Aprendiendo a vivir

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 23 de diciembre de 2020

Foto: Cortesía | claricelispector.ims.com.br / Acervo Autora / IMS

Clarice Lispector

Parte II


Seguimos con los comentarios a algunos de los relatos que Clarice Lispector nos cuenta en uno de sus libros más importantes: Aprendiendo a vivir. Este artículo es una invitación para acercarse a la escritora brasileña en el centenario de su nacimiento.

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“Y yo, que ya escribía pequeños cuentos, entre los 13 y los 14 años fui germinada por Hermann Hesse y empecé a escribir un largo cuento imitándolo: el viaje interior me fascinaba. Había entrado en contacto con la gran literatura”.

El primer libro de cada una de mis vidas

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¡Ah, el mundo de los libros! De pronto algunos piensan que ya tienes muchos libros y te preguntan para qué quieres tantos. En el caso de quien me preguntaba esto era por mera ingenuidad, no se explican para qué, suponen que los libros son cantidad, y no, los libros son ante todo cualidad. No es la cantidad, es la calidad de los libros que posees lo que habla de ellos y de ti. Claro, a veces la preocupación del cuántos es legítima, ya no caben en tu casa, están por todos lados. Te acompaña hasta en el baño, aunque en lo personal no me agrada nada que permanezcan ahí, en todas las demás zonas de la casa son bienvenidos, pero en efecto, llega un momento en que en verdad ya no caben, entonces esto obliga a ser cada día más cuidadoso con los libros que eliges para entrar al hogar. Tu casa se convierte en un mini universo en el que siempre, quién sabe cómo, se abre otro pequeño huequito para los nuevos huéspedes, y así, siempre hay un nuevo espacio para una nueva estrella naciente. Y aunque los libros cada vez están más caros y cada vez caben menos, nunca falta uno que se sienta que es imprescindible, por cuestiones de trabajo o por puro gusto. Y a veces, uno cree que es el único loco o fanático que procede así, pero no, afortunadamente hay otros seres que saben que los libros forman parte fundamental de nuestras vidas, esas personas al compartirnos sus locuras nos fortalecen y nos allanan el camino.

A esa clase de libros Clarice Lispector los llama “los libros de mis vidas”, son esos textos que aparecen y marcan un hito, un momento clave, que deciden rumbos en el camino de la vida. Así, literal. En este relato la autora cita dos autores: Hermann Hesse, con El lobo estepario, y a Katherine Mansfield.

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Y como yo ya hablaba de amor, escondí la obra detrás de una estantería y después, por miedo de que la encontrasen, y me descubriese, desgraciadamente rompí el texto. Digo desgraciadamente porque tengo curiosidad por saber qué pensaba yo del amor con nueve precoces años.”

Vergüenza de vivir

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Clarice Lispector es, como dicen en Costa Rica, “¡pura vida!”. En ella late la pulsión del asombro, del principio de la filosofía, de la inocencia aguda, de las pasiones intensas y secretas. Una mujer, al fin y al cabo. Creo que por eso infinidad de hombres les tienen miedo a las mujeres y por eso las someten, si no es que las enclaustran hasta en la ropa: son peligrosas, tienen mucho poder, el principal es el sensual. Los secretos que guardan respecto a todo lo que les sucede son muchos, y los hombres desesperadamente ignoran todo sin tener forma de saber nunca nada. Clarice Lispector habla de una timidez osada, por fuera la puedes percibir como tímida, por dentro no sabes del volcán en erupción que habita ahí. Pero, ¿qué pueden hacer los hombres? Nada muy coherente, quizá haya excepciones, pero a la gran mayoría no les queda más que callar, soportar, o de plano intimidar, domar, o tristemente muchas veces acallar a las mujeres mediante el crimen. Bueno sería que, como aconseja el Tao de la sexualidad, los hombres se preocuparan por satisfacer a cabal plenitud sexualmente a la mujer, porque de ahí se generaría una relación mucho más diáfana y cercana, y si hay amor, entonces ya estamos hablando de otros niveles en la relación mujer-hombre.

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En este relato, Clarice cuenta cómo prácticamente sin saber jugar ajedrez derrota a un japonés que enfurece al verse vencido por una mujer que apenas si ha movido las piezas por primera vez en su vida. Sin embargo, el japonés al retirarse y despedirse pronuncia una frase que a pesar de todas las contradicciones en las relaciones con las mujeres, alguna vez todos hemos pensado o dicho. Dijo el hombre casi calladamente: “Agradezco a sus padres que la hayan hecho”.

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“Antes de reconciliarme con el proceso de la vida, sin embargo, sufrí mucho, y eso podría evitarlo un adulto responsable que me hubiese contado cómo es el amor”.

El descubrimiento del mundo

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Y no sólo satisfacer sexualmente a una mujer, sino aprender de la vida junto a ellas, amarse mutuamente, crecer juntos emocional e intelectualmente. Pero en la cadena de vicios de comportamiento que han arrastrado los humanos está el de no hablar del amor, del amor entre una mujer y un hombre, entre un hombre y una mujer. Pareciera como si el tema aún guardara algo de pecaminoso y sucio por lo cual debiera permanecer oculto y tratado en secreto. Mas el instinto no sabe de moralidad, así que preparados o no somos lanzados por la fuerza de la vida al encuentro del otro, y así, al hazle como puedas, nos las ingeniamos para acercarnos al otro. Muchos, muchísimos, fracasan en el intento, otros a medias logran algo digno de recordarse, y son pocos, o eso parece, los que logran la plenitud amorosa con su compañero o compañera. Pero, ¿qué necesidad, qué necedad no aceptar que necesitamos prepararnos para el amor? ¿Hasta cuándo se abordará de frente el tema?

Equivocadamente, suponemos que el silencio es mejor, pero olvidamos que los niños son mucho más precoces de lo que parecen o de lo que nos queremos dar cuenta. Nos dice Clarice Lispector: “fui precoz en muchas cosas”, “siempre he sabido cosas que ni yo misma sé que sé”, “Mi instinto precedió a mi inteligencia”. El problema es cultural, pero no lo padece sólo una cultura, está ligado a la historia de la humanidad, se ubica en ese cruce entre nuestra animalidad de origen y nuestras normas éticas impuestas por la vida social.


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