Humberto Gómez Pérez recuerda la primera vez que danzó en su comunidad. Lo hizo con su bisabuelo cuando tenía ocho años, y hay una imagen de ese momento que aún conserva en la memoria: “Los músicos tocando como si estuvieran en trance”.
En entrevista con Diario de Querétaro, el cineasta afirma que ese instante se repite una y otra vez en las fiestas de su comunidad, ubicada en San Andrés Larráinzar, en la región de Los Altos de Chiapas. Los rituales se replican con otros rostros, otros tiempos pero bajo el mismo sistema de cargos que permite la permanencia de los lazos identitarios del pueblo tsotsil.
De esto trata su ópera prima, Ch’ul be, senda sagrada (2023), del compromiso y los sacrificios que hay detrás de las fiestas religiosas de su comunidad, y de la responsabilidad que conlleva “cuidar y velar a sus principales santos”, agrega el director y guionista.
Asegura que la película ofrece una mirada distinta sobre las comunidades indígenas, pues no solo es narrada desde la voz de la propia cultura, sino que aproxima a la realidad contemporánea de su pueblo.
“El cine documental es una herramienta muy potente para mostrar estas realidades, y aún más si quien lo realiza pertenece al mismo lugar … Al final es una herramienta que está cambiando la forma de ver a los pueblos, que muestra que también estamos haciendo cine, es como decir: `aquí estamos´”, asiente.
Considera que en el panorama actual de la producción documental, no se debe olvidar que el cine indígena es multicultural y por tanto, cada pueblo tiene algo que decir sobre su propia realidad e imaginario.
Junto con otros cineastas busca asimismo demostrar que el cine indígena también es de calidad, y que como todo proyecto cinematográfico requiere de un presupuesto justo para realizarlo.
“Persiste la creencia de que, como es cine indígena, es de mala calidad y no se gastar mucho para producirlo… cuando nosotros trabajamos siete años con más de dos millones de presupuesto para lograrlo”, detalló el realizador.
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Ch’ul be, senda sagrada nació con la intención de acompañar las fiestas de San Andrés desde el oficio del músico Román Montejo, luego amplió su espectro para acompañar a la mayordomía encargada a Diego y Martha, padres del documentalista. En ese sentido, la película es un recorrido que va de lo cotidiano a lo sagrado, de lo individual a lo colectivo, para mostrar cómo la cultura tsotsil se renueva.
“Busco rememorar la historia de mi pueblo y reconstruir parte de la tradición oral que se va desgastando… Dar voz a nuestras historias y sabiduría ancestral, celebrando nuestra identidad colectiva aún vigente”, dijo el director en una entrevista para Imcine.
La cinta se realizó con el apoyo del ECAMC-Imcine (Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes), y ha girado por distintos festivales como Ambulante, en cuya última edición llegó a Querétaro.
–Con información de Andrea Elizondo–