/ sábado 1 de junio de 2019

Burning o un pequeño manual de adaptación

El libro de cabecera

Paso 1: Tomemos un trabajo literario de algún escritor vigente. En este humilde ejercicio libertario, no podemos afirmar que se trate de un escritor mexicano, puesto que al cine mexicano le interesa poco o nada el trabajo de los escritores locales. Digamos que tomamos un cuento de Haruki Murakami (Kioto, 1949), tal y como lo hizo el talentoso guionista, novelista y director surcoreano Lee Chang-dong (Daegu, 1954). Elegimos, pues, un cuento del libro titulado El elefante desaparece (TusQuets, 1993).

Paso 2: Nos sumergimos a la lectura del libro. Acudimos a cada uno de los cuentos y nos dejamos llevar por la propuesta aún incipiente de Murakami quien, allá por la década de los ochenta, y a través de cuentos eclécticos y concretos, nos permite asomarnos al mundo narrativo de personajes solitarios, jóvenes, narcisistas, con visiones personales que los condenan a vivir sumidos en el estigma de la diferencia respecto al resto. Así, podemos recorrer a través de diecisiete cuentos el universo Murakami. Nos adentraremos entonces en cuentos como “Sueño”, “La gente de la televisión”, “El pequeño monstruo verde”, “El enanito bailarín” y, por supuesto, “El elefante desaparece”.

Paso 3: Es más, desde el primer cuento ya establecemos el llamado contrato de inteligibilidad (concepto que, de acuerdo con Luz Aurora Pimentel, se refiere al tipo de relación que establece el lector entre el universo diegético y el mundo real). Sólo entonces podremos acudir a los relatos desde una mirada diáfana y cómplice. Veremos a un pájaro que le da cuerda al mundo, o a un grupo de personajes diminutos que entregan televisores a domicilio, o una mujer maluhumorada y voluble que se altera ante un monstruo que la desea, o un elefante que, sin mayor explicación, desaparece de su jaula. O un chico que tiene la afición de quemar graneros.

Paso 4: Tomemos pues este cuento, “Quemar graneros”, y paseemos por las trece páginas de longitud que tiene el cuento. Impregnemos de imaginación el ya mencionado contrato de intelegibilidad y plasmemos en nuestra mente el retrato de los personajes, los escenarios, las conversaciones, los deseos y complejos de los personajes. Hagamos de cuenta que estamos involucrados en el círculo íntimo de amistad que se establece alrededor del triángulo amoroso conformado por Jong-su, un muchacho de campo aspirante a escritor, desempleado y aparentemente conmocionado por el consumismo salvaje que define la sociedad coreana, Hae-mi, una antigua compañera del colegio de Jong-su, y Steven Yeun, un compatriota que tiene un Porsche, un departamento de lujo y maneras refinadas con un dejo sutil de arrogancia, y que desde el principio se gana a Hae-mi a base de alardes de riqueza y cenas románticas. Sí, Steven es el personaje que gusta de quemar graneros.

Así surge Burning (2018), la segunda película que dirige Chang-dong y que, aunque se presentó a principios de mayo en la Cineteca Rosalio Solano, no fue posible atraparla porque solamente estuvo un solo día en exhibición. Afortunadamente se puede ver en la plataforma Netflix.

Aunque la adaptación revela el trabajo artesanal del director, la versión cinematográfica y la literaria caminan por senderos paralelos. Mientras que en el libro el personaje de Jong-su es un tipo de más de treinta años y casado, Chang-do decide dotarlo de soltería y juventud para que la historia cobre una dimensión de inocencia y perversidad en plena apuesta dramática.

Del mismo modo, el director decide que el descenlace sea totalmente distinto a la versión literaria. Mientras que el efecto en el lector provoca una sensación que se acerca a la soledad y la estupefacción, en la película presenciamos un poema trágico que desborda las expectativas de quien, desde una persepectiva intimista, ha seguido la historia a lo largo de las poco más de dos horas y media que dura el filme.

Las actuaciones son tan sutiles como sublimes. El diseño de arte redunda en una experiencia visual que amerita una pantalla grande, aunque en la defición de la plataforma no tendrá desperdicio situarse en la propuesta fotográfica de Kyung-pyo Hong.

Inclasificable, sin ser terror ni misterio, es el mismo enfoque intimista que revelará al espectador un discurso de thriller personalista, oscuro y con esa atmósfera de extraámiento y nostalgia al que pocas películas apuestan en el cine convencional.

Burning, una obra maestra que confirma el talento del cine coreano y delega al baúl de los buenos deseos a la propuesta narrativa de Murakami. Sí, es otro caso en donde la película es mejor que el libro.

@doctorsimulacro

Paso 1: Tomemos un trabajo literario de algún escritor vigente. En este humilde ejercicio libertario, no podemos afirmar que se trate de un escritor mexicano, puesto que al cine mexicano le interesa poco o nada el trabajo de los escritores locales. Digamos que tomamos un cuento de Haruki Murakami (Kioto, 1949), tal y como lo hizo el talentoso guionista, novelista y director surcoreano Lee Chang-dong (Daegu, 1954). Elegimos, pues, un cuento del libro titulado El elefante desaparece (TusQuets, 1993).

Paso 2: Nos sumergimos a la lectura del libro. Acudimos a cada uno de los cuentos y nos dejamos llevar por la propuesta aún incipiente de Murakami quien, allá por la década de los ochenta, y a través de cuentos eclécticos y concretos, nos permite asomarnos al mundo narrativo de personajes solitarios, jóvenes, narcisistas, con visiones personales que los condenan a vivir sumidos en el estigma de la diferencia respecto al resto. Así, podemos recorrer a través de diecisiete cuentos el universo Murakami. Nos adentraremos entonces en cuentos como “Sueño”, “La gente de la televisión”, “El pequeño monstruo verde”, “El enanito bailarín” y, por supuesto, “El elefante desaparece”.

Paso 3: Es más, desde el primer cuento ya establecemos el llamado contrato de inteligibilidad (concepto que, de acuerdo con Luz Aurora Pimentel, se refiere al tipo de relación que establece el lector entre el universo diegético y el mundo real). Sólo entonces podremos acudir a los relatos desde una mirada diáfana y cómplice. Veremos a un pájaro que le da cuerda al mundo, o a un grupo de personajes diminutos que entregan televisores a domicilio, o una mujer maluhumorada y voluble que se altera ante un monstruo que la desea, o un elefante que, sin mayor explicación, desaparece de su jaula. O un chico que tiene la afición de quemar graneros.

Paso 4: Tomemos pues este cuento, “Quemar graneros”, y paseemos por las trece páginas de longitud que tiene el cuento. Impregnemos de imaginación el ya mencionado contrato de intelegibilidad y plasmemos en nuestra mente el retrato de los personajes, los escenarios, las conversaciones, los deseos y complejos de los personajes. Hagamos de cuenta que estamos involucrados en el círculo íntimo de amistad que se establece alrededor del triángulo amoroso conformado por Jong-su, un muchacho de campo aspirante a escritor, desempleado y aparentemente conmocionado por el consumismo salvaje que define la sociedad coreana, Hae-mi, una antigua compañera del colegio de Jong-su, y Steven Yeun, un compatriota que tiene un Porsche, un departamento de lujo y maneras refinadas con un dejo sutil de arrogancia, y que desde el principio se gana a Hae-mi a base de alardes de riqueza y cenas románticas. Sí, Steven es el personaje que gusta de quemar graneros.

Así surge Burning (2018), la segunda película que dirige Chang-dong y que, aunque se presentó a principios de mayo en la Cineteca Rosalio Solano, no fue posible atraparla porque solamente estuvo un solo día en exhibición. Afortunadamente se puede ver en la plataforma Netflix.

Aunque la adaptación revela el trabajo artesanal del director, la versión cinematográfica y la literaria caminan por senderos paralelos. Mientras que en el libro el personaje de Jong-su es un tipo de más de treinta años y casado, Chang-do decide dotarlo de soltería y juventud para que la historia cobre una dimensión de inocencia y perversidad en plena apuesta dramática.

Del mismo modo, el director decide que el descenlace sea totalmente distinto a la versión literaria. Mientras que el efecto en el lector provoca una sensación que se acerca a la soledad y la estupefacción, en la película presenciamos un poema trágico que desborda las expectativas de quien, desde una persepectiva intimista, ha seguido la historia a lo largo de las poco más de dos horas y media que dura el filme.

Las actuaciones son tan sutiles como sublimes. El diseño de arte redunda en una experiencia visual que amerita una pantalla grande, aunque en la defición de la plataforma no tendrá desperdicio situarse en la propuesta fotográfica de Kyung-pyo Hong.

Inclasificable, sin ser terror ni misterio, es el mismo enfoque intimista que revelará al espectador un discurso de thriller personalista, oscuro y con esa atmósfera de extraámiento y nostalgia al que pocas películas apuestan en el cine convencional.

Burning, una obra maestra que confirma el talento del cine coreano y delega al baúl de los buenos deseos a la propuesta narrativa de Murakami. Sí, es otro caso en donde la película es mejor que el libro.

@doctorsimulacro

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