Clarice Lispector
Parte I
Ahora presentamos comentarios acerca de algunos de los relatos que Clarice Lispector nos cuenta en uno de sus libros más importantes: Aprendiendo a vivir, que como su título lo indica narra los momentos clave en la biografía de la escritora, tanto para su formación como para su concepción del mundo. Los primeros años de la vida de un ser humano, las experiencias vividas, lo marcan con fuego hasta el fondo de su psique. Lispector desentraña esos momentos con una lúcida navaja que recorta sensaciones, eventos, circunstancias, palabras y actitudes, que ahí quedan plasmados como arte y como enseñanza, como disfrute y como aprendizaje.
Este artículo es una invitación para acercarse a la escritora brasileña nacida el 10 de diciembre de 1920 en Chechelnik, Ucrania, y fallecida el 9 de diciembre del año 1977, en Río de Janeiro, Brasil. Y si ya la han leído estarán de acuerdo en que siempre una buena relectura de sus libros nos proporcionará horas de alegría, asombro y reencuentro con lo mejor de la literatura contemporánea. Adelante.
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“En aquel carnaval, pues, por primera vez en mi vida yo tendría lo que siempre había deseado: ser otra, diferente de mí misma”
“Restos de carnaval”.
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También para eso se escribe, para ser otro, para entender cómo sienten, viven y ven al mundo los demás. Es una forma de empatía, son unas ganas de salir de sí mismo. Muchos se aburren siendo lo que son. Aunque para otros no es necesariamente aburrimiento, sino ganas de entender otras visiones, circunstancias, perspectivas. Entender al criminal, al ladrón, al policía, al aventurero, al político, incluso, a un animal. O siendo hombre tratar de entender cómo vive y piensa una mujer, y viceversa, una mujer a un hombre. Esas son las posibilidades de un escritor: ser otros, explorar la mente, las motivaciones y las circunstancias de los demás. Es una exploración de la otredad. Y no se trata de una mera exploración curiosa, o, incluso, ociosa. No, se trata de la comprensión de uno mismo, del que explora. Se trata también de la propia salud psíquica del que indaga, y, al punto, se trata de la construcción de la sociedad misma.
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“Y entonces yo, mujercita de 8 años, consideré durante todo el resto de la noche que alguien me había reconocido: yo era, sí, una rosa”
“Restos de carnaval”.
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Este relato nos deja ver, después de una lectura atenta, que Clarice Lispector era una mujer que vivía intensamente cada momento de la vida, muy atenta, muy sensible, muy intensa. Pero no se trata de una intensidad obligada, atenta a fuerza, sino de alguien cuya predisposición natural ya es así. Capta cada instante en sus múltiples dimensiones y contradicciones, percibe todo como en parte es la vida: un rayo fugaz. Un relámpago que se enciende e ilumina un espacio de la eternidad, que de esa forma toma concreción, materialidad, y es captado, detenido, para nutrirse de él, para revisarlo, para entenderlo. Y así sigue caminando este fenómeno asombroso que es la vida. Clarice Lispector lo capta y tiene la suficiente habilidad y talento para llevarlo al papel conservando su magnificencia. Ahí está, narrado para nosotros, de manera deslumbrantemente sencilla, bella y profunda. Un manantial de prosa rotundamente poética.
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“Yo estaba avergonzada ante la bondad de mi hermana, avergonzada de la mentira que le había soltado diciendo que el chicle se había caído de mi boca por casualidad. Pero aliviada. Sin el peso de la eternidad sobre mí.”
“Miedo a la eternidad”.
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Ella capta lo aparentemente simple para ligarlo con lo infinito, y ese no es un proceso sencillo, requiere de una visión y sensibilidad muy alta de miras. Desafortunadamente, muchos no pueden mirar ni un poco más allá de sus pestañas. Clarice ve mucho más allá, y con eso abre puertas y ventanas a los que sean capaces de leerla con atención, reflexivamente. Lo cual no quita el gozo de la lectura, al contrario, permite descubrir al lector valores insospechados, romper tabúes, retar al tiempo establecido, hacer tambalear dogmas.
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“Leopoldo es Leopoldo Nachbin (matemático brasileño). Supe que en su primer año de ingeniería resolvió uno de los teoremas considerados insolubles desde la más remota Antigüedad. Y que en seguida fue llamado para explicar el proceso en la Sorbona. Es hoy uno de los mayores matemáticos del mundo. En cuanto a mí, lloro menos”.
“Los grandes castigos”.
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Su literatura está construida en gran parte de sentimientos, de sensaciones internas, subjetivas, que sin embargo y sin dificultad conectan con el mundo externo, con lo que nos pasa, sentimos y pensamos todos. Lispector desmonta, paso a paso, los actos cotidianos de la vida que dejan una huella imborrable en nuestra personalidad. Las huellas que marcarán nuestro carácter. Y es bien sabido –ya lo dejó asentado Heráclito hace más de dos milenios–, que carácter es destino. En los actos simples, en los sucesos del acontecer, se construye lo que se convierte en pasado, lo que forja el presente y lo que traza la personalidad futura, esa con la que se enfrentará la vida, lo por venir.
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“Con un cierto horror nos observaba: la potencia de la perversidad de su hija desconocida y la niña en el quicio de la puerta, exhausta, expuesta al viento de las calles de Recife.”
“Tortura y gloria”.
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¿El ser humano es intrínsecamente bueno, como creía Rousseau, o por el contrario, su carga genética puede determinar en él características negativas como envidia, celos, ambición? La respuesta no es fácil. El budismo afirma que todos llevamos dentro semillas de amor y compasión, y semillas de maldad, que todo depende de cuáles decidamos regar. Existe la idea de que los niños y niñas son buenos por naturaleza, que es la sociedad la que los malea con el paso del tiempo. Cada una de estas afirmaciones tiene sus verdades y sus contradicciones, lo que es un hecho es que hay niños malvados, soberbios, orgullosos, envidiosos, mentirosos, e incluso, tristemente, algunos han sido hasta criminales.
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