/ martes 3 de abril de 2018

Amor, culpa y reparación: un diálogo intertextual con Melanie Klein

X: No, me siento muy muy mal. Él… él me está volviendo loca. ¡Ayúdame, Melanie!

MK (Melanie Klein)[i]: Dice Coleridge que “… el enojo contra el ser amado tortura el seso como la demencia”.

X: Todo es mi culpa. No debí de haberme enredado con él. Soy culpable de todo lo que…

MK: No hay novedad en lo siguiente. Los sentimientos de culpa son muy dolorosos. Como los hemos traído arrastrando desde nuestra infancia, solemos ocultarlo en lo más recóndito de nuestra conciencia, como se oculta la basura bajo la alfombra. Lamentablemente cuando surgen lo hacen con toda su fuerza.

X: Pero no debí de clavarme tanto y tan pronto. No debí de haber sentido amor por él.

MK: Cuando ciertas personas expresamos nuestro amor, caemos en perturbación cuando notamos falta de aprecio a nuestras expresiones.

X: Qué frustración.

MK: Sí, además es frustrante.

X: ¡Maldito inconsciente!

MK: Tú lo has dicho. Cuando ocurre eso, de manera involuntaria en nuestra mente se impone la noción de que no merecemos la atención de nadie.

X: ¿En serio?

MK: Esto es una gran paradoja porque, por un lado, damos, expresamos y vivimos; pero por el otro, cuando no hay correspondencia, nos flagelamos, nos plegamos y nos torturamos a nosotros mismos.

X: Así somos los enamorados.

MK: Algunas otras personas procedemos de manera un poco distinta, pero con rasgos similares: nos sentimos insatisfechos de y con nosotros mismos, sin ninguna base objetiva, pero lo hacemos de las más variadas formas: defenestramos o demeritamos nuestra apariencia, subvaloramos nuestro trabajo y nos rebajamos en nuestras capacidades en general.

X: Exactamente así es como me siento.

MK: Si es así, es momento de identificarlo. Algunas de estas manifestaciones son comúnmente reconocidas y suelen ser llamadas vulgarmente "complejo de inferioridad".

X: ¿Complejo de inferioridad? Leí alguna vez algo de eso en Facebook…

MK: ¡Mucho cuidado! No es algo baladí. Las raíces de este síndrome son más profundas y debemos de tener cuidado.

X: No te entiendo, Melanie.

MK: Muchas personas tenemos intensa necesidad de atención y aprobación general. Pero cuidado, eso no es malo, es porque precisamente necesitamos la prueba de que somos dignos de ser amados.

X: Supongo que nunca has pasado por eso.

MK: Yo lo reafirmo y me lo confirmo constantemente.

X: ¿En serio?

MK: No te imaginas la cantidad de personas que experimentamos eso. Esto se origina en nuestro temor inconsciente de ser incapaces de brindar amor suficiente y genuino (por eso somos bien espléndidos al momento de dar) y, en particular, de no poder dominar los impulsos agresivos hacia los demás (por eso nos conformamos con tan poco...).

X: Ni me lo digas.

MK: Tememos ser un peligro para los que amamos, y por eso aceptamos condiciones a menudo ridículas y hasta denigrantes.

X: Soy una verdadera estúpida.

MK: Los que amamos así, de manera intensa y hasta estúpida, como dices, creemos en ideales propios del amor. Creemos en la fuerza del amor y en que esa misma fuerza puede superarlo todo: brechas de edad, prejuicios, condiciones. Por eso mendigamos tiempo y amor, porque creemos en esa fuerza.

X: Yo creo en esa fuerza.

MK: Por eso establecemos vínculos, y por eso apelamos y bogamos para que esos vínculos sean consistentes. Como creemos en esa fuerza y apelamos a los vínculos, nos entregamos con toda la fuerza de nuestro amor y con toda la elocuencia de nuestro estúpido autoerotismo.

X: Pero eso está mal, ¿no crees, Melanie?

MK: No estaría muy segura de eso. En nuestra mente, y por todo lo anterior, radica y cobra fuerza un sentimiento de responsabilidad de brindar felicidad hacia los demás. De ahí los detalles de dar besos, morder orejas, tocar cabello, leer poemas, ser detallista, regalar flores, dedicar canciones...

X: Bueno, pero entonces quien está mal es la otra parte, si no atiende, si descuida, si es negligente…

MK: Sí, porque a pesar de lo que hacemos para brindar felicidad, de manera inconsciente se activa en nosotros el miedo a perder a la otra persona. El conflicto está frente a nosotros pero no lo vemos o no lo queremos ver.

X: Y entonces, ¿qué hago?

MK: ¿Te refieres a cómo lo puedes prevenir?

X: Sí.

MK: Se preve cuando logramos establecer con la otra persona una forma genuina de simpatía, en donde yo soy el otro y el otro se ve en mí.

X: Es verdad. No pude o no quise verlo.

MK: La simpatía genuina es una plena identificación con el otro. Pero esto es un mito: ¡es como hacer un contrato de inteligibilidad al momento de leer Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño! O como cuando estas dispuesto sensorial y estéticamente a ver una película de James Bond.

X: ¡Claro! Sin que la otra persona esté diciéndote que en la vida real es imposible hacer las acrobacias de Bond, o salir corriendo atrás de la poeta Cesárea Tinajero…

MK: La capacidad de identificación es un elemento importantísimo en las relaciones humanas en general, y una condición del amor intenso y auténtico. Sólo si tenemos capacidad de identificación con el ser amado llegamos a descuidar y hasta cierto punto sacrificar nuestros propios sentimientos y deseos, anteponiendo así temporalmente (bueno, más que eso) a los nuestros, los intereses y emociones del otro. Puesto que al identificarnos con otro ser compartimos la ayuda o la satisfacción que le proporcionamos, recuperamos por una vía lo que sacrificamos por otra.

X: Muchas gracias, Melanie. Tengo mayor claridad aunque me sigo sintiendo culpable.

MK: Claridad pero sin culpas. La culpa es el sentimiento reflejo después de haber hecho algo para lastimar a alguien. El sacrificio mutuo consiste en compartir tanto el dolor como el placer, pero si uno de los dos mermó su parte (estoy hablando en sentido literal) pues no debería de haber culpas.

X: No debo de tener culpas porque no comparto las culpas de nadie.

MK: Cuando una mujer establece una relación como en tu caso, con una persona como la que me comentas, es como si esta persona contara con alguien que le aporta satisfacciones y gratificaciones, es como si él ahora tuviera a una madre/mujer para sí mismo pero con escaso o nulo sentimiento de sacrifico y, por ende, cero culpa.

X: Amaré intensamente y sin culpas.

MK: Cuando una mujer es capaz de amar intensamente, esto es evidencia de que ha logrado culminar proceso y asimilar su pasado. Cuando un hombre frustrado reacciona de esa manera, es porque tiene una serie de broncas y complejos sin concluir. Dile adiós.

@doctorsimulacro

[i] Kelin, M. (1990) Amor, culpa y reparación y otros trabajos (1921-1945). Barcelona: Editorial Paidós.

X: No, me siento muy muy mal. Él… él me está volviendo loca. ¡Ayúdame, Melanie!

MK (Melanie Klein)[i]: Dice Coleridge que “… el enojo contra el ser amado tortura el seso como la demencia”.

X: Todo es mi culpa. No debí de haberme enredado con él. Soy culpable de todo lo que…

MK: No hay novedad en lo siguiente. Los sentimientos de culpa son muy dolorosos. Como los hemos traído arrastrando desde nuestra infancia, solemos ocultarlo en lo más recóndito de nuestra conciencia, como se oculta la basura bajo la alfombra. Lamentablemente cuando surgen lo hacen con toda su fuerza.

X: Pero no debí de clavarme tanto y tan pronto. No debí de haber sentido amor por él.

MK: Cuando ciertas personas expresamos nuestro amor, caemos en perturbación cuando notamos falta de aprecio a nuestras expresiones.

X: Qué frustración.

MK: Sí, además es frustrante.

X: ¡Maldito inconsciente!

MK: Tú lo has dicho. Cuando ocurre eso, de manera involuntaria en nuestra mente se impone la noción de que no merecemos la atención de nadie.

X: ¿En serio?

MK: Esto es una gran paradoja porque, por un lado, damos, expresamos y vivimos; pero por el otro, cuando no hay correspondencia, nos flagelamos, nos plegamos y nos torturamos a nosotros mismos.

X: Así somos los enamorados.

MK: Algunas otras personas procedemos de manera un poco distinta, pero con rasgos similares: nos sentimos insatisfechos de y con nosotros mismos, sin ninguna base objetiva, pero lo hacemos de las más variadas formas: defenestramos o demeritamos nuestra apariencia, subvaloramos nuestro trabajo y nos rebajamos en nuestras capacidades en general.

X: Exactamente así es como me siento.

MK: Si es así, es momento de identificarlo. Algunas de estas manifestaciones son comúnmente reconocidas y suelen ser llamadas vulgarmente "complejo de inferioridad".

X: ¿Complejo de inferioridad? Leí alguna vez algo de eso en Facebook…

MK: ¡Mucho cuidado! No es algo baladí. Las raíces de este síndrome son más profundas y debemos de tener cuidado.

X: No te entiendo, Melanie.

MK: Muchas personas tenemos intensa necesidad de atención y aprobación general. Pero cuidado, eso no es malo, es porque precisamente necesitamos la prueba de que somos dignos de ser amados.

X: Supongo que nunca has pasado por eso.

MK: Yo lo reafirmo y me lo confirmo constantemente.

X: ¿En serio?

MK: No te imaginas la cantidad de personas que experimentamos eso. Esto se origina en nuestro temor inconsciente de ser incapaces de brindar amor suficiente y genuino (por eso somos bien espléndidos al momento de dar) y, en particular, de no poder dominar los impulsos agresivos hacia los demás (por eso nos conformamos con tan poco...).

X: Ni me lo digas.

MK: Tememos ser un peligro para los que amamos, y por eso aceptamos condiciones a menudo ridículas y hasta denigrantes.

X: Soy una verdadera estúpida.

MK: Los que amamos así, de manera intensa y hasta estúpida, como dices, creemos en ideales propios del amor. Creemos en la fuerza del amor y en que esa misma fuerza puede superarlo todo: brechas de edad, prejuicios, condiciones. Por eso mendigamos tiempo y amor, porque creemos en esa fuerza.

X: Yo creo en esa fuerza.

MK: Por eso establecemos vínculos, y por eso apelamos y bogamos para que esos vínculos sean consistentes. Como creemos en esa fuerza y apelamos a los vínculos, nos entregamos con toda la fuerza de nuestro amor y con toda la elocuencia de nuestro estúpido autoerotismo.

X: Pero eso está mal, ¿no crees, Melanie?

MK: No estaría muy segura de eso. En nuestra mente, y por todo lo anterior, radica y cobra fuerza un sentimiento de responsabilidad de brindar felicidad hacia los demás. De ahí los detalles de dar besos, morder orejas, tocar cabello, leer poemas, ser detallista, regalar flores, dedicar canciones...

X: Bueno, pero entonces quien está mal es la otra parte, si no atiende, si descuida, si es negligente…

MK: Sí, porque a pesar de lo que hacemos para brindar felicidad, de manera inconsciente se activa en nosotros el miedo a perder a la otra persona. El conflicto está frente a nosotros pero no lo vemos o no lo queremos ver.

X: Y entonces, ¿qué hago?

MK: ¿Te refieres a cómo lo puedes prevenir?

X: Sí.

MK: Se preve cuando logramos establecer con la otra persona una forma genuina de simpatía, en donde yo soy el otro y el otro se ve en mí.

X: Es verdad. No pude o no quise verlo.

MK: La simpatía genuina es una plena identificación con el otro. Pero esto es un mito: ¡es como hacer un contrato de inteligibilidad al momento de leer Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño! O como cuando estas dispuesto sensorial y estéticamente a ver una película de James Bond.

X: ¡Claro! Sin que la otra persona esté diciéndote que en la vida real es imposible hacer las acrobacias de Bond, o salir corriendo atrás de la poeta Cesárea Tinajero…

MK: La capacidad de identificación es un elemento importantísimo en las relaciones humanas en general, y una condición del amor intenso y auténtico. Sólo si tenemos capacidad de identificación con el ser amado llegamos a descuidar y hasta cierto punto sacrificar nuestros propios sentimientos y deseos, anteponiendo así temporalmente (bueno, más que eso) a los nuestros, los intereses y emociones del otro. Puesto que al identificarnos con otro ser compartimos la ayuda o la satisfacción que le proporcionamos, recuperamos por una vía lo que sacrificamos por otra.

X: Muchas gracias, Melanie. Tengo mayor claridad aunque me sigo sintiendo culpable.

MK: Claridad pero sin culpas. La culpa es el sentimiento reflejo después de haber hecho algo para lastimar a alguien. El sacrificio mutuo consiste en compartir tanto el dolor como el placer, pero si uno de los dos mermó su parte (estoy hablando en sentido literal) pues no debería de haber culpas.

X: No debo de tener culpas porque no comparto las culpas de nadie.

MK: Cuando una mujer establece una relación como en tu caso, con una persona como la que me comentas, es como si esta persona contara con alguien que le aporta satisfacciones y gratificaciones, es como si él ahora tuviera a una madre/mujer para sí mismo pero con escaso o nulo sentimiento de sacrifico y, por ende, cero culpa.

X: Amaré intensamente y sin culpas.

MK: Cuando una mujer es capaz de amar intensamente, esto es evidencia de que ha logrado culminar proceso y asimilar su pasado. Cuando un hombre frustrado reacciona de esa manera, es porque tiene una serie de broncas y complejos sin concluir. Dile adiós.

@doctorsimulacro

[i] Kelin, M. (1990) Amor, culpa y reparación y otros trabajos (1921-1945). Barcelona: Editorial Paidós.

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