Clarita I

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 29 de marzo de 2023

Ricardo Lara escuchando las recomendaciones de una mesera, en un restaurante. Ciudad de México, 1945. Foto: Cortesía | @mediateca.inah


Dios, yo no la respeté. Me comporté con ella como una bestia, tal cual. O peor, porque las bestias no piensan, sólo proceden de acuerdo a sus instintos, son fieles a ellos, es su único camino. En cambio, yo sí lo calculé, lo pensé fría, hipócritamente, desde un afán profundamente egoísta, pensando sólo en mí y en lo que quería conseguir. Enmascarado incluso para conmigo mismo como que en buena onda, en un acto de simpatía. En un autoengaño de que era mutuo, cuando en realidad, al menos al principio, todo salió de mí. Me justifiqué diciendo que quizá nos habíamos conocido en una vida pasada y por eso ahora coincidíamos aquí, para volver a reiniciar aquello que había quedado suspendido en el tiempo. La realidad es que no me importó su persona ni sus sentimientos, y si acaso los consideré un poco, encubrí, con mis intereses mi satisfacción utilizándola como una cosa. Fui abusivo, cobarde, ventajoso, y sí, es verdad, me caía bien, la admiraba un poco o bastante, era una flor en pleno crecimiento con muchas virtudes a las que imbécilmente aplasté. Podrás encontrar las razones que quieras para justificar tu miserable acto, pero la verdad es que la utilizaste en muchos sentidos, querías poseer una virgen, viejas ideas sembradas en tu cabeza por estereotipos de poder machistas, y supiste que a final de cuentas todo está vacío. Sí, supiste lo que era virginal, y qué, cuál fue la ganancia, fue oro robado, un tesoro esquilmado.

Para el budismo tibetano el Bardo es un lugar donde la mente produce imágenes y alucinaciones según se haya comportado uno en su vida terrestre. Foto: Cortesía | @Netflixmx

Me acuerdo la primera vez que te vi en el restaurante, tenías 18 años y yo era cuarentón. A diario pasaba de la obra a comer a esa fonda. Siempre andaba moviéndome de lugares porque así es esto de la construcción, a donde hay algo que levantar ahí vamos. Entonces te vi y me dije: de aquí soy. Para qué te voy a engañar no hubo amor ni enamoramiento ni pasión, ni siquiera una gran atracción, era más bien satisfacer un capricho personal que fortaleciera mi alicaída hombría, que me hiciera sentir que aún siendo cuarentón era conquistador, capaz de traer a tres o cuatro viejas comiendo en mi mano. Entonces te empecé a galantear, a fingir un papel, a llevarte pequeños regalitos cada vez que iba a comer, a dejarte recaditos escritos en las servilletas con textos ridículos como: “te amo, te quiero, qué guapa estás hoy, qué bien te ves”, y claro, tu propia condición no te permitió ver las intenciones de un don juanito enruquecido, quizá por tu misma juventud, por problemas de autoestima, falta de experiencia o por la ilusión que apenas crece empezaste a creer en mis palabras. Y bueno, te rozaba supuestamente en forma accidental, en tu mano aterrizaban mis dedos al recibir un vaso con agua, al darte la propina. Así fui llevando adelante mi truculento plan.

Primero te cité para tomar un café. Fui simpatiquísimo, buena onda, noble, sencillo, amable, discutido, seductor. Te pregunté por qué no íbamos a otro lugar más íntimo. Pensé te molestaría mi insinuación, pero con sorpresa vi que no, que ni te ofendía ni te desagradaba. Y bueno, lo clásico, te llevé a un hotelito que ya conocía. Te pedí que te pusieras unos lentes oscuros, grandes, para que te vieras un poco mayor. Entramos, estabas tranquila, se te notaba ilusionada, nunca habías ido a un lugar así, según me dijiste, nunca habías tenido relaciones y eso me animaba a poner más carbón en la caldera para poseer un pollo fresco, nuevo, que era lo que buscaba. En mi inmenso egoísmo tu persona no contaba, eras un objeto igual que un trapo, una bicicleta, un auto, una caja con regalos o peor que todo esto: una simple cosa a utilizar. No interesaban tus sentimientos, tus deseos, tus ilusiones. Quizá hasta estabas enamorada de mí, ni lo pelé. No respeté tu dignidad como ser humano ni como mujer, pisoteé el cariño que decías sentir por mí. Me valió gorro todo, sólo quería lograr mi objetivo.

Bardo, es una una exposición de recuerdos personales, una exploración en la memoria, un regresar a las heridas más profundas que habitan en el inconsciente. Foto: Cortesía | @Netflixmx

Sabes, hemos perdido mucha sensibilidad, bueno, no embarraré a otros, hablaré de mí. Pero es que observo que ya casi nadie se detiene a mirar a la luna, a admirar la magnificencia del sol, o a observar las pocas estrellas que el esmog permite ver. Bah, a quién le interesan esas fresadas, hoy las mujeres están mas locas que nunca, ya no saben amar, engañan, mienten como si nada, se acuestan con uno y con otro como si se desayunaran un pan. Así que a mí no me vengan a hablar de sensibilidad, de romanticismo. Cuando me detengo a mirar la luna, no me puedo concentrar, siento una inquietud interior que me mueve a la prisa, me impide la observación tranquila, dejo de verle sentido y me detengo, me siento inquieto y apresurado por retirarme. Sin embargo, contemplando la luna fue como me di cuenta de muchas cosas. Entre otras lo que hoy confieso.

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No sé dónde me eché a perder ni dónde perdí los sentimientos, pero entre todas mis reflexiones, por un remordimiento de conciencia, como dicen por ahí, me cayó el veinte. Fue como una revelación, me quedó claro que había sido un gran mentiroso, pero primero tuve que ser golpeado por la vida, por tu desprecio, por tu rechazo, por tus crisis nerviosas. Y sabes qué, hiciste bien en mandarme a volar. Se me cayó el teatrito. Qué bueno que te diste cuenta, o no sé si alguien te abrió los ojos respecto a que nada más te estaba utilizando. Quizá alguien en el restaurante se dio cuenta de que un ruco mañoso se estaba aprovechando de ti y, de pronto, despertaste de esa pesadilla. Cambiaste totalmente para conmigo, ya ni siquiera me servías la mesa, ahora era otra mesera la que me atendía, no volteabas ni a verme. No sé si tenías miedo o no, no tendrías por qué haberlo tenido porque nunca te agredí físicamente, no soy tan cobarde, no soy un agresor. O eso piensan los tipos como yo en el mundo de caramelo que uno se inventa, porque aprovecharse de alguien es un acto de gran violencia.