El siguiente texto forma parte de las Memorias de la maestra Luisa Josefina Hernández, publicado por editorial El Milagro:
“Guillermina Bravo amaba la danza porque su vocación era su talento y triunfaba; eso siempre me pareció respetable (...).
Me cayó mal la muerte de Guillermina Bravo, con noventa y dos años, hace dos meses. Hablábamos por teléfono de vez en cuando; la última vez me dijo:
—Luisita, se nos están muriendo todos.
Pues sí. Guillermina reunió a su alrededor a muchos talentos de su generación: bailarines, por supuesto, actores, músicos, pintores, escritores y gente como yo, buena para dar clases, para acompañarla a hacer peticiones absurdas o dar explicaciones difíciles. Por ejemplo: de pronto, me llamaba por teléfono.
—Luisita, queremos ir a tu casa a que nos des clase.
—Luisita, quiero que me acompañes a Bellas Artes a pedir cinco mil pesos para adelantarle a un músico, porque ya se murió de hambre varias veces.
—Luisita, acompáñame a cenar con Carlos Jiménez Mabarak, para que le expliques el ballet que quiero hacer.
—Luisita, acompáñame a pedir un salón de catorce metros de largo, bien ventilado y con luces.
Y yo iba sin hacerme problema. Decía Guillermina que yo hablaba bien y tenía cara de persona decente. Solía suceder que, mientras yo me explicaba con tal o cual funcionario, Guillermina se quedaba callada, con la cabeza gacha, como si estuviera muy triste. Siempre nos daban las cosas. Yo creo que por lástima.
En una ocasión yo la llamé a la universidad para hacer un experimento. Se trataba de poner en escena tres espectáculos. No tuvimos director, ella se encargó del foro y yo de explicar el significado y escuchar voces. Salió muy bien.
Pero cuando faltaban los actores oía la voz de Guillermina.
—Luisita, súbete a ese piano y déjate caer suavemente con el rostro hacia la izquierda.
Y yo lo hacía. Y no me rompí nada distinto de lo que me había roto antes. Pero fue muy bonito que se acabara el experimento y pudiera yo llamar a un director de escena de verdad.
La extraño siempre, la he extrañado desde que se fue a Querétaro. Me gustaba mucho enseñar a bailarines, son las personas más sinceras que he conocido.”
La extensa cita, viene al caso con motivo de la celebración del centenario del natalicio de la maestra Guillermina Bravo (1920-2020) que en conjunto celebran el gobierno del Estado de Querétaro, la Secretaría de Cultura que representó el gran proyecto de vida de la maestra Bravo.
Es a través del extracto de las Memorias de la maestra Hernández que tenemos el privilegio de escuchar en voz de una de las amistades más cercanas e íntimas de la maestra Bravo, la descripción de un retrato literario divertido y desenfadado que nos muestra la figura desmitificada de la maestra Guillermina y nos remite a una perspectiva tremendamente vital pero sin dejar de ser a la par melancólica por la ausencia de este personaje tan querido, tan trascendental y tan amoroso de nuestras artes escénicas.
El homenaje tiene un retraso de un año, perfectamente entendible debido a la pandemia que asoló al mundo entero durante todo 2020. Las actividades de dicho festejo titulado Un siglo con Guillermina ¡Bravo! 1920-2020 comenzaron el pasado 10 de noviembre con la conferencia Imágenes y certezas de Guillermina Bravo impartida por toda una institución de la crítica de la danza en nuestro país, el maestro e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Alberto Dallal, íntimo amigo, colaborador y cómplice de la maestra Bravo.
En los días subsecuentes se llevaron a cabo las siguientes actividades: presentación del libro sonoro Vida al aire y el proyecto La Bruja Libertaria de Rosario Manzanos y Maritza López; el conversatorio La poética de la enseñanza con la maestra Patricia Cardona en diálogo con docentes y alumnos del CENADAC; Diálogos encontrados sobre Guillermina Bravo (Aquelarre), entre los maestros Alberto Dallal, Patricia Cardona y Rosario Manzanos.
Para culminar la celebración se presentaron en una corta pero sustanciosa temporada en el Foro Escénico del Museo de la Ciudad, las siguientes propuestas coreográficas a cargo de los siguientes grupos: Erizo a cargo del colectivo Langosta de Yseye Appleton y Rosa Villanueva. Lluvia, espacio de vida y muerte con Las Pléyades de Luis Arreguín; Eterno femenino con el colectivo Astillados de ruido de Claudia Herrera, Beatriz Juan Gil y Didier Olvera y, finalmente, se presentó la antología coreográfica Entre viento y marea de Contempodanza con coreografías de Cecilia Lugo y Raúl Tamez.
Como se podrá observar, esta celebración ha representado un banquete que honra la memoria de la maestra Guillermina Bravo con dignidad merecida y ganada como una de nuestras más insignes artistas escénicas. Es pues inevitable el siguiente cuestionamiento: si para todos resulta evidente la importancia y la influencia que esta mujer ha generado en la cultura de nuestro país, ¿no sería una manera de proceder mucho más congruente apoyar su legado? Nos estamos refiriendo a lo que significó su proyecto de vida más ambicioso, la creación de un centro de formación integral para los jóvenes bailarines de este país como el Centro Nacional de Danza Contemporánea (CENADAC).
Para nadie es un secreto que el CENADAC viene arrastrando, desde hace ya algún tiempo, problemas muy serios de subsistencia que correspondería no solo a las autoridades culturales sino a los gobiernos estatal y federal hacerse presente a través de los apoyos pertinentes para que el legado de la maestra Guillermina Bravo se logre mantener y preservar.
De no ser así estaríamos ante el fenómeno de autoridades insensibles y desconectadas de una cruda realidad cultural que tienen que afrontar diariamente instituciones como el CENADAC.