Al Heroico Batallón de San Patricio, defensor de México

Vitral

  · miércoles 11 de septiembre de 2019

Septiembre de 1846 – 1848

¡Hey, imperialista! ¿Quién te dijo que podías tomar la tierra que quisieras sin pedir permiso a nadie? ¿No te enseñaron a respetar lo que no es tuyo? ¿No aprendiste nada de los pueblos originarios que te salvaron la vida en el actual Plymouth, Massachusetts, cuando estabas a punto de morir de hambre y de frío, en lo que ahora celebras como el (Thanksgiving Day)? La tierra no se vende, ni el aire ni el agua ni el cielo, de acuerdo a la filosofía de los pueblos originarios. Sin embargo, tú, llegado desde la vieja Europa, acostumbrado a la barbarie, llegaste cambiando las reglas establecidas desde hacía centurias en estos lugares llamados luego América. Y nada te llenó, nada te detuvo. Toda esa ambición enfermiza culminó en James Polk, el hombre con hambre de lo ajeno. Ajá, es que era el “destino manifiesto”, designio de la expansión y la expoliación. En su mente malvada buscó un pretexto, y lo encontró.

Y la invasión a México comenzó en aquel 1846. Lo más doloroso es que hasta gente como Walt Withman, el poeta del Canto a mí mismo, resultó también un vil imperialista. Walt, ¿porqué creíste que merecíamos castigo?, resultaste un vulgar invasor, ladrón de fronteras. Oh, qué decepción. Admiro tu poesía, tus ideas, pero en este caso fuiste un mal hombre.

Menos mal que Henry David Thoreau no nos jugó chueco, fue un hombre congruente, de una pieza. Se opuso a la criminal guerra contra México. Y junto con Ralph Waldo Emerson y muchos otros hombres y mujeres se manifestaron en contra. Por ejemplo, John Quincy Adams y el senador John C. Calhoun quienes estuvieron entre los más importantes oponentes a la declaración de la guerra de invasión contra México. No puedo escribir toda la lista de los hombres y mujeres honestos que se opusieron a aquel atropello, pero los admiro y les agradezco su honradez. Son el alma profunda y verdadera que da raíz soberana a lo mejor de los Estados Unidos de América. En los libros de historia, de quienes han investigado el caso, brillan sus nombres subrayados con el rojo de la sangre comprometida con las causas justas, con la libertad y con el respeto al derecho ajeno. Tuvieron la clara visión de estar en contra de un ejército, compuesto de muchos mercenarios, que vinieron a matar, robar, y a violar mujeres en suelo mexicano.

¿Y qué le quedó por hacer al vecino vencido, humillado, confundido, corrompido en su núcleo central, y mal dirigido por un tal Antonio López de Santa Anna? Nada, nada pudieron hacer. El robo quedó consumado. Santa Anna, fue el representante de la corrupción metida hasta los huesos, y no como destino, sino como actos de hombres perversos, ambiciosos, mentirosos, traicioneros.

A veces, las palabras pierden toda su significación. Lo que para un bando es un traidor, para el otro es un héroe. Sucede así con la palabra desertor. Creo que la cuestión queda clara si analizamos los móviles de cada situación. Si quienes participan en principio con un ejército que invade a otro país para robarlo se dan cuenta de lo injusto de esa acción y cambian de bando, ¿debe llamárseles traidores?

En todo caso, la palabra desertor no tiene sólo un sentido humillante y peyorativo. Hay desertores que cambian de bando por una causa justa, y eso debe bastar para quitarles de encima cualquier connotación denigrante. Se dice que los Héroes del Batallón de San Patricio fueron desertores, ¿según quién? Según los invasores, que luego se apoderaron de más de la mitad del territorio nacional.

Todo comenzó con la toma de conciencia del soldado irlandés John O’Reilly, quien junto con otros compañeros tomaron conciencia del asalto e injusticia que se estaba cometiendo por parte del ejército invasor contra el pueblo mexicano. Los del batallón decidieron pasarse al lado mexicano porque vieron con claridad de qué lado estaba la causa justa, correcta. A riesgo de sus vidas, exponiéndose a toda clase de revanchas, prefirieron ser fieles a su ideal de la justicia. Verdaderamente admirable, sobre todo en estos tiempos en que no abundan los seres con convicciones de ese tamaño. Su heroica lucha se dio en distintas partes del suelo mexicano: en La Ciudadela de Monterrey, en la batalla de la Angostura, y en la Batalla de Churubusco (en la Ciudad de México). En esta última, las fuerzas mexicanas, sin armas ni municiones perdieron el combate y los integrantes del batallón de San Patricio fueron llevados presos a una casa en el Jardín de San Jacinto, en San Ángel.

Por su osadía de abandonar las filas invasoras los integrantes del Batallón de San Patricio fueron asesinados, torturados, colgados, marcados con hierro candente en la frente, humillados, degradados, y obligados a realizar trabajos forzados. Y ahí, en la Plaza de San Jacinto, y en el bosque de Chapultepec fueron colgados de los árboles muchos de estos héroes. En estos lugares quedó sembrada para siempre, con fraternales lazos de amistad, la relación entre los pueblos de Irlanda y de México. Cuando camino en esa Plaza o en ese bosque no puedo evitar sentir coraje ante tanta injusticia, y aún escucho los gritos de ¡Viva México! retumbando en esos lugares. Las guerras de dominación son implacables y no se conforman con la derrota de los vencidos, hay que humillarlos, pisotear su dignidad, según ellos, para sentar un precedente. En realidad es una cobardía. A muchos integrantes del batallón los colgaron mirando cómo se levantaba la bandera estadounidense en el asta del Castillo de Chapultepec, suplantando al lábaro mexicano. Y en el momento de llegar arriba jalaron las carretas donde estaban los que iban a colgar para que en su último aliento contemplaran la escena.

Al dirigente del Batallón de San Patricio, John O’Reilly, le marcaron la cara con la letra “D”, de desertor. A sus pobres captores se les figuró que ese sería un castigo brutal y de por vida, pero el tiempo ha hecho de aquella “D”, una “D” de Diamante luminoso; una “D”, de decencia ante la injusticia. ¡Que suenen las gaitas irlandesas en honor de los héroes del Batallón de San Patricio, conformado principalmente por irlandeses, pero también por alemanes, canadienses, ingleses, escoceses, polacos, franceses e italianos! Hombres que dieron su vida en favor de la libertad y la justicia en aquel México invadido por el imperio naciente de los Estados Unidos.

¡Gloria a los héroes defensores de nuestra patria, tanto mexicanos como a aquellos extranjeros que entendiendo la injusticia cometida y se pasaron al bando mexicano! ¡Gloria eterna a su memoria porque fueron parte vital para que México aún exista a pesar de tanta invasión y la ambición para apoderarse de nuestra riqueza! La ambición y el despojo lograron ser frenados en gran medida, la prueba es que a pesar de la invasión española y del despojo de más de la mitad de nuestro territorio por parte de Estados Unidos todavía estamos aquí, con ánimo de construir un gran país. Las plagas que nos asolan, la violencia, la delincuencia, el tráfico de estupefacientes, la ignorancia, el fanatismo, la pobreza, parecen no tener fin. Pero si hojeamos las páginas de nuestra historia tenemos buenas fuentes para fortalecernos y llenarnos de ánimo al saber que antes de nosotros hubo seres humanos que nunca se rindieron, que siempre vieron para adelante, y que siempre mantuvieron la esperanza del triunfo y de la libertad, y estas no son palabras huecas o de estampita, son conceptos que, si se reflexiona en ellos, se encuentran las motivos por las cuales seguir viviendo: por nosotros mismos, por nuestro hijos y por los que vienen. Ejemplos como el que nos brinda el Batallón de San Patricio no son de estampita o de ceremonia fría, burocrática y rutinaria. Son situaciones que, sí nos detenemos cinco minutos a pensar en ellas, están llenas de ejemplos, convicciones, valor, amor, ética, libertad, política, y reivindicación de los valores más importantes que poseemos como seres humanos. Así que tómate un tiempo, abre un libro de historia y sin prisas de ninguna especie, date tiempo para leer y reflexionar profundamente acerca de aquellos hechos en los que se vio envuelto el batallón de San Patricio. No para resucitar venganzas, no para alimentar rencores ni resentimientos. El pasado ya pasó y no tiene remedio. Ahora somos lo que somos, a pesar de todo, y aquí estamos, enfrentados a nuestro presente y construyendo el futuro. Lo que ahora podemos alimentar es la conciencia y el orgullo de estar aquí y ahora, este es nuestro momento. Es cuando podemos saber lo que valemos no armados de falsos nacionalismos, sino por estar vivos y saber cuánta sangre ha costado el valor supremo de nuestra libertad. ¡Muchas gracias a John O’Reilly y sus hombres! ¡Que viva por siempre el Heroico Batallón de San Patricio!

https://escritosdeaft.blogspot.com