/ martes 5 de junio de 2018

Caballo en pradera de letras

A galope, por páginas infinitas, el caballo-lector rompe el viento cuando corre por la pradera. Su ímpetu justifica cualquier momento de paz o remanso anterior (quietud sólo aparente). Sus crines danzan al compás de una convocatoria a la libertad no siempre advertida. Provocación para leer desde los no-límites de la razón conceptual, quiebre al final del párrafo. Reinicio de la lectura. Avanzar de nuevo a galope.

La página se abre | Dispersión | Gramática de recuerdos sin situ (antípoda de in situ). Los caballos se han emancipado. Bucéfalo corre sin Alejandro Magno. Lo mismo sucede con los demás caballos: han dejado a sus jinetes: Janto a Aquiles / Strategos a Aníbal / Genitor a Julio César / Babieca al Cid / Rocinante al Quijote. Ahora el caballo corre libre por la página que le da sentido | Fondo es forma. El «ser» se entiende sólo desde ʻel sentido del serʼ (razonamiento apofático para soltar la brida).

El reconocimiento es más que un simple decir que se ʻesʼ: implica mostrar que no hay contradicción entre la definición y la apariencia fenomenológica del caballo que corre. Por eso nadie deja de ser caballo cuando lee. El texto escriturístico es mucho más que un texto en dos dimensiones (piénsese en Edwin Abbott y su Flatland: A Romance of Many Dimensions).

La sustancia no cambia, sólo se modifica: se vuelve esencia. No se puede dejar de ser caballo, cuando la resistencia es fallida al correr libremente por las praderas del texto. Esto es ser lector-caballo: su «ser» (sustancia) se da cuando es correr-leer (sustancia aplicada).

Pradera de letras que hace más profunda la huella del caballo que no cesa de correr. Escenografía que se vuelve protagonista para la construcción del ser. Inmensidad de la página que abre nuevas perspectivas a la imaginación.

No hay silla ni bridas ni freno. El fuste es deseo que no deja de crecer. Leer para sentir el viento de las ideas, sobre el rostro que hace espejo circunstancial. Extensión larga para abrevar el instante en una sola toma de aire en canto y seguir corriendo como desesperación. Brama equina que muestra una raza de pura tinta.

Ser caballo lector, sin embargo, no es cosa fácil. Se necesita —en primer lugar— de reconocerse como tal. Es decir, de saberse y asumirse a partir de la acción que define el correr-leer. Todo lo demás viene como consecuencia. La lectura, en ese sentido, aparece como posibilidad de ser-en-el-viento; inconsistencias de luz que hacen crecer en la página nuevas miradas. Esto permite la posibilidad de diferenciar la sustancia de los accidentes metafísicos del lector.

Hay espacios, sin embargo, que requieren tintas de mayor experiencia. La palabra «libertad» no dice siempre lo mismo. Su rostro indica diversas rutas. Caminar por la misma palabra no nos lleva siempre al mismo sitio. No se persigue el mismo fin.

Lo mismo sucede con cualquier enunciado o párrafo recto | Resonancia de silencios que hacen consustancial el fragmento: proporcional a la necesidad de leer en yermo / Data de difuso ser. Todo puede estar hecho más o menos de lo que se ve. El fondo descansa en el trasfondo de cualquier mirada, epistémica o no, que hace nido al anochecer del texto.

Algo parecido sucede con los silencios de los márgenes en la escritura. Igual que los timbales en una orquesta, pueden llegar a modificar el latido del corazón cuando hacen énfasis en alguna parte de la sinfonía molecular. Así, cada espacio es infinito en tanto éste pueda ser de aprehensión ontológica bivalente: ser y leer.

La lectura avanza. El caballo no se detiene. Las ideas se suceden al ritmo de los cascos del caballo. El galope se hace rítmico. Los pasos marcan sonidos, medidos por la velocidad de la imaginación lectora.

Y con la lectura el caballo hace más grande la pradera de letras. Series de postas —necesarias— para el viento que también jadea. Lumbre para recrear hogueras en la mirada. Leño para atizar la velocidad de la comprensión lectora. | Correr | Correr | Leer | Leer | Hacer —en fin— circunstancia gramatical cuando el texto se vuelve de fuego.

Las huellas lo dicen todo. No sólo indican al caballo que pasó. También muestran el rumbo, el peso, las pausas. Cualquier distancia entre un fragmento y otro no es otra cosa más que la sangre que se ha vuelto mirada al latir el texto.

El tiempo sigue presente pero ha modificado al tiempo. Lapsos entre palabras que se recrean a sí mismos: posibilidad de reacciones equinas cuando se lee de manera veloz. No hay límites en este sentido. La realidad se vuelve —una vez más— de papel escrito. Nada está acabado. El lector aún puede correr-leer.

La realidad no es —sin embargo— sólo velocidad. También se necesita del respiro a la mitad de la lectura | Voces raíces para los huecos que pudieran dejar las comas, incluso los puntos suspensivos. Hay que dejar que el animal recobre el sentido de su ser. Que extienda más sus zancadas. Que la idea de ser recobre su idea prístina.

Leer / Releer / Correr por el texto para seguir siendo caballo en pradera / Libertad de ser porque éste (el ser) tiene sentido cuando el texto no es prisión de voces que conjugan nuestra multiplicidad como lectores.

El caballo —en fin— sigue corriendo. La realidad ha abierto sus campos. Los caminos se han multiplicado. Cuando la lectura es real (más allá del compromiso o la apariencia fatua) el texto termina por sepultar al caballo. La simbiosis entre el texto y el lector recrea, una vez más, la realidad hecha de gramática para correr.

A galope, por páginas infinitas, el caballo-lector rompe el viento cuando corre por la pradera. Su ímpetu justifica cualquier momento de paz o remanso anterior (quietud sólo aparente). Sus crines danzan al compás de una convocatoria a la libertad no siempre advertida. Provocación para leer desde los no-límites de la razón conceptual, quiebre al final del párrafo. Reinicio de la lectura. Avanzar de nuevo a galope.

La página se abre | Dispersión | Gramática de recuerdos sin situ (antípoda de in situ). Los caballos se han emancipado. Bucéfalo corre sin Alejandro Magno. Lo mismo sucede con los demás caballos: han dejado a sus jinetes: Janto a Aquiles / Strategos a Aníbal / Genitor a Julio César / Babieca al Cid / Rocinante al Quijote. Ahora el caballo corre libre por la página que le da sentido | Fondo es forma. El «ser» se entiende sólo desde ʻel sentido del serʼ (razonamiento apofático para soltar la brida).

El reconocimiento es más que un simple decir que se ʻesʼ: implica mostrar que no hay contradicción entre la definición y la apariencia fenomenológica del caballo que corre. Por eso nadie deja de ser caballo cuando lee. El texto escriturístico es mucho más que un texto en dos dimensiones (piénsese en Edwin Abbott y su Flatland: A Romance of Many Dimensions).

La sustancia no cambia, sólo se modifica: se vuelve esencia. No se puede dejar de ser caballo, cuando la resistencia es fallida al correr libremente por las praderas del texto. Esto es ser lector-caballo: su «ser» (sustancia) se da cuando es correr-leer (sustancia aplicada).

Pradera de letras que hace más profunda la huella del caballo que no cesa de correr. Escenografía que se vuelve protagonista para la construcción del ser. Inmensidad de la página que abre nuevas perspectivas a la imaginación.

No hay silla ni bridas ni freno. El fuste es deseo que no deja de crecer. Leer para sentir el viento de las ideas, sobre el rostro que hace espejo circunstancial. Extensión larga para abrevar el instante en una sola toma de aire en canto y seguir corriendo como desesperación. Brama equina que muestra una raza de pura tinta.

Ser caballo lector, sin embargo, no es cosa fácil. Se necesita —en primer lugar— de reconocerse como tal. Es decir, de saberse y asumirse a partir de la acción que define el correr-leer. Todo lo demás viene como consecuencia. La lectura, en ese sentido, aparece como posibilidad de ser-en-el-viento; inconsistencias de luz que hacen crecer en la página nuevas miradas. Esto permite la posibilidad de diferenciar la sustancia de los accidentes metafísicos del lector.

Hay espacios, sin embargo, que requieren tintas de mayor experiencia. La palabra «libertad» no dice siempre lo mismo. Su rostro indica diversas rutas. Caminar por la misma palabra no nos lleva siempre al mismo sitio. No se persigue el mismo fin.

Lo mismo sucede con cualquier enunciado o párrafo recto | Resonancia de silencios que hacen consustancial el fragmento: proporcional a la necesidad de leer en yermo / Data de difuso ser. Todo puede estar hecho más o menos de lo que se ve. El fondo descansa en el trasfondo de cualquier mirada, epistémica o no, que hace nido al anochecer del texto.

Algo parecido sucede con los silencios de los márgenes en la escritura. Igual que los timbales en una orquesta, pueden llegar a modificar el latido del corazón cuando hacen énfasis en alguna parte de la sinfonía molecular. Así, cada espacio es infinito en tanto éste pueda ser de aprehensión ontológica bivalente: ser y leer.

La lectura avanza. El caballo no se detiene. Las ideas se suceden al ritmo de los cascos del caballo. El galope se hace rítmico. Los pasos marcan sonidos, medidos por la velocidad de la imaginación lectora.

Y con la lectura el caballo hace más grande la pradera de letras. Series de postas —necesarias— para el viento que también jadea. Lumbre para recrear hogueras en la mirada. Leño para atizar la velocidad de la comprensión lectora. | Correr | Correr | Leer | Leer | Hacer —en fin— circunstancia gramatical cuando el texto se vuelve de fuego.

Las huellas lo dicen todo. No sólo indican al caballo que pasó. También muestran el rumbo, el peso, las pausas. Cualquier distancia entre un fragmento y otro no es otra cosa más que la sangre que se ha vuelto mirada al latir el texto.

El tiempo sigue presente pero ha modificado al tiempo. Lapsos entre palabras que se recrean a sí mismos: posibilidad de reacciones equinas cuando se lee de manera veloz. No hay límites en este sentido. La realidad se vuelve —una vez más— de papel escrito. Nada está acabado. El lector aún puede correr-leer.

La realidad no es —sin embargo— sólo velocidad. También se necesita del respiro a la mitad de la lectura | Voces raíces para los huecos que pudieran dejar las comas, incluso los puntos suspensivos. Hay que dejar que el animal recobre el sentido de su ser. Que extienda más sus zancadas. Que la idea de ser recobre su idea prístina.

Leer / Releer / Correr por el texto para seguir siendo caballo en pradera / Libertad de ser porque éste (el ser) tiene sentido cuando el texto no es prisión de voces que conjugan nuestra multiplicidad como lectores.

El caballo —en fin— sigue corriendo. La realidad ha abierto sus campos. Los caminos se han multiplicado. Cuando la lectura es real (más allá del compromiso o la apariencia fatua) el texto termina por sepultar al caballo. La simbiosis entre el texto y el lector recrea, una vez más, la realidad hecha de gramática para correr.

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