En Querétaro como en otros lugares del país, la población afrodescendiente y afromestiza ha sido invisibilizada por la historiografía oficial, y borrada de la memoria colectiva.
Todavía hoy algunos ojos se abren en señal de sorpresa cuando se plantea este sesgo en la historia del estado, y aunque sigue siendo poco el interés de la historiografía oficial sobre el tema, los trabajos de autoras como Luz Amelia Armas y Oliva Solís (“Esclavos negros y mulatos en Querétaro, siglo XVIII”) y Patricia Pérez Munguía (“Negros y castas de Querétaro, 1726-1804) ya han puesto luz sobre esta población, introducida en calidad de esclava a la entidad en el siglo XVI con la llegada de los primeros españoles.
Además de distorsionar la historia colonial, Armas y Solís plantean que la falta de información sobre negros y castas en Querétaro niega la influencia cultural que estos grupos tuvieron sobre la población actual.
Y es que a diferencia de otros estados en el país, como Oaxaca, Guerrero y Veracruz –donde es más evidente su presencia–, en el estado hubo un alto grado de mestizaje, lo que no solo quiere decir que africanos se mezclaron con indígenas y españoles, sino que las culturas de los diferentes grupos que convergieron en el territorio hicieron simbiosis cultural.
De esta forma es que afrodescendientes y afromestizos siguen presentes en los usos y costumbres, a través de expresiones culturales como el huapango y los fandangos, e incluso en comportamientos cotidianos como la forma en que se acostumbra cargar a las niños, por eso han sido denominados: la tercera raíz de México.
“Nosotros no cargamos a los niños como los indígenas ni como las españolas, los cargamos como las culturas africanas, es decir, atravesados en la cadera”, explica Pérez Munguía, quien asevera que en la lengua también se encuentra la presencia de esta población.
“De hecho Rolando Pérez, quien se dedicó a analizar la genealogía del verbo chingar (…) encontró que esta palabra es de origen africano, proviene de la palabra kuxinga, utilizada en dos o tres lenguas africanas (como la Kimbundu) y significa molestar”, detalló.
En el prólogo de “Esclavos negros y mulatos en Querétaro siglo XVIII”, el investigador Carlos García Martínez señala que, aunque el medio millón de africanos y sus descendientes resultaron decisivos para el desarrollo del capitalismo en el país, las ciencias sociales se han demorada en reconocer la contribución que esta población hizo a nuestra cultura, lo cual explica, entre otras razones, “la negación inconsciente como resabio racista, que continúa hoy”.
La tercera raíz queretana
Tras la denuncia de las vejaciones y abusos sobre la población originaria, en 1530 Carlos V decretó que los indígenas no podían ser hechos esclavos, al ser considerados “humanos, súbditos libres y paganos”.
Luego de esta prohibición, se autoriza la trata masiva de africanos, y se estima que medio millón de esclavos –sin contar el tráfico ilegal– fueron traídos entre los siglos XVI y XVIII a la Nueva España, donde fueron utilizados como mano de obra en minas, haciendas ganaderas, oficios urbanos y obrajes; siendo los obrajes pequeñas industrias dedicadas principalmente a la industria textil, que se convirtieron en los principales espacios de explotación en la entidad.
“La historia de la ciudad de Querétaro va a dar un salto a inicios del siglo XVII, pues la población se diversifica, llegan muchos españoles: comerciantes, gente que empieza a ver al estado como un punto intermedio en la Ruta de la Plata, entre la Ciudad de México y los centros mineros de Guanajuato. Son todos ellos españoles emprendedores, gente que viene a comerciar, están buscando crecer económicamente y son compradores de esclavos”, cuenta Pérez Munguía.
Entre los principales compradores había hacendados, obrajeros, comerciantes militares y miembros de la iglesia católica como Juan Caballero y Ocio, quien “cuando erigió el templo de la Congregación de Nuestra señora de Guadalupe, entre los bienes de los que dotó a dicha iglesia estaban seis esclavos: cuatro destinados al servicio de la congregación y dos al templo”, señala Armas y Solís en su investigación.
Las familias más ricas de la ciudad también poseían esclavos, quienes eran empleados al interior de los hogares para el cuidado de niños, en la limpieza o como cocheros, jardineros, mayordomos y cocineros.
Sobre la compraventa de mano esclava, las investigadoras aseveran que existían diferentes mecanismos en Querétaro, presentando 42 documentos en su estudio– de 260 que fueron revisados, donde muestran la forma en que se hacía la transacción de esclavos de un dueño a otro, incluso mediante dotes, trueques, herencias y donaciones.
No obstante, en el último tercio del siglo XVII, y debido a la incipiente introducción de las ideas capitalistas en la ciudad, se presenta un aumento en las manumisiones (proceso de liberación de esclavos), pues cada vez era menos rentable para los dueños mantener a sus esclavos.
“Pienso que ese es el motivo por el cual se empiezan a dar muchas manumisiones, es decir, cartas de libertad, específicamente a los que trabajaban en los obrajes. Era una manera de desprenderse de la obligación de protección, porque incluso los esclavos podían llegar a demandar a su amo si no les daban de comer o porque el amo los maltrataba, y la justicia intervenía a favor del esclavo”, detalla Pérez Munguía.
Con el tiempo, la industria del obraje tomó mayor preponderancia en el estado, convirtiendo a Querétaro en el principal productor textil de la Nueva España, por lo que los obrajeros requerían más mano de obra, y libre, aunque en la práctica –constata Pérez Munguía– se trataba de trabajo forzado, muy similar al encierro y con endeudamiento constante, pues eran los mismos esclavos quienes tenían que comprar su libertad.
Obrajes y epidemias
De acuerdo con Pérez Munguía, el primer obraje en Querétaro quedó registrado en 1589 y el segundo en 1591. Tan solo en dos años el número de operarios africanos y mulatos libres (16 y 32 trabajadores respectivamente) se duplicó en ambos espacios.
“En un lapso de 29 años que van de 1587 a 1616, Urquiola Permisán registra 292 cartas de servicio, de las cuales, 105 son contrataciones para los obrajes, el resto corresponde a servicio doméstico y vaquería”, señala la investigadora en su estudio.
En este acelerado proceso de industrialización, que se contempla con el aumento de operarios, también comenzó a expandirse la ciudad. Aunque muchos afromestizos vivían al interior de los centros de trabajo, también se concentraron en las inmediaciones de los obrajes ubicados en Santa Ana y en la otra banda del río, en barrios como San Roque y San Sebastián.
No obstante al crecimiento demográfico, la sobreexplotación y los abusos cometidos contra los esclavos y afromestizos libres, así como la pandemia de la viruela (1779) y la hambruna (1789), impactaron en la densidad de población.
De acuerdo con los cálculos que realizó el humanista prusiano, geógrafo y explorador Alejandro de Humboldt durante su estancia en Querétaro en 1790, en ese año vivían 3 mil 346 mulatos; 37% menos que en 1778 de acuerdo con el padrón realizado en esa fecha, en el que también fueron registrados 37 afrodescendientes.
Tras la comparación del padrón de 1778 con el padrón general de 1791, Pérez Munguía encuentra que la epidemia impactó de manera importantes en la ciudad y en el barrio de Sebastián, encontrando que en 1778 se registraron 8 mil 966 personas en los obrajes y en el barrio de San Sebastián, y en 1791, 6 mil 922 individuos, lo que muestra un descenso localizado en este barrio de 2 mil 44 (25.3%), precisamente en el periodo de la epidemia y de la hambruna de 1789.
“Otro aspecto interesante en el descenso de la población lo da un testimonio de 1802, cuando José Antonio Escobar –panadero y esclavo de don Melchor Noriega Caballero– demanda a don Benito Becerra el pago del pan que le habían estado estrechando a los operarios del obraje, pero don Benito Becerra demandó asimismo al alcalde José Antonio Vallejo le ayuden, porque el obraje se ‘apestó’ y murieron la mayor parte de los operarios”, se lee en su investigación.
Aunado a la epidemia, se encuentran las condiciones de pobreza en la que se hallaba este sector de la población, situación que exacerbó su situación de vulnerabilidad y marginación.
En los obrajes, específicamente, se presentaban una serie de irregularidades y abusos, que hasta el mismo corregidor Don Miguel Domínguez denunció a principios del siglo XIX, ganándose la enemistad de las clases acomodadas.
Tal era el contexto, que los obrajes servían como prisiones y correccionales; las autoridades acostumbraban a enviar a ladrones, vagabundos y prófugos de la justicia para cumplir ahí sus condenas, apunta Pérez Munguía.
Pese a estas condiciones de trabajo y de vida, la población de afromestizos se mantuvo de pie, y a través del tiempo se fue mezclando con las demás etnias y agrupaciones.
Considerando el importante papel que tuvieron en el desarrollo económico y social de Querétaro, así como en diferentes etapas de la historia, para las tres autoras es importante continuar con las investigaciones sobre la tercera raíz, e incluir este capítulo en la historia oficial, ya que al hacerlo “pienso que seríamos más tolerantes y más incluyentes como sociedad, y no hablo solo de los afrodescendientes, también de los indígenas; que ese pasado se viera reflejado en los libros, en las leyes, en la cultura, en las fiestas… cuando uno ve reflejado eso, la identidad crece y crece también el compromiso”, concluyó Pérez Munguía.