Beirut, Líbano | AFP.- En una pared de hormigón, un fénix majestuoso extiende sus alas. Hayat le da los últimos toques de color. Desde el estallido de las manifestaciones en Líbano, las fachadas del lujoso centro de Beirut están invadidas de grafitis.
En la Plaza de los Mártires y en la de Riad El Solh, los libaneses acudieron por decenas de miles para gritar su ira contra la clase política, creando un importante bullicio de un barrio famoso por sus tiendas de lujo y sus elegantes edificios.
Hayat Nazer es uno de esos manifestantes que no frecuentaban el centro de la ciudad. Pero con la protesta sin precedentes, la pintora, de 32 años, vivió su primera experiencia de arte callejero.
"Decidí salir a la calle para inspirarme en la gente y los manifestantes", confiesa mientras se toma un descanso para fumar.
En el suelo se alinean pequeños frascos de pintura roja, verde y amarilla. Agachada con sus pantalones deportivos y una camiseta negra, da los últimos toques de pincel al fénix que surge de un bosque en llamas, en referencia a los incendios que asolaron la montaña libanesa antes del inicio del levantamiento, el 17 de octubre.
"El fénix nos recuerda que los libaneses no debemos perder la esperanza. Cuando caemos, tenemos que levantarnos y volar hacia la libertad", dice.
La larga barrera de hormigón, denominada "muro de la revolución" –que protege un edificio de las Naciones Unidas– está cubierta de grafitis y consignas.
Una bailarina hace giros bajo los obuses, acompañada por la orden de "Álzate". Más lejos, una gran mano hace la V de la victoria.
- Quemar palacios -
En los edificios de los alrededores se encuentran pinturas realizadas con aerosoles y también eslóganos garabateados. "Queremos quemar sus palacios", "Nos tienen hambrientos". "Nuestra revolución es feminista", "Derechos #LGBT, el amor no es un crimen". Todas las causas son bienvenidas.
Están los caricaturas de los dirigentes objeto de oprobio: el primer ministro que dimitió, Saad Hariri, el jefe del parlamento, Nabih Berri, o incluso el jefe del Banco Central, Riad Salamé.
El contraste es asombroso con la opulencia que se ve unos metros más lejos, en este barrio totalmente devastado por la guerra civil (1975-1990) pero reconstruido desde entonces por Solidère, una empresa inmobiliaria creada bajo los auspicios del multimillonario Rafic Hariri, un exprimer ministro.
Un moderno centro comercial reemplazó los mercados populares. Un reloj Rolex ocupa la plaza de la Estrella ante el parlamento, cerrado por las fuerzas de seguridad.
El sector acoge las sedes de los bancos y las marcas de lujo. Para los críticos de Solidère, el alma del antiguo barrio mixto ya no existe y el objetivo es atraer inversiones del Golfo y turistas adinerados.
"Esta ciudad se ha convertido en un ícono del capitalismo", lamenta el pintor y militante Selim Mawad.
Saltando casi sobre una barricada de plástico, este hombre de unos cuarenta años retoca uno de sus frescos casi mitológicos, que representa toros estilizados. "¿Cuál es el futuro de nuestra revolución?", escribe en árabe.
En otras partes del país, los grafitis también florecen.
En la ciudad de Trípoli, llamada la "novia de la revolución" por sus manifestaciones festivas diarias, un gran edificio en la plaza Al Nur exhibe consignas de la protesta: "Líbano se rebela" o "Trípoli la Ciudad de la Paz".
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