Si ubicamos a la escuela como un invento humano, tendríamos que referirnos a ella como una creación muy reciente. A diferencia de otros inventos o maravillas contemporáneas, que sufren de manera constante actualizaciones o simplemente desaparecen, la escuela persiste y funciona, aunque no en los términos en que nos gustaría. La pandemia ha significado un desafío para las escuelas. No es novedad que, en algunos hogares queretanos, la opción de los hijos (especialmente en los adolescentes) sea la modalidad virtual o híbrida por razones que impone la propia pandemia. En este contexto, lo presencial ha dejado de ser atractivo al menos para este grupo etario.
Si bien las escuelas han logrado cosas increíbles que han contribuido al desarrollo de la humanidad, las demandas contemporáneas son mucho más ambiciosas: esperamos que las escuelas doten de conocimientos y comprensión a un número cada vez más numeroso y diverso de personas, provenientes de múltiples contextos socioculturales y familiares inmensamente heterogéneos.
Y, sin embargo, la escuela aún acepta el desafío.
No obstante, es importante señalar que este desafío podría ser equivocado. Aunque se espera que las escuelas nos transmitan mayores conocimientos, saberes y mejor comprensión, quizás lo que sabemos sea suficiente para mejorar la educación. No es novedad que en la psicología educativa y, recientemente, en las neurociencias, se conozcan las bases del aprendizaje y sus motivaciones. Desde las ciencias sociales, específicamente en la sociología de la educación, es posible comprender el funcionamiento de las escuelas públicas y privadas, su renuencia al cambio, el perfil del profesorado, los factores que inciden en el logro educativo de sus estudiantes, entre otros aspectos. Tampoco sorprenden los incontables intentos que desde el Estado, o en los esfuerzos de la iniciativa privada, se han emprendido para buscar un modelo educativo que suscite aprendizajes significativos. Tan sólo en nuestro país podemos hablar de cinco modelos educativos, incluyendo el vigente modelo de competencias, actualmente reducido a letra muerta.
El problema sigue siendo el mismo: no aplicamos los conocimientos que aprendemos en la escuela.
Trátese de una escuela pública asentada en el municipio de Arroyo Seco, o en un aula de una escuela particular de El Campanario, los profesores enseñan y los estudiantes aprenden como se hacía hacia más de cincuenta años. La pandemia sólo desveló una amarga realidad latente: la educación permanece apegada a las prácticas tradicionales.
Por supuesto que hay honrosas excepciones, como aquellas en donde con mucho esfuerzo, con o si el apoyo de sus directivos, los docentes experimentan con nuevas estrategias didácticas o nuevos derroteros pedagógicos (por favor, no confunda lo didáctico con lo pedagógico). Pero esas son las excepciones que confirman la regla.
Una escuela puede ser un lugar en donde se adquieren conocimientos, pero para que una escuela sea un ser inteligente, debe ser capaz de usar el conocimiento adquirido. Una escuela inteligente es una escuela que educa bien a sus estudiantes.
De acuerdo con David Perkins, en su libro La escuela inteligente, del adiestramiento de la memoria a la educación de la mente (Gedisa, 2001), estas son las tres características fundamentales para considerar a una escuela como inteligente:
Una escuela inteligente se mantiene informada
En estas escuelas los docentes, estudiantes, directores, administrativos y hasta las familias se involucran en saber mucho sobre el pensamiento y el aprendizaje humanos, así como de su funcionamiento óptimo. Asimismo, se interesan, fomentan y colaboran con el funcionamiento óptimo de la estructura y de la cooperación escolar.
Una escuela no es inteligente cuando desdeña el arte y las actividades culturales, relegándolas a clases de relleno en horas muertas o a talleres arte sin profesores capacitados, mucho menos artistas. Una escuela no es inteligente cuando apela a la reproducción (cantar, pintar, bailar, recrear productos preexistentes) y suprime a la imaginación y a la creación propias.
Una escuela inteligente es una escuela dinámica
Además de la formación, este tipo de escuelas presumen su espíritu enérgico. Cada plan, medida y acción que implementan están dirigidos a generar energía positiva en todo el andamiaje escolar, desde los niveles directivos, hasta en las áreas de apoyo y mantenimiento. Por supuesto, el sector estudiantil y el profesorado son los principales agentes y beneficiarios.
Una escuela no es inteligente cuando se extravía en la inercia institucional, cuando es comparsa de una sola persona o cuando se deforma en un limbo que nulifica toda motivación para el aprendizaje, cuando el grado de energía negativa llega a tal grado que la vocación por la enseñanza sucumbe ante los arranques de autoritarismo o ante los embates de la mediocridad en todas sus formas: docente, estudiantil y de liderazgo.
Una escuela inteligente es una escuela reflexiva
Una escuela inteligente es un lugar en donde se fomenta la reflexión en su doble acepción:
a) Reflexión como atención: quienes forman parte de una escuela inteligente y reflexiva son sensibles a las necesidades del otro y su trato hacia los demás es de cortesía, referencia y respeto. Por supuesto, una escuela no será ni inteligente ni reflexiva si tolera, convive o, en el peor de los casos, fomenta el acoso, el abuso y la violencia escolar en todas sus formas.
b) Reflexión como cuidado: la enseñanza, el aprendizaje y la toma de decisiones giran en torno al pensamiento. Es decir, el pensamiento se coloca en el centro de todo lo que ocurre en una escuela. Aunque parezca obvio, una escuela no es inteligente ni reflexiva cuando sustituye al pensamiento por el pensamiento sectario, religioso, doctrinario, demagógico o cuando es utilizada como dispositivo de propaganda.
Estamos conscientes que no estamos hallando el hilo negro de la educación. En realidad, las tres características fundamentales de las escuelas inteligentes son propias del sentido común, el menos común de los sentidos, por lo que su práctica llega a ser poco menos que una hazaña inédita. En la mayoría de las escuelas, los estudiantes, docentes, directivos, administrativos y familias carecen de información suficiente sobre la enseñanza y el aprendizaje, sobre el pensamiento, la colaboración, la cordialidad, la libertad, la creación y otros elementos indispensables para el funcionamiento integral y óptimo de las escuelas. Asimismo, los niveles de energía son típicamente bajos, las frustraciones son incontables, y el pensamiento no ocupa el lugar central al interior de la escuela, mucho menos en el proceso de enseñanza-aprendizaje ni en el trabajo institucional en equipo… ¡Incluso en el regreso reciente a las aulas!
No queda más que preguntar, ¿existen acaso las escuelas inteligentes? Usted, apreciable lector, ¿conoce alguna escuela inteligente?
@doctorsimulacro