Qué es la recreación artística sino la búsqueda incesante de los paradigmas, arquetipos y mitos fundacionales del ser humano. Es la búsqueda de una respuesta a las inquietudes, alegrías, dudas, incertidumbre, por carecer de respuestas a las clásicas preguntas ¿quiénes somos? ¿A qué venimos al mundo? ¿A dónde vamos? Las respuestas, entre otros, las indaga el creador, el artista. Indaga donde muchos no se atreven, en sus propios miedos, los más profundos.
Son estos los cuestionamientos a los que busca respuesta Silverio Gama, personaje principal, el documentalista que filma la realidad de un país pobre y sin equidad, rico y con mucha explotación del trabajo. Documentalista al que su hijo le reclama que no conoce a los que retrata, que gana premios que vienen de manos de directivos de un país al que no aprecia en su cabalidad. Documentalista que trabaja entre la fantasía y la fe, entre la miseria y la redención de un pueblo sin salidas concretas a su ignorancia, su miseria y pobreza.
Muchos critican a Iñárritu y califican a esta película como un exceso de ego, pero sin duda que a el apodado “Negro”, le duele su país, su historia mítica y tergiversada, su dolor y miseria. ¿Qué más puede hacer un creador, un intelectual, aparte de denunciarlo y exponerlo en su trabajo, en su obra?
En el Bardo la realidad es como un sueño, o un sueño es la realidad, y a nivel de la expresión de un artista sueño y realidad se trastocan y funden fronteras, se entreveran formando redes complejas. Pero, ¿qué es el Bardo? “Bardo significa, literalmente, ‘entre [Bar] dos [do] , i. e., “entre dos [estados] ‘ -el estado entre la muerte y el renacimiento- y, por tanto, ‘[Estado] Intermedio o ‘de Transición’.” (Libro tibetano de los Muertos. Ed. Kier. Introducción). La zona en la que entra Silverio, es precisamente lo que el budismo tibetano llama el Bardo, que entre otras características tiene la de ser un lugar donde la mente produce imágenes y alucinaciones según se haya comportado uno en su vida terrestre. Son manifestaciones de la Ley del Karma. El Bardo “Que, hablando psicológicamente, trátase de un prolongado estado de apariencia onírica, en lo que puede llamarse cuarta dimensión del espacio, llena de visiones alucinatorias directamente resultantes del contenido mental del percipiente, felices y de apariencia celestial si el karma es bueno, y dolorosas y de apariencia infernal, si el karma es malo.” (Obra citada).
También en la película se aborda el tema de los medios de comunicación, en donde se plantea que aún los supuestamente comprometidos, no son más que una farsa parte del burlesque nacional y mundial, medios manipulados, programas repartidos entre cuates, lejanos de la gente. Medios que no profundizan, que son como el polvo: siempre por fuera y por encimita. Nada nuevo bajo el sol, es un problema muy añejo, quizá actualmente más polarizado y evidente por tantos escándalos de corrupción en los medios que se hacen públicos. Bardo los denuncia desde una posición un tanto depresiva, recargando una parte de la culpa sobre los hombros de la burguesía y la intelectualidad.
Otras de las verdades dolorosas que la película plantea es la cuestión de los desaparecidos en México, sin remedio cuando menos por ahora, sin justicia, sin que el estado mueva un dedo ni la iglesia, según lo cuestiona González Iñárritu. Y así transcurre este sueño, o este estado del bardo, como la falsa crónica de una cuantas verdades, especie de crónica porque son eventos que transcurren en el tiempo, y unas cuantas porque son la verdades que más inquietan al director en este momento de su vida.
En Bardo hay varios elementos autocríticos y eso ya es ganancia en la obra de un creador, porque muchas veces lo que atestiguamos es la manifestación de un ego ensorbecido en donde no hay espacio para la autocrítica. Sabido es que los que se sienten genios no son muy pacientes con la crítica y mucho menos practicantes de la autocrítica. Pero en este caso es un ego enfrentado a la muerte, y el bardo es el principio y el fin, la presencia permanente de la muerte como forma de vida.
La película es juanrulfesca, en ella habitan sin distinción de dimensiones muertos con vivos, vivos con muertos, memorias pasadas con presente, sueños con realidades, vigilias con sueños. La historia y los muertos están presentes de una manera u otra paseando como fantasmas y como tragedia.
Bardo es un refrescante ejercicio que muchos han considerado una loa al ego del autor, pero en nuestra visión es mucho más que eso, se trata de una afortunada revisión de lo que implican el Bardo, el enfrentamiento con la muerte, y a partir de ahí, el cineasta aborda a una revisión crítica de su egolatría. En un narciso, pero no se queda ahí, Iñárritu escribió y filmó la película para comprender el fenómeno de la muerte y exorcizar sus propios miedos.
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Sus metáforas visuales son afortunadas, logran narrar -sin discursos populistas-, toda la tragedia que están viviendo decenas de miles de mexicanos tanto migrantes, como desaparecidos y sus familias. Ambos grupos son representados con imágenes desgarradoras, impactantes, y, paradójicamente, tristemente poéticas.
Bardo es una película agresiva tanto visualmente como en contenido, pero su agresividad es consecuente con una puesta en escena que exige al espectador. Quien crea que va a ir a pasar un poco más de dos horas de diversión insulsa está muy equivocado, la película exige, repele, cuestiona en cada escena en donde hay que entender qué diablos está tratando de decir Iñárritu, pero una vez que se contempla la película en conjunto, como un trabajo unitario, empezamos a comprender que la exigencia aporta y que nos llevará, si nos damos cuenta, a una reflexión profunda y creativa para nuestros propios espacios de vida.
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