Chantal Favier (Ciudad de México, 1970) nos presenta en su primera novela Anatomía de un recuerdo (2022) una disyuntiva narrativa que bien puede servir de botón de muestra para representar su derrotero dual: la conjunción virtuosa entre la medicina y la literatura. Formada en medicina y especializada en oftalmología, Favier labró sus letras en los talleres de escritura de la inmensa Carmen Simón, fecundadora del método levreriano y a quien la literatura queretana echa mucho de menos y le debe aún más.
No es baladí que la primera novela de Favier haya visto la luz diez años después de terminada. La prosa precisa, evocadora y concisa de la autora nos revelan un trabajo cuidado, templado al compás de su propio tiempo, inmune a las modas estilísticas y a la tentación de publicar cualquier cosa a la menor provocación, vicio característico de las plumas noveles.
En este periodo, Favier publicó La doble línea (Fondo Editorial de Querétaro, 2018) y se alzó con el primer lugar del Concurso de Cuento Español del Festival de Escritores de San Miguel de Allende con el relato La máquina de llorar, sin olvidar en ningún momento su ejercicio profesional en la oftalmología.
En esto radica precisamente la tónica del derrotero dual de Anatomía de un recuerdo, una novela de resonancia autobiográfica que traza una taxonomía de la memoria de la protagonista, desde una perspectiva narrativa de la cual surge esa necesidad imperiosa de contar.
Con sagaz ironía, la novela inicia con la postración de la protagonista en edad adulta quien, en su rol de paciente, yace en la cama de un hospital con un dolor intenso que le golpea el vientre. Es atendida por un cirujano al que tuvieron que sacar de una fiesta, un médico afamado a quien “unas copas no entorpecerían su destreza”. “No se te ocurra decirles que soy médico” le advierte la protagonista a su compañero en un juego simbólico en el que, si bien refiere a un supuesto mantra que atrae la mala suerte, dota a la protagonista de una personalidad poliédrica.
Entre los múltiples referentes culturales (la música, el vestido, los dispositivos, los sitios), La anatomía de un recuerdo se va hilvanando en la acción comunicativa de los personajes, a través de lo cual la autora va construyendo una vida mediante la narración: “Al escuchar las primeras notas sentí una pincelada suave recorriéndome la piel”, es decir, la autora recupera el mito de Scheherezade quien a través de cuentos mantiene al lector despierto, escuchando asombrado y con interés cada capítulo de la novela, pero conjugándolo con el arte de la medicina: “`Una isquemia intestinal´, había explicado el cirujano al terminar la intervención a eso de las cinco de la madrugada. El intestino se había enredado en las cicatrices internas resultantes de las tres cirugías de abdomen: dos cesáreas y una histerectomía”.
La dualidad simbólica de Favier también se traslada al plano de los sentidos, con una predilección por los sonidos (Crazy Love de Van Morrison o las Danzas Eslavas de Antonín Dvorák, por ejemplo): “Se acercó lentamente hacia los almohadones, me tomó de la mano y enganchó mis ojos. En mis oídos escuché acelerarse el mismo latido que dentro de mi pecho. Enlacé mis brazos alrededor de su cuello y comenzamos a bailar”; en consonancia con los silencios: “Con el tiempo entendí que el silencio podía ser una forma de expresión asombrosa, y el día en que descifré en los ojos de Íñigo los matices de sus silencios, nos volvimos cómplices además de amantes”.
Por momentos introspectiva, la novela pone a la protagonista en perspectiva superyoística, en confrontación consigo misma, para después urdir recuerdos desde la memoria y su circunstancia, tal como se presenta en: “Al igual que los arreglos florales, que comenzaban a despedir un olor rancio y húmedo, parecía marchitarme. No quejarme, lo había prometido. Cada vez tenía que recordármelo con mayor insistencia”; en: “Yo era estudiante, a eso me dedicaba. Cumplía con mi deber, y mi padre debía cumplir con el suyo. Así de evidente se me figuraba la separación de las responsabilidades a los veinte años”; o en: “Las semanas anteriores me habían sepultado como un alud. La llamada de mi padre, la venta del auto, mi madre encerrada en su televisión, la desaparición de la vajilla de plata de la abuela, las cartas del banco. Finalmente me deshice de la armadura y pedí una disculpa muda”.
Quizás por esta razón, la complejidad de la protagonista es la que anima cada uno de los capítulos, los cuales por momentos cobran vida como relatos sueltos, tanto por su autonomía en la trama como por lo que en éstos se narra: “Tiró el cordón del aparato al máximo, acercó una silla y lo colocó tan cerca de la cama como pudo. Mi madre había tenido un accidente. Me quedé en silencio percibiendo con claridad el golpeteo contra mi pecho”.
Salvo contadas excepciones, para narrar desde el universo simbólico de la medicina se tiene que estar dentro de dicho universo: Chantal Favier es nuestra infiltrada de la literatura en la medicina, lo cual se evidencia con los frecuentes conflictos éticos que implica la profesión, como se advierte en: “Con el tiempo aprendes a apuntalar el instante exacto en que pierdes al paciente: Ya no te mira a los ojos, deja de hacer preguntas y asiente con la cabeza mientras tú escribes una receta que irá a parar al cesto de la basura”; y en: “El último día del internado llegó un miércoles. Dejé la bata colgada en el respaldo de una silla del servicio de urgencias, fui a despedirme del par de médicos que me habían inspirado y abandoné el hospital con el paso lento de quien busca recordar cada detalle de un sitio al que sabe que no volverá jamás”.
Anatomía de un recuerdo de Chantal Favier, una novela necesaria para quien busque plantearse preguntas sobre sí mismo, emotiva para quien desee encontrarse consigo mismo, y referencial para establecer un diagnóstico genuino de lo que ocurre con nuestra literatura queretana, esa que ya está comenzando a desprenderse de su complejo regional para aspirar a la esfera global.