Asoma una nueva moda: la neurocultura. ¿Qué es? Sencillamente la vinculación del conocimiento cognitivo en la vida cotidiana. Publicidad, ciencias sociales, comunicación, educación y desde luego arte no han podido escapar al “siglo del sistema nervioso”.
Las ciencias cognitivas (del cerebro), es decir, cómo y por qué pensamos, sentimos, comprendemos la lectura de este artículo o actuamos de tal o cual forma, tienen una profunda relación con la cultura en la cual crecimos y nos desarrollamos, es decir con el entorno. Establecer un puente sensible entre lo que ocurre al interior del cerebro y lo que percibimos es uno de los avances científicos del siglo presente. No se trata de progreso médico o farmacológico, sino de buscar con base en un método científico qué es la especie humana, desde su origen biológico y bioquímico, hasta su relación con el otro. Nada que las manifestaciones artísticas, dicho sea de paso, no hayan ensayado con anterioridad en sus respectivos campos, pero de un modo absolutamente empírico.
Todo ocurre y ha ocurrido en el cerebro desde que el primer homínido existe como tal. Donde suceda una sinapsis, es decir, donde dos neuronas se comuniquen, ahí está la vida. En ese intercambio de químicos está el amor, la verdad, la voluntad, dios y otros conceptos no menos importantes, abstracciones con las que jugamos a comunicarnos, como por ejemplo el arte. Nada en la historia de la humanidad ha ocurrido fuera del cerebro, porque somos percepción y todo nace y se consuma ahí, en ese montón de fluidos y células danzando, armonizando, diluyéndose para provocar y ser provocadas, estímulos minilésimos que nos constituyen.
Por eso vale la pena verificar la constitución cerebral de un artista, de un creador. La novedad de esta relación entre los estudios cerebrales y las prácticas artísticas radica en la extraordinaria capacidad de adaptación de muchos creadores al entorno (cómo se anclan en la cultura, la moldean, la hacen propia) para saber si su transito cognitivo es absolutamente privilegiado, como se suponía. ¿El artista tendrá una actividad neuronal anómala, patológica, desbocada?
Básicamente lo que se estudia a través de la neurorradiología y el arte es la activación de distintas zonas del cerebro en relación al acto creativo y su contraparte, la respuesta del espectador ante una obra ajena, ya sea un concierto, una obra de teatro, una pieza plástica o literaria. ¿Cómo se emociona el cerebro? ¿Por qué se interesa en esto y no en aquello, qué llama su atención? ¿Cómo resuelve un problema? ¿Cómo crea y ejecuta un actor más allá de la memoria un gesto? ¿Por qué nos inquietan ciertas formas, figuras y sonidos?
De estos discernimientos, más allá del continuo aprendizaje sobre las tareas cerebrales del creador y su composición neurofisiológica, se ha demostrado que estudiar esta clase de sistemas nerviosos (aparentemente originales y más complejos que la mayoría) puede conducirnos a entender el comportamiento de ciertas patologías, trastornos y conductas que han perturbado a la humanidad, pero que en el caso de algunos artistas geniales ha sido la punta de lanza para emprender su actividad creativa. En varios estudios neurocientíficos, se menciona que, por ejemplo, Virginia Woolf y Beethoven padecían trastorno bipolar (el más común entre los genios), Van Gogh epilepsia y glaucoma de un ojo, Edvard Munch esquizofrenia crónica, Mozart y Hans Christian Andersen síndrome de Tourette, Johann Sebastian Bach blefaritis, Baudelaire y Víctor Hugo sinestesia, Leonardo Da Vinci trastorno por déficit de atención con hiperactividad, Miguel Ángel, Gaudí y Andy Warhol síndrome de Asperger.
Evidentemente ni el arte cura la neurosis ni la crea, lo mismo con patologías o trastornos avanzados. Se complementan, eso sí, en casos muy específicos. Para esto hace falta un código genético dispuesto y un entorno cultural propicio. Si algún lector se cree un genio posible, que antes consulte a su neurólogo para tener por lo menos bases médicas, después tendrá que encausar su comportamiento obsesivo en un disciplina férrea y atenta lectura de su entorno, finalmente el azar de la historia dictaminará su ley.
Por lo tanto, es posible conocer o por lo menos pronosticar, las causas de la creatividad más sublime. La genialidad proviene de un cerebro que casuísticamente tiene una disposición extraordinaria para una actividad. Un cerebro asombroso, algunas veces patológico cuya necesidad de estar en el mundo es una respuesta biológica de supervivencia, más allá de la común.
Las artes, paulatinamente recibirán el conocimiento de las neurociencias para mejorar sus procesos académicos y examinar con mayor pulcritud la génesis de su práctica; al mismo tiempo los creadores desarrollarán métodos de interacción y comunicación con el público, fincados en el impacto neuronal de los espectadores y las necesidades expresivas se deberán adecuar al conocimiento del receptor, desde un punto de vista cognitivo (rangos de atención, zonas del cerebro implicadas, inteligencias múltiples, por ejemplo).
Por su parte, los científicos están ávidos de entender con mayor precisión los procesos cognitivos de los artistas y trasladar sus deducciones al campo médico, para salud de los propios creadores y de una inmensa mayoría.
La década siguiente será en definitiva la de mayor relación entre el sistema nervioso central de los homínidos y el arte. Las neurociencias están listas para entrar de lleno en la pedagogía, práctica y consumo cultural.