/ miércoles 5 de abril de 2023

Clarita II

Vitral


Sin embargo, saco una enseñanza, una reflexión. Cuando observo con atención, mi sol y mi luna en el cielo me invitan a calmarme, a relajarme, a intentar estar en armonía con esos cuerpos celestiales que forman parte de mí mismo. Hoy, mirando hacia el cielo, no me queda más que arrepentirme e intentar enmendarme porque en cuanto una mujer me hace ojitos me aloco. Luego luego me imagino poseyéndola. La próxima vez, si Dios me da licencia, intentaré lograr tener la tranquilidad suficiente para respetar a las personas. Observaré a la luna con calma, con profunda admiración, y le pediré que me aconseje, que me acompañe para no regarla tanto, dejaré que brote de lo más profundo de mi ser el arrepentimiento.

Y ahora, después de varias décadas de aquello, todo golpeado por la vida, creo que eso que dicen del karma es verdad. No sé mucho del tema, se lo he oído mencionar algunas personas, pero a mí se me hace que es cierto: la vida paga. Si haces algo bueno recibes tu paga, si haces algo equivocado pagas tarde o temprano, milimétricamente. Hay que andarse con cuidado, ahora lo sé. Estoy como el Colgado del Tarot, y muchos años después me siguen cayendo veintes. Perdónenme todos. Me doy cuenta que no me queda más que el camino de ofrecer disculpas, a ver si la vida me alcanza a perdonar.

Clarita desapareció de mi vida totalmente. Hizo bien en mandarme a volar, estaba desesperada, con miedo, con ira, con resentimiento. Ella tomó el mejor camino posible: apartarse de mí para siempre. Como no sé ni dónde quedó ni cómo llamarle le pido perdón desde aquí y desde el fondo de mi corazón, por el abuso, por el engaño. Le pido perdón a Dios –dicen que siempre perdona–, ojalá tenga misericordia de mí porque mi arrepentimiento es sincero. Aunque a veces uno es tan gañán que me pregunto ¿y si fuera joven volvería a hacer lo mismo con otras personas?, pero, bueno, ahora en mi circunstancia le ofrezco disculpas a Clarita, y sobre todo, trato de perdonarme a mí mismo.

Me cae levemente la conciencia para mirar que no es bueno lo que hice, que no me gustaría que se lo hicieran a mi hija, a mi nieta, a mi esposa, a mi madre, a mi abuela. Aunque, quizá sí se lo hicieron a estas últimas, pero no lo sé ni me enteré, sé que la vida es complicada, y, a veces, hay situaciones tan dolorosas que se ocultan, aunque siempre dejan un rastro en las familias por más que se quieran esconder debajo de la alfombra, algo se siente, algo pasa, alguna huella se manifiesta en las conductas, en los actos, las miradas. Son esos pasados los que pesan tanto sobre la espalda. Le pido perdón a la vida por mi inconsciencia. Sé que el mundo da vueltas y quizá pronto pudiera ponerme en un predicamento frente a una mujer con la que hubiera un chance para engañarla y volver a mi antigua conducta. Ojalá no caiga en la tentación, le pido a Dios que no me pase como sucedió en una película que vi. Fue un día en que me sentía solo, triste, y prácticamente sin querer me metí a uno de esos antiguos cines de piojito y vi una película que creo se llamaba David Copperfield. Trataba, entre otros temas, acerca de un individuo nefasto que engañaba y engañaba mujeres para someterlas, manipularlas, humillarlas, maltratarlas, ofenderlas y robarlas quedándose con todas sus posesiones. Ojalá Dios me libre de cometer algo parecido.

Clarita era como un perfume celestial, una flor joven parada ante el viento de la vida, luminosa ante el sol, fresca en las mañanas y sobre su piel cristalinas gotas de rocío. Ahí estaba desde muy temprano en la fonda, trabajando con la ilusión de cooperar con sus padres para salir adelante y poder comprar un terrenito donde construir una casa que les permitiera vivir más cómodamente, ya que vivían en tres cuartuchos oscuros. Y ahí estaba ella desde muy temprano haciendo mandados, cortando verdura, preparando la pasta, separando las tortillas, en fin todo lo que es el trabajo en una fonda. Salía al caer la noche después de lavarse la cara y las manos, se quitaba la mascada y su cabello quedaba libre al viento, era de un negro azabache, igual que sus ojos que miraban fijamente con tanta atención. Era todo oídos también, siempre atenta, escuchando de verdad. Quizá ahora parece que la idealizo, pero así me parecía de veras, una persona tierna, sincera, alegre, con esa su risa natural, su caminar discreto, ropa sencilla y holgada, jamás llamando la atención. Dicen que ni la belleza ni la inteligencia se pueden ocultar, y su belleza saltaba a la vista a pesar de la ropa guanga que utilizaba, de ahí que mi mirada corrupta se posó en ella. Nunca pensé en qué era lo que podía aportarle, sólo pensé en lo que podía conseguir. Ahora me doy cuenta del enorme abismo que separaba a nuestras intenciones.

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Recuerdo cuando le llevé serenata para continuar mi conquista. Tenía un poco de cisca porque como hombre casado temía que alguien me viera o me reconociera. Tuve que ir a su casa tratando de que la oscuridad de la noche impidiera que sus padres me vieran bien. La serenata fue al pie de su ventana. Me estuve luciendo, elegí canciones seductoras, amorosas, envolventes, desde boleros como Sin ti, de Los Panchos, hasta baladas de Leo Dan que adapté con el nombre de Clara, mi Clarita. Tuve un poco de temor de que alguien me reconociera. Qué horrible, tenía que esconderme siempre para que nadie me señalara con el dedo y dijera: ese es casado, tiene hijos y anda aquí de rabo verde con esta chamaca. La canción que debió cantarme ella era ese bolero de Carlos Crespo, que canta de forma sin igual Chelo Silva, y que parece escrita para mí:

Hipócrita...Sencillamente hipócrita/ Perverso, Te burlaste de mí/ Con tu labia fatal Me emponzoñaste/ Y sé que inútilmente me enamoré de ti// Y sábelo/ Escúchame y compréndeme/ No puedo, No puedo ya vivir/ Como hiedra del mal te me enredaste/ Y como no me quieres me voy a morir …



https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com



Sin embargo, saco una enseñanza, una reflexión. Cuando observo con atención, mi sol y mi luna en el cielo me invitan a calmarme, a relajarme, a intentar estar en armonía con esos cuerpos celestiales que forman parte de mí mismo. Hoy, mirando hacia el cielo, no me queda más que arrepentirme e intentar enmendarme porque en cuanto una mujer me hace ojitos me aloco. Luego luego me imagino poseyéndola. La próxima vez, si Dios me da licencia, intentaré lograr tener la tranquilidad suficiente para respetar a las personas. Observaré a la luna con calma, con profunda admiración, y le pediré que me aconseje, que me acompañe para no regarla tanto, dejaré que brote de lo más profundo de mi ser el arrepentimiento.

Y ahora, después de varias décadas de aquello, todo golpeado por la vida, creo que eso que dicen del karma es verdad. No sé mucho del tema, se lo he oído mencionar algunas personas, pero a mí se me hace que es cierto: la vida paga. Si haces algo bueno recibes tu paga, si haces algo equivocado pagas tarde o temprano, milimétricamente. Hay que andarse con cuidado, ahora lo sé. Estoy como el Colgado del Tarot, y muchos años después me siguen cayendo veintes. Perdónenme todos. Me doy cuenta que no me queda más que el camino de ofrecer disculpas, a ver si la vida me alcanza a perdonar.

Clarita desapareció de mi vida totalmente. Hizo bien en mandarme a volar, estaba desesperada, con miedo, con ira, con resentimiento. Ella tomó el mejor camino posible: apartarse de mí para siempre. Como no sé ni dónde quedó ni cómo llamarle le pido perdón desde aquí y desde el fondo de mi corazón, por el abuso, por el engaño. Le pido perdón a Dios –dicen que siempre perdona–, ojalá tenga misericordia de mí porque mi arrepentimiento es sincero. Aunque a veces uno es tan gañán que me pregunto ¿y si fuera joven volvería a hacer lo mismo con otras personas?, pero, bueno, ahora en mi circunstancia le ofrezco disculpas a Clarita, y sobre todo, trato de perdonarme a mí mismo.

Me cae levemente la conciencia para mirar que no es bueno lo que hice, que no me gustaría que se lo hicieran a mi hija, a mi nieta, a mi esposa, a mi madre, a mi abuela. Aunque, quizá sí se lo hicieron a estas últimas, pero no lo sé ni me enteré, sé que la vida es complicada, y, a veces, hay situaciones tan dolorosas que se ocultan, aunque siempre dejan un rastro en las familias por más que se quieran esconder debajo de la alfombra, algo se siente, algo pasa, alguna huella se manifiesta en las conductas, en los actos, las miradas. Son esos pasados los que pesan tanto sobre la espalda. Le pido perdón a la vida por mi inconsciencia. Sé que el mundo da vueltas y quizá pronto pudiera ponerme en un predicamento frente a una mujer con la que hubiera un chance para engañarla y volver a mi antigua conducta. Ojalá no caiga en la tentación, le pido a Dios que no me pase como sucedió en una película que vi. Fue un día en que me sentía solo, triste, y prácticamente sin querer me metí a uno de esos antiguos cines de piojito y vi una película que creo se llamaba David Copperfield. Trataba, entre otros temas, acerca de un individuo nefasto que engañaba y engañaba mujeres para someterlas, manipularlas, humillarlas, maltratarlas, ofenderlas y robarlas quedándose con todas sus posesiones. Ojalá Dios me libre de cometer algo parecido.

Clarita era como un perfume celestial, una flor joven parada ante el viento de la vida, luminosa ante el sol, fresca en las mañanas y sobre su piel cristalinas gotas de rocío. Ahí estaba desde muy temprano en la fonda, trabajando con la ilusión de cooperar con sus padres para salir adelante y poder comprar un terrenito donde construir una casa que les permitiera vivir más cómodamente, ya que vivían en tres cuartuchos oscuros. Y ahí estaba ella desde muy temprano haciendo mandados, cortando verdura, preparando la pasta, separando las tortillas, en fin todo lo que es el trabajo en una fonda. Salía al caer la noche después de lavarse la cara y las manos, se quitaba la mascada y su cabello quedaba libre al viento, era de un negro azabache, igual que sus ojos que miraban fijamente con tanta atención. Era todo oídos también, siempre atenta, escuchando de verdad. Quizá ahora parece que la idealizo, pero así me parecía de veras, una persona tierna, sincera, alegre, con esa su risa natural, su caminar discreto, ropa sencilla y holgada, jamás llamando la atención. Dicen que ni la belleza ni la inteligencia se pueden ocultar, y su belleza saltaba a la vista a pesar de la ropa guanga que utilizaba, de ahí que mi mirada corrupta se posó en ella. Nunca pensé en qué era lo que podía aportarle, sólo pensé en lo que podía conseguir. Ahora me doy cuenta del enorme abismo que separaba a nuestras intenciones.

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Recuerdo cuando le llevé serenata para continuar mi conquista. Tenía un poco de cisca porque como hombre casado temía que alguien me viera o me reconociera. Tuve que ir a su casa tratando de que la oscuridad de la noche impidiera que sus padres me vieran bien. La serenata fue al pie de su ventana. Me estuve luciendo, elegí canciones seductoras, amorosas, envolventes, desde boleros como Sin ti, de Los Panchos, hasta baladas de Leo Dan que adapté con el nombre de Clara, mi Clarita. Tuve un poco de temor de que alguien me reconociera. Qué horrible, tenía que esconderme siempre para que nadie me señalara con el dedo y dijera: ese es casado, tiene hijos y anda aquí de rabo verde con esta chamaca. La canción que debió cantarme ella era ese bolero de Carlos Crespo, que canta de forma sin igual Chelo Silva, y que parece escrita para mí:

Hipócrita...Sencillamente hipócrita/ Perverso, Te burlaste de mí/ Con tu labia fatal Me emponzoñaste/ Y sé que inútilmente me enamoré de ti// Y sábelo/ Escúchame y compréndeme/ No puedo, No puedo ya vivir/ Como hiedra del mal te me enredaste/ Y como no me quieres me voy a morir …



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