Parte II
Es preciso reflexionar sobre que no somos sólo cuerpo: también somos espíritu, y tener espíritu implica (e imbrica) razonar de manera correcta. Así, “Dios ha dado al hombre la facultad de razonar, y Él pretende que la utilicemos. Hay dos modos de abusar de esta facultad. Uno es no utilizándola […] En el otro extremo está el hombre que hace de la razón un auténtico dios” (Trese, pp. 190-191). Pero lo correcto no implica univocidad, sino adecuación a la naturaleza tanto de Dios (nos proporciona una imagen) como nuestra propia naturaleza (somos imagen de Dios). En ese sentido, las investigaciones no tienen por qué concluir en una sola cognición total y totalizante.
De ahí que la Teología busque una verdad que ya está: la verdad que es de Dios, orientada por la fe; a diferencia de la verdad filosófica, construida ex profeso por la racionalidad humana. En otras palabras: en la Filosofía, la verdad la construimos, y en ese sentido vamos tras ella, pero nosotros construimos el camino; en la Teología, en cambio, la verdad ya está, sólo hay que des-cubrirla, guiados por el Espíritu Santo (en la Teología se parte de un principio de fe). Sin embargo, en ambos casos, “el futuro no existe […] muchos futuros son posibles, y por eso el futuro no se «descubre»: se construye” (González-Carvajal, p. 159). De ahí las constantes diferencias —en este caso— en la Teología.
Y es que parece contra-histórico el hecho de obedecer al Magisterio y quedarse con lo que enseña, con lo que dice el dogma. Después de todo “obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (Catecismo, 144). ¿Acaso no somos católicos y, en ese sentido, debemos obediencia al Magisterio de la Iglesia? La respuesta no es tan simple. La respuesta está en la humanidad misma, es decir, en las voces de los hombres a través del tiempo y en contextos históricos diferentes. Sus preguntas, por ello, variarán de acuerdo a sus propias variaciones culturales como seres humanos.
A partir de lo anterior se comprende la necesidad de la Teología como búsqueda interminable de Dios. No hay que olvidar que la fe busca profundizar en un conocimiento basado en «los ojos del corazón» (Ef 1,18)”. Y es que no son sólo la razón, ni sólo el corazón, sino la suma de ambos lo que orienta a la Teología. De ahí que aunque haya diferentes posturas todas, en vez de negarse unas a otras, vienen a coadyuvar en un mismo corpus formado por dudas, proposiciones, aclaraciones, formulaciones, re-formulaciones, correcciones, conjunciones, precisiones, hipótesis, tesis, etcétera que, a la postre, convierten un discurso rico en matices que permiten observar desde diferentes ángulos un mismo objeto de estudio: Dios. Y, en consecuencia, observar cómo lo observamos. Es decir, no sólo observar a Dios a través de nuestras palabras, sino observar —también— las palabras con las que lo observamos (piénsese en el fenómeno y el noúmeno kantianos). Eso ayudaría a valorar a nuestras propias ideas. Así, en caso de que hayamos errado el camino, poder reconocer nuestro desvío y reorientar nuestros pasos epistemológicos. O bien, ser sinceros y reconocer que hay cosas que nos sobrepasan. Al respecto, el filósofo al que se le adjudica el inicio del existencialismo dijo: “Hasta el presente no ha habido ninguna idea que me haya amedrentado. Si en el futuro me tropiezo con una idea de este calibre, espero tener la sinceridad suficiente para afirmar: «¡Esta idea me da miedo! Agita en mí fuerzas desconocidas y rebeldes. Por eso mismo me niego a examinarla»” (Kierkegaard, p. 42). Y en todo caso, si tal fuera el caso, habría que reconocer que “de lo que no se puede hablar hay que callar” (Wittgenstein, Tractatus, p. 183).
No vaya a pensarse, sin embargo, que lo anterior implica una mordaza. Al contrario: es una forma de reconocer que no hay una sola persona que tenga toda la verdad del objeto de estudio teológico que estudia, en particular si ese objeto que se investiga es Dios. No hay que olvidar que “la totalidad de los pensamiento verdaderos es una figura del mundo” (Wittgenstein, Tractatus, 29). Es decir, la totalidad, o lo absoluto, son ideas que obnubilan nuestra propia afirmación. Después de todo, cuando pasen los años y haya nuevos avances científicos y tecnológicos, las interrogantes se modificarán en ese sentido. Y los teólogos tendrán que buscar respuestas o formular preguntas con base en la realidad que entonces vivan.
Por el momento la Teología no es un asunto de totalidades, sino de acercamientos; válidos, sí, pero acercamientos. Pretender que conocemos todo de Dios es ingenuo, a la vez que una falacia de generalización apresurada; sin embargo, lo que conocemos hasta el día de hoy nos podría ayudar a reflexionar acerca del lenguaje que utilizamos para preguntarnos sobre Dios: “pregúntate si nuestro lenguaje es completo”. (Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, p. 31). ¿Qué tan completo está nuestro lenguaje? Es decir, qué tanto podemos acercarnos a Dios a través de nuestras palabras, de nuestros conceptos y —por antonomasia— de nuestro conocimiento teológico. En todo caso podríamos partir de que “la palabra es el nexo de vinculación y de restablecimiento de «la unidad primitiva»” (Nicol, pp. 17-18). Es decir, la palabra sobre Dios no es la palabra-de-Dios, sino la palabra-con-la-que-nos-acercamos-a-Dios. Es nuestra palabra. Palabra primitiva. Válida. Sí. Pero nuestra. Una palabra histórica que nos posiciona como buscadores de Dios a través de reflexionar sobre Él y su obra. Así, quien se posesiona de la palabra sobre Dios, impide la unidad ontológica a través de la multiplicidad epistemológica, pues pretende que de la epistemología se infiera necesariamente la ontología-divina. Lo cual es —me parece— una posición que se anula a sí misma en tanto es histórica y, en ese sentido, modificable en la forma de su aprehensión cognitiva y exposición teológica.
Es por eso que concluyo en lo siguiente:
1. Todos los métodos teológicos coadyuvan en la comprensión de Dios y su obra; en ese sentido, en comprender la relación que existe entre Él y nosotros, sus creaturas.
2. En la medida en que comprendemos a Dios nos comprendemos a nosotros mismos, sobre todo en el sentido de observar cómo observamos nuestra realidad ontológica y nuestro sentido histórico-existencial.
3. La Teología refuerza al Magisterio en el sentido de que lo provee de conocimientos actuales, para poder responder a múltiples vicisitudes.
4. El mundo de hoy necesita, de manera urgente, que la Teología alce la voz para orientarlo: el conocimiento teológico debe salir a la calle, debe dar de comer al hambriento y sediento que no comprende la palabra de Dios.
5. No propongo un solo método teológico: todos son útiles y necesarios, y si no lo son ahora, sí que lo fueron en algún momento histórico; de hecho, provocaron respuestas o posiciones antagónicas que abrieron nuevas formas de investigación, y todo ello fueron granitos de arena para acercarse a Dios.
En la siguiente entrega presentaré una serie de métodos teológicos.
Bibliografía
Catecismo de la Iglesia Católica (2007). Conforme al texto latino oficial. México: Coeditores Católicos de México.
González-Carvajal Santabárbara, Luis (1998). Esta es nuestra Fe. Teología para universitarios. Colección Pastoral núm. 24. Bilbao: Sal Terrae Santander.
Kierkegaard, Søren (2007). Temor y temblor. España: Folio.
Nicol, Eduardo (1989). Metafísica de la expresión. México: FCE.
Trese, Leo J. (2003). La fe explicada. Patmos Libros de Espiritualidad. Madrid: Ediciones Rialp. S. A.
Wittgenstein, Ludwig (2001). Tractatus logico philosophicus. Filosofía y Pensamiento. España: Alianza Editorial.
Wittgenstein, Ludwig (2004). Investigaciones filosóficas. Instituto de Investigaciones Filosóficas. Crítica/Filosofía. Serie Clásicos. Barcelona: UNAM.