El título, como los lectores sabrán, es una frase del famoso corrido de Gabino Barrera, el indio suriano que usaba bigote de cuadro abultado como señuelo de conquistador empedernido, a pesar de que muchas veces a “raiz” andaba porque sus pies campesinos nomás no soportaban los huaraches.
El párrafo anterior es pretexto para hablar de “Id Descalzos”, la obra de Sergio Aguirre que, montada por la compañía de teatro Atabal, fue seleccionada para representar al Estado de Querétaro en la próxima Muestra Regional. Merecida selección para un trabajo en el cual se percibe la voluntad estética de la directora Sandra Muñoz, que puso en escena una suerte de danza comunitaria que vuelve concierto musical el paso de los campesinos que, caminando a “raiz”, no pierden el contacto con la tierra.
La obra se desarrolla en tres tiempos: en el primero la comunidad campesina vive literalmente con los pies en la tierra, en el segundo el abuelo va al “rescate” de la protagonista para llevarla a una urbe, digamos, civilizada, en donde la chica estrenará sus zapatillas de tacones de aguja que la habrán de conducir al laberinto de las urgencias citadinas y los artefactos contemporáneos. En el tercer tiempo la protagonista regresa al terruño.
Sin desdorar la excelente puesta en escena y el magnífico trabajo de los actores, extrañé una secuencia dramática que se encuentra en el cuento original de La Sirenita, secuencia que obviamente desdeñó la famosa película de Walt Disney. En el cuento original, cuando la Sirenita sale del mar en pos de su príncipe y calza zapatillas, el dolor es tan lacerante que siente como si le clavaran espinas en las plantas de los pies. Tal vez, digo, una secuencia como la citada permitiría a la obra no alejarse del tema de los pies, pero, bueno, hagan de cuenta que no he dicho nada porque “Id Descalzos” será una óptima representante del teatro queretano.
“Hikari”, por su parte, es la obra que reemplazaría a la anterior en caso de que no pudiese asistir. En “Hikari” no hay un problema de “raiz” sino de raíz con todo y acento, porque el protagonista Nicolás Parker Montes trae un problema desde sus primeros minutos de vida: un error médico que le desgracia la vida.
Carlos Casas dirigió a dos actores del grupo Barón Negro con suficiente eficacia, fincando las raíces teatrales en las capacidades histriónicas de la pareja de actores, que juegan a la comedia trastocando roles hasta llevarnos a los linderos mismos de un drama terrible que ha torcido los renglones naturales de la sexualidad del protagonista. En el aspecto del cambio de roles, por ejemplo, la prostituta que crea el actor se construye con porte y estatura masculinos, características que acrecientan la sensualidad y el arrojo de la puta callejera.
Viendo a semejante actor nunca pude mentalmente alejarme de la estatua de Honorato de Balzac que esculpió Augusto Rodin, genio que captó al novelista como una mole de bronce, como una montaña de sensualidad que se levanta y nos impone el porte y la estatura de un titán. Lo escribo con entusiasmo, emoción que de ninguna manera va en detrimento de las interpretaciones de la actriz, que con su talento va tejiendo la pauta armónica de una obra que bien merece el honor que ha conquistado.
Las dos obras logran sus aciertos porque crecen a partir de la raíz misma del teatro: el trabajo actoral, y los actores aciertan a su vez porque sobre el tablado andan a “raiz” aunque también utilicen huaraches, zapatillas o zapatos tenis.