/ sábado 13 de octubre de 2018

Boeto, Emmanuel, Hiriart y el Grupo Atabal

Artista y público no hacen más que registrar, como un sismógrafo, una carga electromagnética que no puede racionalizarse. Uno sólo sabe que se produce una transmisión de algo, verdadera o falsa, con buen o mal éxito, según el azar. Pero querer analizar, descomponer los elementos y pasarles por encima la nariz… no se llega a ninguna parte.

Cuarteto de Alejandría: Mountolive, Lawrence Durrell

Nada asombra tanto como las rutas que va trazando la vida. Veamos: Hugo Hiriart es dueño de una poderosa imaginación forjada en el estudio de la filosofía, de la literatura y en su propio talento. Nada más leer en “Galaor” que una diminuta princesa duerme en el estuche de un violín, o recordar la visión de “Minotastás” (visión alterada por la puesta en escena que dirigió, me parece, Julio Castillo hace unos 30 años), o ver en el teatro de títeres la historia de un punto, lo deja a uno perplejo.

Hiriart coincidió con el grupo de Mireya y Pablo Cueto, para quienes escribió algunos textos que subieron a escena con aquellos legendarios titiriteros entre los que se encontraba Emmanuel Márquez. La coincidencia se dio tal vez porque el grupo de teatro para niños de la SEP, que dirigía Raquel Bárcenas, también tuvo entre sus manos textos teatrales de Hiriart. Raquel Bárcenas es la madre de Haydee Boetto, magnífica actriz, constructora de títeres y directora.

Emmanuel y la Boetto son uña y carne desde que Haydee era una jovencita. La Boetto dirigió al grupo Atabal una obra de títeres de Emilio Carballido, obra que jugaba sus aventuras desde un pizarrón. Emmanuel Márquez y Haydee Boetto ya habían realizado algunos espectáculos con muñecos, pero mientras ella destacaba con luz propia en el teatro de actores, Emmanuel conquistaba una cumbre (modesta para él, supongo) con su “Fausto”. Por angas o por mangas la Boetto (supongo también) dejó en manos de Emmanuel dos puestas en escena para el grupo Atabal, una fue “Dios es un Bicho” y la otra “El Tablero de las Pasiones de Juguete”, ésta última de Hugo Hiriart.

Tendría que explayarme en el aspecto lúdico de los trabajos teatrales de Emmanuel, en los cuales con cierta frecuencia actúan los actores de pasta y papel maché que diseña y elabora Haydee Boetto, y también explayarme en la calidad histriónica de esta mujer que, entre otras obras, creó una buena parte de la estructura dramática de “Malas Palabras” (también en el repertorio del grupo Atabal) que ella misma estrenó en el Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México, pero solamente citaré un asombro: en una obra vi como la arrastraba un títere; es decir, el objeto manipulado manipulaba a la actriz. Asombroso.

Tendría que explayarme para dilucidar cómo es que los caminos diferentes se vuelven unánimes y confluyen en “El Tablero de las Pasiones de Juguete”, que ahora mismo tiene en cartelera el grupo Atabal, pero faltaría espacio en el suplemento (Leslie Dolejal ocupa muchas páginas). Simplemente diré que algo ordena las coincidencias que ahora nos permiten asombrarnos con la historia de amor de una hermafrodita, o con la lujuriosa añoranza de la viuda del primer muerto que cayó en Troya (primero porque seguramente lo empujaron de la nave cuando desembarcaban); asombrarnos, digo, con el rescate del héroe, que sale de los infiernos gracias al teatro de títeres, y gracias a un tablero de bingo en el que se juega el destino de los personajes.

El círculo se cierra con un párrafo que se remite a la cita que encabeza esta entrega. Durrell anota el asombro, y éste se vuelve tangible en el trabajo del grupo Atabal, grupo al que no le duele el codo para poner una obra con toda la parafernalia que esta exige.


Artista y público no hacen más que registrar, como un sismógrafo, una carga electromagnética que no puede racionalizarse. Uno sólo sabe que se produce una transmisión de algo, verdadera o falsa, con buen o mal éxito, según el azar. Pero querer analizar, descomponer los elementos y pasarles por encima la nariz… no se llega a ninguna parte.

Cuarteto de Alejandría: Mountolive, Lawrence Durrell

Nada asombra tanto como las rutas que va trazando la vida. Veamos: Hugo Hiriart es dueño de una poderosa imaginación forjada en el estudio de la filosofía, de la literatura y en su propio talento. Nada más leer en “Galaor” que una diminuta princesa duerme en el estuche de un violín, o recordar la visión de “Minotastás” (visión alterada por la puesta en escena que dirigió, me parece, Julio Castillo hace unos 30 años), o ver en el teatro de títeres la historia de un punto, lo deja a uno perplejo.

Hiriart coincidió con el grupo de Mireya y Pablo Cueto, para quienes escribió algunos textos que subieron a escena con aquellos legendarios titiriteros entre los que se encontraba Emmanuel Márquez. La coincidencia se dio tal vez porque el grupo de teatro para niños de la SEP, que dirigía Raquel Bárcenas, también tuvo entre sus manos textos teatrales de Hiriart. Raquel Bárcenas es la madre de Haydee Boetto, magnífica actriz, constructora de títeres y directora.

Emmanuel y la Boetto son uña y carne desde que Haydee era una jovencita. La Boetto dirigió al grupo Atabal una obra de títeres de Emilio Carballido, obra que jugaba sus aventuras desde un pizarrón. Emmanuel Márquez y Haydee Boetto ya habían realizado algunos espectáculos con muñecos, pero mientras ella destacaba con luz propia en el teatro de actores, Emmanuel conquistaba una cumbre (modesta para él, supongo) con su “Fausto”. Por angas o por mangas la Boetto (supongo también) dejó en manos de Emmanuel dos puestas en escena para el grupo Atabal, una fue “Dios es un Bicho” y la otra “El Tablero de las Pasiones de Juguete”, ésta última de Hugo Hiriart.

Tendría que explayarme en el aspecto lúdico de los trabajos teatrales de Emmanuel, en los cuales con cierta frecuencia actúan los actores de pasta y papel maché que diseña y elabora Haydee Boetto, y también explayarme en la calidad histriónica de esta mujer que, entre otras obras, creó una buena parte de la estructura dramática de “Malas Palabras” (también en el repertorio del grupo Atabal) que ella misma estrenó en el Centro Cultural Helénico de la Ciudad de México, pero solamente citaré un asombro: en una obra vi como la arrastraba un títere; es decir, el objeto manipulado manipulaba a la actriz. Asombroso.

Tendría que explayarme para dilucidar cómo es que los caminos diferentes se vuelven unánimes y confluyen en “El Tablero de las Pasiones de Juguete”, que ahora mismo tiene en cartelera el grupo Atabal, pero faltaría espacio en el suplemento (Leslie Dolejal ocupa muchas páginas). Simplemente diré que algo ordena las coincidencias que ahora nos permiten asombrarnos con la historia de amor de una hermafrodita, o con la lujuriosa añoranza de la viuda del primer muerto que cayó en Troya (primero porque seguramente lo empujaron de la nave cuando desembarcaban); asombrarnos, digo, con el rescate del héroe, que sale de los infiernos gracias al teatro de títeres, y gracias a un tablero de bingo en el que se juega el destino de los personajes.

El círculo se cierra con un párrafo que se remite a la cita que encabeza esta entrega. Durrell anota el asombro, y éste se vuelve tangible en el trabajo del grupo Atabal, grupo al que no le duele el codo para poner una obra con toda la parafernalia que esta exige.


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