Una de las metas fundamentales de los artistas plásticos es que su obra se difunda, que los trazos plasmados en cada lienzo sean observados y qué con el paso del tiempo, la gente sepa reconocer, a través de su estilo característico, al autor de la obra.
Nada más cierto que esto, cuando observamos la obra de la pintora Cecilia Jaramillo Bell, quien en Querétaro es reconocida por difundir la grandeza de la flora desértica a través de su arte, tanto en oleos de gran dimensión, como en platones y cuadros de mediano tamaño. Cactáceas y suculentas que cobran vida a través de un delineado y color perfecto en cada espina, en cada hoja, en cada flor.
Plantas que hasta antes que Cecilia Jaramillo las hiciera suyas a través de su sello personal, pasaban desapercibidas para la mayoría de los artistas. Obras pictóricas que igual podemos disfrutar como parte de la decoración de hoteles de gran prestigio, como en residencias, restaurantes y casonas, que en sus muros lucen una biznaga, un garambullo, un nopal, un maguey tequilero, otro pulquero, alguna variedad de suculentas o quizás a la Mammillaria mathildae, cactácea endémica del estado de Querétaro.
La belleza de la flora desértica es sin duda el distintivo de la obra de Cecilia Jaramillo aunque no es el único, también se le conoce por difundir la belleza –por ejemplo – de las cinco misiones franciscanas: Tancoyol, Landa, Tilaco, Concá y Jalpan de Serra, fundadas por San Junípero Serra en la Sierra Gorda de Querétaro, tema inagotable de natural belleza que con enorme profesionalismo la pintora lleva al arte pictórico.
Entre su colección también podemos observar otro tema: Los concheros, personajes místicos, que mezclan la cultura prehispánica, la religiosidad y su exigencia para seguir preservando estas danzas a través de las nuevas generaciones de pequeños danzantes que ataviados con los trajes tradicionales, con penachos y cascabeles, se comprometen a seguir con esta costumbre hasta que a su vez hereden el gusto a los que les sigan.
Importante es para un artista como lo afirma la propia Cecilia Jaramillo a través de su poema favorito “Hoy”: Para que exista el equilibrio entre mis pensamientos y mis emociones, hoy sembré la semilla de la confianza en mí misma, crecerá dentro de mí y dominaré mis estados de ánimo siendo positiva y me reiré del mundo y de mí misma, para seguir siendo niña y no olvidarme de admirar… la acción será el alimento de mi vida… fijaré metas y objetivos y aunque tropiece antes de alcanzarlas, siempre me levantaré y recordaré los fracasos cuando me ciegue una confianza excesiva.
A través de una breve entrevista, recuerda que al ingresar al Instituto de Bellas Artes en Querétaro, la forma humana le causa gran impacto en ella, ahí desarrolla su capacidad para “aprender haciendo”, absorbe las diferentes técnicas y uso de materiales, al lado de grandes maestros como Agustín Rivera, Jesús Rodríguez y Manuel Olivares, quienes la motivaron a continuar por la senda del realismo y también, por que no decir, lograr la impresión de su genuinidad en algunos de sus toques sub realistas.
Agrega que en la continua búsqueda de un estilo personal y comprometida profundamente con el arte, se integró a un equipo de investigación atropológica y etnográfica, donde el experto en simbología dancística de nuestro país Fidel Jarquín la guía y ayuda a profundizar en el significado de las tradiciones, costumbres, mitos y leyendas, así como en el conocimiento e interpretación del rico y vasto vestuario de nuestro pueblo mestizo. A través de este ejercicio, refiere le fue posible plasmar su obra “Pintura fragmentaria costumbrista del siglo XX”: Tierra y Huichol, el bordado de Oaxaca, La Fajilla de Tequisistlán, Oaxaca, Lourdes y una quinta litografía titulada Indolencia, que refleja el debate entre la piedad y justamente la indolencia.
Es así como en la obra de Cecilia Jaramillo podemos contemplar desde un trasfondo de poderío, gloria, riqueza, hasta percibir el aroma de jardines, de flores, de frutas, hasta sentir las manos de un anciano, percibir la arenilla en una roca, el cosquilleo de una pluma de un penacho, el picor de una espina, o quizás temer a las sombras que se levantan y avanzan hacia el final de los siglos.