¡Bah! Quién se hacía esas preguntas filosóficas cuando te esperaba tender las camas, hacer la comida y lavar los trastes todos los días. Los primeros juegos que le enseñan a las niñas son los de casarse, tener un hombre que las proteja y las cuide. Norady tuvo su primera menstruación a los diez años. Una niña que ya podía parir hijos. Todo ese viajezote lo tuvo Santé en el gimnasio mientras abrazaba y besaba a Norady, y escuchaban las rolas y los mensajes de los Dug-dug’s. Hasta se imaginó a Norady pariendo un hijo, producto de su amor, ahí, en medio de la tocada, entre el rock, el humo de mariguana y las locuras de todos esos jipitecas que anhelaban un cambio.