/ miércoles 26 de julio de 2023

Apuntes al margen. Zorba, el griego II

Vitral


Zorba mira todo como si fuera la primera vez, y considera la vida un milagro. Él mismo es un milagro en el sentido etimológico de la palabra, dado que la palabra proviene de contemplar con admiración, con asombro, con estupefacción, dice el diccionario. Eso es precisamente lo que hace Zorba, él mira de esa manera el mundo.

También la permanentemente presencia de Buda y el budismo aparecen como telón de fondo, telón que se extiende a lo largo de toda la novela y que va desde simples menciones y apuntes hasta momentos plenos de iluminación como cuando Basil exclama: “¡Buda! ¡Buda! -exclamé levantándome de un salto… la rueda búdica me arrastra … Buda en su totalidad se hallaba listo en mi espíritu yo lo voy a extenderse fuera de mí como una cinta azul llena de signos … Un mundo entero se brindaba a mi vista, un mundo hecho de compasión, de renunciamiento…”. Ese soplo inunda la actitud y los pensamientos de Basil, el dueño de la mina, que vive en permanente asombro tanto por la influencia del budismo, la compasión, el desapego y el Dharma, como por la influencia de Zorba, que más que contradecir complementa al Buda. Zorba el que se asombra, es a la vez rudo y pragmático. Zorba, el que vive intensamente el presente y cada momento, más allá de ideologías y de prejuicios, está a la vez marcado por estos porque nadie sale de la nada.

Ese “temporal búdico” deja a Basil agotado y huero, pero también pleno y feliz. El tiempo se va. “La mano, clepsidra por donde la vida se desliza y se pierde”, le hace darse cuenta a Basil, influido por la actitud de Zorba, del valor de todo, “… la conversación se animaba; al final llegaba yo a comprender que la comida es también una ocupación espiritual, pues la carne, el pan, el vino, son la materia con que el espíritu se configura". Cuando Zorba comía volvía a la vida, era su combustible. Mientras que en otros el alimento se convertía en defecación, en él producía vitalidad y alegría. Eran momentos de mucha felicidad, de esa que muchas veces nos estamos conscientes de estarla viviendo. Dice Basil: “Sólo cuando ya pasó y volvemos atrás la mirada, comprendemos de pronto -a veces con sorpresa- cuán felices hemos sido. Pero yo, en esta costa cretense, viví la dicha y sabía que era feliz”.

Estas son algunas de las enseñanzas y reflexiones a las que nos llevan la lectura de esta extraordinaria novela. Zorba viene a ser un maestro de la vida que nos lleva a vivir intensamente cada momento, en el presente, en la plena conciencia, sin pasado, sin futuro, viviendo sin prejuicios, pero no ingenuamente, sino atentos. Zorba es un personaje enormemente complejo, contradictorio, del cual sólo se pueden atrapar algunas circunstancias de su construcción. Vivir en el presente no significa vivir sin problemas ni en una felicidad externa, todo es una cuestión interior, un punto de vista, una forma de ser, una actitud ante las circunstancias de la vida, tanto en los días soleados como en los días con tempestad.

Pero, ¿qué puede hacer Zorba ante las brutales tormentas que se agitan alrededor de sus propuestas? ¿Qué hacer cuando un libro se extiende hacia la vida concreta y tiene que enfrentar la realidad del mundo y todo lo que se vive en él, alegrías y tristezas, risa y desgracias? ¿Qué puede hacer ante el cuadro de una mujer abandonada que con una sonrisa forzada trata de divertir a su hijo que presiente que algo no está bien? ¿Qué puede hacer Zorba por un joven que se embriaga en la esquina, que se droga hasta tocar fondo, hasta la muerte? ¿Qué puede hacer por las madres que buscan afanosamente a sus hijos desaparecidos? ¿Qué puede hacer por aquellos que están tristes, decepcionados? ante esa realidad brutal, y otros cientos de ejemplos que podríamos citar, qué pueden hacer las páginas de la literatura. Los personajes del libro saltan a la palestra, otra vez, para proponer que es posible vivir de otra manera a pesar de todo, dejar que la vida fluya, no pretender controlar el timón de nada y dejar que todo sea tal como es. Total, ¿qué puede hacer un personaje como Zorba, el griego? ¿puede acaso aconsejar desde la ficción a seres de la vida real?

Pues, sí, creemos que es mucho lo que un personaje puede hacer desde la ficción por una persona de la realidad concreta. Aunque ésta estuviera en medio de la tormenta más apocalíptica ese es precisamente el papel del arte: iluminar el corazón, el pensamiento, las acciones, la vida misma, y más un personaje como Zorba, el griego. Debemos recordar que el autor de esta novela, Nikos Kazantzakis, estudió filosofía, y debido a ello estaba muy influenciado por el vitalismo de Friedrich Nietzsche, y por la filosofía de Henri Bergson. Dicha influencia se refleja en toda su obra, pero sobre todo en la construcción de la personalidad de Zorba.

“El contacto con Bergson y sus enseñanzas constituyó un estímulo en la aventura intelectual y humanista de Kazantzakis, ya que con el impulso de la filosofía del maestro francés, el joven griego trata de guardar la esencia de la vida en ‗la buena palabra‘. El bergsonismo le confirmó el sentido de su lucha por la libertad. La arista vitalista del pensamiento de Kazantzakis está ligada a lo que recibió de Bergson. Kazantzakis quiso también dar a conocer al filósofo en su patria, para lo cual escribió un ensayo, Henry Bergson (1913), y tradujo una obra, La risa (1916)”.

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Respecto a “Nietzsche … el escritor griego … se sintió atraído y hasta identificado con (su) figura … En el terreno de las ideas, Nietzsche dejó una impronta visionaria de protestas y exaltaciones a favor de una vida festiva, lejos de una sombra religiosa cristiana según el momento y la sociedad en que vivió. Kazantzakis continua ese llamado a la libertad y ese anhelo de embriaguez dentro de la propia vida y no en un más allá.”


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com



Zorba mira todo como si fuera la primera vez, y considera la vida un milagro. Él mismo es un milagro en el sentido etimológico de la palabra, dado que la palabra proviene de contemplar con admiración, con asombro, con estupefacción, dice el diccionario. Eso es precisamente lo que hace Zorba, él mira de esa manera el mundo.

También la permanentemente presencia de Buda y el budismo aparecen como telón de fondo, telón que se extiende a lo largo de toda la novela y que va desde simples menciones y apuntes hasta momentos plenos de iluminación como cuando Basil exclama: “¡Buda! ¡Buda! -exclamé levantándome de un salto… la rueda búdica me arrastra … Buda en su totalidad se hallaba listo en mi espíritu yo lo voy a extenderse fuera de mí como una cinta azul llena de signos … Un mundo entero se brindaba a mi vista, un mundo hecho de compasión, de renunciamiento…”. Ese soplo inunda la actitud y los pensamientos de Basil, el dueño de la mina, que vive en permanente asombro tanto por la influencia del budismo, la compasión, el desapego y el Dharma, como por la influencia de Zorba, que más que contradecir complementa al Buda. Zorba el que se asombra, es a la vez rudo y pragmático. Zorba, el que vive intensamente el presente y cada momento, más allá de ideologías y de prejuicios, está a la vez marcado por estos porque nadie sale de la nada.

Ese “temporal búdico” deja a Basil agotado y huero, pero también pleno y feliz. El tiempo se va. “La mano, clepsidra por donde la vida se desliza y se pierde”, le hace darse cuenta a Basil, influido por la actitud de Zorba, del valor de todo, “… la conversación se animaba; al final llegaba yo a comprender que la comida es también una ocupación espiritual, pues la carne, el pan, el vino, son la materia con que el espíritu se configura". Cuando Zorba comía volvía a la vida, era su combustible. Mientras que en otros el alimento se convertía en defecación, en él producía vitalidad y alegría. Eran momentos de mucha felicidad, de esa que muchas veces nos estamos conscientes de estarla viviendo. Dice Basil: “Sólo cuando ya pasó y volvemos atrás la mirada, comprendemos de pronto -a veces con sorpresa- cuán felices hemos sido. Pero yo, en esta costa cretense, viví la dicha y sabía que era feliz”.

Estas son algunas de las enseñanzas y reflexiones a las que nos llevan la lectura de esta extraordinaria novela. Zorba viene a ser un maestro de la vida que nos lleva a vivir intensamente cada momento, en el presente, en la plena conciencia, sin pasado, sin futuro, viviendo sin prejuicios, pero no ingenuamente, sino atentos. Zorba es un personaje enormemente complejo, contradictorio, del cual sólo se pueden atrapar algunas circunstancias de su construcción. Vivir en el presente no significa vivir sin problemas ni en una felicidad externa, todo es una cuestión interior, un punto de vista, una forma de ser, una actitud ante las circunstancias de la vida, tanto en los días soleados como en los días con tempestad.

Pero, ¿qué puede hacer Zorba ante las brutales tormentas que se agitan alrededor de sus propuestas? ¿Qué hacer cuando un libro se extiende hacia la vida concreta y tiene que enfrentar la realidad del mundo y todo lo que se vive en él, alegrías y tristezas, risa y desgracias? ¿Qué puede hacer ante el cuadro de una mujer abandonada que con una sonrisa forzada trata de divertir a su hijo que presiente que algo no está bien? ¿Qué puede hacer Zorba por un joven que se embriaga en la esquina, que se droga hasta tocar fondo, hasta la muerte? ¿Qué puede hacer por las madres que buscan afanosamente a sus hijos desaparecidos? ¿Qué puede hacer por aquellos que están tristes, decepcionados? ante esa realidad brutal, y otros cientos de ejemplos que podríamos citar, qué pueden hacer las páginas de la literatura. Los personajes del libro saltan a la palestra, otra vez, para proponer que es posible vivir de otra manera a pesar de todo, dejar que la vida fluya, no pretender controlar el timón de nada y dejar que todo sea tal como es. Total, ¿qué puede hacer un personaje como Zorba, el griego? ¿puede acaso aconsejar desde la ficción a seres de la vida real?

Pues, sí, creemos que es mucho lo que un personaje puede hacer desde la ficción por una persona de la realidad concreta. Aunque ésta estuviera en medio de la tormenta más apocalíptica ese es precisamente el papel del arte: iluminar el corazón, el pensamiento, las acciones, la vida misma, y más un personaje como Zorba, el griego. Debemos recordar que el autor de esta novela, Nikos Kazantzakis, estudió filosofía, y debido a ello estaba muy influenciado por el vitalismo de Friedrich Nietzsche, y por la filosofía de Henri Bergson. Dicha influencia se refleja en toda su obra, pero sobre todo en la construcción de la personalidad de Zorba.

“El contacto con Bergson y sus enseñanzas constituyó un estímulo en la aventura intelectual y humanista de Kazantzakis, ya que con el impulso de la filosofía del maestro francés, el joven griego trata de guardar la esencia de la vida en ‗la buena palabra‘. El bergsonismo le confirmó el sentido de su lucha por la libertad. La arista vitalista del pensamiento de Kazantzakis está ligada a lo que recibió de Bergson. Kazantzakis quiso también dar a conocer al filósofo en su patria, para lo cual escribió un ensayo, Henry Bergson (1913), y tradujo una obra, La risa (1916)”.

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Respecto a “Nietzsche … el escritor griego … se sintió atraído y hasta identificado con (su) figura … En el terreno de las ideas, Nietzsche dejó una impronta visionaria de protestas y exaltaciones a favor de una vida festiva, lejos de una sombra religiosa cristiana según el momento y la sociedad en que vivió. Kazantzakis continua ese llamado a la libertad y ese anhelo de embriaguez dentro de la propia vida y no en un más allá.”


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