/ lunes 29 de octubre de 2018

Ave fénix | Texto y renacimiento lector

De las cenizas del texto, el ave fénix renace en la mirada del lector. La muerte ontológica de la escritura espera pacientemente. | Salve oh silencio divino que aguardas escrito |. Pausa. Pausa. Espera. Espera. Situación de la que el ave fénix se aprovecha para releer una vez más el texto: la espera no es eterna. En cada instante el enunciado se extiende de manera subrepticia, poco a poco, hasta dejar de ser párrafo para volverse parágrafo. Fragmento de iris-al-amanecer. Tiento de luz en el lienzo que esboza la idea.

Mutación es insistir en la existencia.

Existir es no dejar de ser desde la transformación.

Luego: mutación es insistir en la transformación.

Leer una frase que provoque al ser: amarilis en tiempo de fuga-lectora, expresión que detona una idea no necesariamente verdadera, pero sí posible. El sujeto existe en tanto supera al texto que lo contextúa en un eterno para sí. De ello se colige la posibilidad de que haya un encuentro con el «otro» que termina por desenmascarar cualquier intención no lectora en sí.

Quizás el ave fénix sea más que un ave fantástica. Su capacidad de regeneración lo ubica en una constante posibilidad existenciaria, ya sea textual o discursiva que abre rendijas a la imaginación. Intersticio de un texto que se recorre a sí mismo sin unidireccionalidad prevista. Fragua que moldea la idea para renacer.

¿En dónde termina la intención lectora del ave fénix?, ¿hasta dónde se extiende su silencio de voz-de-fuego?, ¿en qué punto se unen lo previo y lo posterior en el ave fénix? Dios mío, por qué el ave en mí para ser yo al leer.

| Silencio a punto de parir la voz |

Las líneas escritas no dejan de tejerse: de ahí que sea definido como «texto». Un texto que irrumpe en la mirada de quien lo lee. Ser —entonces— un ser-siendo, desde el texto que se lee y se relee porque se es ave fénix. Ser desde la mutación que se sufre en cada intención lectora. Ser así porque, ¡ay!, no se puede dejar de ser sujeto-lector una vez que se ha iniciado el vuelo de las letras. Mutación es ser —en pocas palabras— como Gregorio Samsa: un ser para la narración intrínseca y extrínseca de la imaginación. | Variación de ideas en gris imposible |.

El texto, sin embargo, no deja de ser texto. El lector, en cambio, se vuelve escritor de sí y para sí. Escribe desde la gramática que incendia su voz de papel. Rehace el texto en su propio ser para convertirse después en una ave nueva.

Las letras, por su parte, se vuelven plumas de fuego para el ave fénix. Arropan sus carnes de tinta y sus huesos de espacios gramaticales. Cada intersticio de voz apremia silencios para sus entrañas. Así se teje el texto en el mismo texto. El lector ha dejado de ser un ente aislado. Los espacios se construyen desde intenciones no originarias, el lector ha renacido: el texto no puede permanecer inmutable.

El fuego ha dicho su última palabra.

Cada célula del papel escrito ha adquirido un nuevo rostro: su mirada es ahora esquiva. No dice lo que está escrito, dice más. Pero su voz no es para todos, cada lector es un ave fénix que descubre en el texto su propio fuego. De ahí que leer sea un acto regenerador. Posibilidad ontológica de seguir siendo lector.

Las cenizas muestran tan sólo una parte de la realidad. Una prueba de que por ahí pasó la mirada. Inequívoca formación in situ de la aquiescente intención gramatical. Ser en la realidad del fuego que abraza los últimos restos de carne, los jirones de la racionalidad pragmática. El humo delinea, por su parte, un halo de luz que parce hacer retornar al hombre al texto.

Pero ni el texto es el mismo texto, ni el hombre es el mismo hombre. Un río de fuego heracliteano ha modificado la esencia escrituraria. Ahora el silencio es la voz más fuerte que descubre intenciones no prefiguradas por el autor. El lector ha sido marcado por la temperatura regeneradora. Su lectura es igual a su sustancia racional. Sin embargo, no hay razonamiento exento de imaginación. De ahí que la lectura se vuelva un híbrido que se regodea tanto en la sensación como en la reflexión.

El fuego avanza. Las cenizas aumentan. El viento no cesa. El hombre sigue leyendo. El texto ha dejado de ser sólo texto. Un hálito que es prístino aparece como germen de la lectura. Si no hay interrupción, el sujeto lector se convertirá en ave fénix, y renacerá de su propia lectura. Se elevará por encima de sí mismo. Sin embargo, cuando vuelva a leer la transformación se hará realidad una vez más. No hay posibilidad de cambio: leer nos vuelve aves fénix.

Desde lejos alguien ve la escena. Tal vez sea un texto que aún no sabe de la inmensidad de su escritura. | El fuego continúa, las cenizas también |.


De las cenizas del texto, el ave fénix renace en la mirada del lector. La muerte ontológica de la escritura espera pacientemente. | Salve oh silencio divino que aguardas escrito |. Pausa. Pausa. Espera. Espera. Situación de la que el ave fénix se aprovecha para releer una vez más el texto: la espera no es eterna. En cada instante el enunciado se extiende de manera subrepticia, poco a poco, hasta dejar de ser párrafo para volverse parágrafo. Fragmento de iris-al-amanecer. Tiento de luz en el lienzo que esboza la idea.

Mutación es insistir en la existencia.

Existir es no dejar de ser desde la transformación.

Luego: mutación es insistir en la transformación.

Leer una frase que provoque al ser: amarilis en tiempo de fuga-lectora, expresión que detona una idea no necesariamente verdadera, pero sí posible. El sujeto existe en tanto supera al texto que lo contextúa en un eterno para sí. De ello se colige la posibilidad de que haya un encuentro con el «otro» que termina por desenmascarar cualquier intención no lectora en sí.

Quizás el ave fénix sea más que un ave fantástica. Su capacidad de regeneración lo ubica en una constante posibilidad existenciaria, ya sea textual o discursiva que abre rendijas a la imaginación. Intersticio de un texto que se recorre a sí mismo sin unidireccionalidad prevista. Fragua que moldea la idea para renacer.

¿En dónde termina la intención lectora del ave fénix?, ¿hasta dónde se extiende su silencio de voz-de-fuego?, ¿en qué punto se unen lo previo y lo posterior en el ave fénix? Dios mío, por qué el ave en mí para ser yo al leer.

| Silencio a punto de parir la voz |

Las líneas escritas no dejan de tejerse: de ahí que sea definido como «texto». Un texto que irrumpe en la mirada de quien lo lee. Ser —entonces— un ser-siendo, desde el texto que se lee y se relee porque se es ave fénix. Ser desde la mutación que se sufre en cada intención lectora. Ser así porque, ¡ay!, no se puede dejar de ser sujeto-lector una vez que se ha iniciado el vuelo de las letras. Mutación es ser —en pocas palabras— como Gregorio Samsa: un ser para la narración intrínseca y extrínseca de la imaginación. | Variación de ideas en gris imposible |.

El texto, sin embargo, no deja de ser texto. El lector, en cambio, se vuelve escritor de sí y para sí. Escribe desde la gramática que incendia su voz de papel. Rehace el texto en su propio ser para convertirse después en una ave nueva.

Las letras, por su parte, se vuelven plumas de fuego para el ave fénix. Arropan sus carnes de tinta y sus huesos de espacios gramaticales. Cada intersticio de voz apremia silencios para sus entrañas. Así se teje el texto en el mismo texto. El lector ha dejado de ser un ente aislado. Los espacios se construyen desde intenciones no originarias, el lector ha renacido: el texto no puede permanecer inmutable.

El fuego ha dicho su última palabra.

Cada célula del papel escrito ha adquirido un nuevo rostro: su mirada es ahora esquiva. No dice lo que está escrito, dice más. Pero su voz no es para todos, cada lector es un ave fénix que descubre en el texto su propio fuego. De ahí que leer sea un acto regenerador. Posibilidad ontológica de seguir siendo lector.

Las cenizas muestran tan sólo una parte de la realidad. Una prueba de que por ahí pasó la mirada. Inequívoca formación in situ de la aquiescente intención gramatical. Ser en la realidad del fuego que abraza los últimos restos de carne, los jirones de la racionalidad pragmática. El humo delinea, por su parte, un halo de luz que parce hacer retornar al hombre al texto.

Pero ni el texto es el mismo texto, ni el hombre es el mismo hombre. Un río de fuego heracliteano ha modificado la esencia escrituraria. Ahora el silencio es la voz más fuerte que descubre intenciones no prefiguradas por el autor. El lector ha sido marcado por la temperatura regeneradora. Su lectura es igual a su sustancia racional. Sin embargo, no hay razonamiento exento de imaginación. De ahí que la lectura se vuelva un híbrido que se regodea tanto en la sensación como en la reflexión.

El fuego avanza. Las cenizas aumentan. El viento no cesa. El hombre sigue leyendo. El texto ha dejado de ser sólo texto. Un hálito que es prístino aparece como germen de la lectura. Si no hay interrupción, el sujeto lector se convertirá en ave fénix, y renacerá de su propia lectura. Se elevará por encima de sí mismo. Sin embargo, cuando vuelva a leer la transformación se hará realidad una vez más. No hay posibilidad de cambio: leer nos vuelve aves fénix.

Desde lejos alguien ve la escena. Tal vez sea un texto que aún no sabe de la inmensidad de su escritura. | El fuego continúa, las cenizas también |.


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