/ jueves 27 de octubre de 2022

Capillas otomíes, nijö dega södi y las ceremonias por los ancestros, xitá

Cartografía del tiempo y la memoria

Tukutuku tukutaka… que recanija calaca / ahí viene otro presidente, a sonarnos la matraca / vienen prometiendo mucho, pero dará pura… tukutuku tukutaka.

Fragmento. La Calaca, de L y M. José Hernández.

La veneración a los ancestros

Entre los pueblos otomí-chichimecas del semidesierto queretano, la “costumbre” y tradición es trasmitida generacionalmente. Razón por la cual perdura el culto a los antepasados llamados “abuelos mecos” (xitá). La creencia es que los difuntos (anumö) regresan al espacio doméstico en los días dedicados a los muertos. Estas ceremonias determinan el fin del ciclo agrícola y por consiguiente el tiempo de compartir con los vivos y muertos los alimentos y bienes obtenidos. Las capillas familiares son consideradas como un punto de comunicación y encuentro con los antepasados y difuntos. Es el lugar preciso donde las ánimas llegan a cumplir la reunión con sus parientes y familiares. Por lo cual en ese espacio son colocadas las ofrendas.

Nijö dega södi

Las capillas entre las comunidades otomíes del semidesierto queretano están ligadas a su vida religiosa y cotidiana; son espacios sagrados vinculados a la descendencia. La capilla es el punto de referencia de la identidad étnica; constituye un patrimonio que incluye tanto el inmueble, los objetos rituales que tienen significación dentro y relacionados con el recinto sagrado, así como las alabanzas, cantos y oraciones. Para la cosmovisión otomí entran en comunicación con sus antepasados en estos recintos. El altar representa el eje cósmico articulando un paisaje sagrado en su entorno.

Es en el espacio doméstico donde se desplantan las capillas. Algunas tienen decoradas sus paredes y techos con motivos de origen prehispánico, se aprecia el sol, la luna y los cuatro puntos cardinales, elementos relacionados con el aire, la lluvia y la corriente de agua sustituidos por los arcángeles y santos. Existen capillas con escenas bíblicas o antropomorfas que muestran las indumentarias otomíes y chichimecas. Otras más, decoradas con platos de mayólica y las hay que solo tiene encaladas sus paredes. Al interior se llevan a cabo ceremonias donde se rinde culto a las imágenes de los santos patrones; se recuerda a los antepasados (xitá), así como otras velaciones donde se resignifican las fiestas religiosas. El altar se adorna con imágenes de santos y la advocación de una o dos vírgenes, así como veladoras, velas, flores y sahumadores. Sobre el altar es colocada una cruz de ánimas (), cuando fallece algún miembro de la familia.

Día de Muertos en la comunidad nañha

La costumbre de representar la presencia de los antepasados y de los difuntos con las cruces de ánimas, que se incorporan a las capillas y a las ofrendas en el mes de noviembre; es por la convicción entre los ñañha (otomíes), de que los muertos se mantienen en permanente contacto con su comunidad, regresando a su lugar de origen anualmente. El primero de noviembre se dedica el altar a los “santos angelitos” el cual es instalado en la capilla doméstica, o en lugar de su vivienda. La ofrenda consiste en levantar un arco de carrizo cubierto con flores de cempasúchil. Señalando un camino con sus pétalos desde la entrada de la capilla o de la casa hasta el altar, con tierra y flores a los lados. Sobre la mesa del altar están dispuestas imágenes religiosas como las de San Miguel, Santiago, San Judas, el Santo Niño, vírgenes en su advocación del Pueblito o de la Guadalupana, entre otras.

En las capillas familiares las cruces de ánimas (), “cimientos” son permanentes. Frente a las imágenes y las cruces, son colocados los jarros con atole tapados con un pan. Una charola con dulces y galletas, otra con naranjas, limas y manzanas. En los extremos de la mesa (arriba o abajo) son colocadas las flores de cempasúchil en cubetas o jarrones. Se tiene la creencia que las ánimas de los angelitos llegan en forma de mariposas al mediar el día.

“Nombramiento de ceras”

Por la tarde del día 1º de noviembre se levanta el altar para los difuntos adultos llamado “nombramiento de las ceras”. En esta ceremonia se encienden veladoras o velas y mientras se alinean van recitando los nombres de los familiares fallecidos, pues cada luz los representa. Al mismo tiempo es prendido el incienso contenido en un sahumerio colocado en el piso. Se agregan velas por las “ánimas solas”. Finaliza el acto con una oración o alabanza. Son colocadas bandejas con tamales de queso y jarros con atole, correspondiendo la cantidad, al número de familiares difuntos. Para agasajar a los ancestros se colocan los platillos preferidos que tuvieron en vida, así como para darle gusto con sus hábitos; pulque, cerveza, cigarrillos y aguardiente.

El 2 de noviembre es costumbre asistir al campo santo, para visitar las tumbas de los familiares, parientes y amigos. Desyerbar, limpiar y lavar las tumbas colocando flores. Culmina la visita con un rezo. En ese día es celebrada la misa de difuntos en la iglesia de la comunidad o en el panteón. Al atardecer, ya sea en la capilla o en la casa (ngú), se vuelve a realizar el “nombramiento de ceras”. Concluido el ritual se convida a los familiares y visitantes los tamales. El día siguiente es levantado el altar; la comida y bebida es repartida entre familiares y vecinos. Finalmente, el 30 de noviembre se realiza una ceremonia conocida como “la despedida de las ánimas”, para tal efecto se elaboran tamales rellenos de frijoles.

Ahí están cimentados sus orígenes, su pertenencia, su costumbre, su memoria…


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Octubre de MMXXII.

Tukutuku tukutaka… que recanija calaca / ahí viene otro presidente, a sonarnos la matraca / vienen prometiendo mucho, pero dará pura… tukutuku tukutaka.

Fragmento. La Calaca, de L y M. José Hernández.

La veneración a los ancestros

Entre los pueblos otomí-chichimecas del semidesierto queretano, la “costumbre” y tradición es trasmitida generacionalmente. Razón por la cual perdura el culto a los antepasados llamados “abuelos mecos” (xitá). La creencia es que los difuntos (anumö) regresan al espacio doméstico en los días dedicados a los muertos. Estas ceremonias determinan el fin del ciclo agrícola y por consiguiente el tiempo de compartir con los vivos y muertos los alimentos y bienes obtenidos. Las capillas familiares son consideradas como un punto de comunicación y encuentro con los antepasados y difuntos. Es el lugar preciso donde las ánimas llegan a cumplir la reunión con sus parientes y familiares. Por lo cual en ese espacio son colocadas las ofrendas.

Nijö dega södi

Las capillas entre las comunidades otomíes del semidesierto queretano están ligadas a su vida religiosa y cotidiana; son espacios sagrados vinculados a la descendencia. La capilla es el punto de referencia de la identidad étnica; constituye un patrimonio que incluye tanto el inmueble, los objetos rituales que tienen significación dentro y relacionados con el recinto sagrado, así como las alabanzas, cantos y oraciones. Para la cosmovisión otomí entran en comunicación con sus antepasados en estos recintos. El altar representa el eje cósmico articulando un paisaje sagrado en su entorno.

Es en el espacio doméstico donde se desplantan las capillas. Algunas tienen decoradas sus paredes y techos con motivos de origen prehispánico, se aprecia el sol, la luna y los cuatro puntos cardinales, elementos relacionados con el aire, la lluvia y la corriente de agua sustituidos por los arcángeles y santos. Existen capillas con escenas bíblicas o antropomorfas que muestran las indumentarias otomíes y chichimecas. Otras más, decoradas con platos de mayólica y las hay que solo tiene encaladas sus paredes. Al interior se llevan a cabo ceremonias donde se rinde culto a las imágenes de los santos patrones; se recuerda a los antepasados (xitá), así como otras velaciones donde se resignifican las fiestas religiosas. El altar se adorna con imágenes de santos y la advocación de una o dos vírgenes, así como veladoras, velas, flores y sahumadores. Sobre el altar es colocada una cruz de ánimas (), cuando fallece algún miembro de la familia.

Día de Muertos en la comunidad nañha

La costumbre de representar la presencia de los antepasados y de los difuntos con las cruces de ánimas, que se incorporan a las capillas y a las ofrendas en el mes de noviembre; es por la convicción entre los ñañha (otomíes), de que los muertos se mantienen en permanente contacto con su comunidad, regresando a su lugar de origen anualmente. El primero de noviembre se dedica el altar a los “santos angelitos” el cual es instalado en la capilla doméstica, o en lugar de su vivienda. La ofrenda consiste en levantar un arco de carrizo cubierto con flores de cempasúchil. Señalando un camino con sus pétalos desde la entrada de la capilla o de la casa hasta el altar, con tierra y flores a los lados. Sobre la mesa del altar están dispuestas imágenes religiosas como las de San Miguel, Santiago, San Judas, el Santo Niño, vírgenes en su advocación del Pueblito o de la Guadalupana, entre otras.

En las capillas familiares las cruces de ánimas (), “cimientos” son permanentes. Frente a las imágenes y las cruces, son colocados los jarros con atole tapados con un pan. Una charola con dulces y galletas, otra con naranjas, limas y manzanas. En los extremos de la mesa (arriba o abajo) son colocadas las flores de cempasúchil en cubetas o jarrones. Se tiene la creencia que las ánimas de los angelitos llegan en forma de mariposas al mediar el día.

“Nombramiento de ceras”

Por la tarde del día 1º de noviembre se levanta el altar para los difuntos adultos llamado “nombramiento de las ceras”. En esta ceremonia se encienden veladoras o velas y mientras se alinean van recitando los nombres de los familiares fallecidos, pues cada luz los representa. Al mismo tiempo es prendido el incienso contenido en un sahumerio colocado en el piso. Se agregan velas por las “ánimas solas”. Finaliza el acto con una oración o alabanza. Son colocadas bandejas con tamales de queso y jarros con atole, correspondiendo la cantidad, al número de familiares difuntos. Para agasajar a los ancestros se colocan los platillos preferidos que tuvieron en vida, así como para darle gusto con sus hábitos; pulque, cerveza, cigarrillos y aguardiente.

El 2 de noviembre es costumbre asistir al campo santo, para visitar las tumbas de los familiares, parientes y amigos. Desyerbar, limpiar y lavar las tumbas colocando flores. Culmina la visita con un rezo. En ese día es celebrada la misa de difuntos en la iglesia de la comunidad o en el panteón. Al atardecer, ya sea en la capilla o en la casa (ngú), se vuelve a realizar el “nombramiento de ceras”. Concluido el ritual se convida a los familiares y visitantes los tamales. El día siguiente es levantado el altar; la comida y bebida es repartida entre familiares y vecinos. Finalmente, el 30 de noviembre se realiza una ceremonia conocida como “la despedida de las ánimas”, para tal efecto se elaboran tamales rellenos de frijoles.

Ahí están cimentados sus orígenes, su pertenencia, su costumbre, su memoria…


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Octubre de MMXXII.

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